La balcanizaci¨®n del mundo
S¨®lo nos faltaba que se muriera sir Peter Ustinov, ese genio polifac¨¦tico, estrella del placer digno, hijo de un diplom¨¢tico alem¨¢n que se convirti¨® en agente brit¨¢nico por asco a Joachim von Ribbentrop. De casta le ven¨ªa al galgo. La dimisi¨®n de este gran se?or de la vida que merece vivirse es una se?al de alarma m¨¢s en una constelaci¨®n de las relaciones internacionales y humanas que augura mucho naufragio, en la que ya parece que s¨®lo la memoria, tan d¨¦bil, fl¨¢cida y menguante, en naciones e individuos, merece la pena. El optimismo que forj¨® la gran empresa de la sociedad libre y pr¨®spera se antoja ya rid¨ªculo.
Es muy probable -la certeza, por lo dem¨¢s, es ya imposible- que Peter Ustinov, al que entusiasmaba tomar copas en el hotel Sacher antes y despu¨¦s de la ¨®pera en Viena, conociera a Momchilo, un serbio tierno que era el alma de otro hotel legendario, el Moska de Belgrado. Muri¨® en cuanto quienes dec¨ªan ser los adalides de su pueblo, su querido y digno pueblo serbio, se lanzaron a matar por tierras del Drina, del Sava y del Danubio. Hay quien dice que Momchilo muri¨® de asco. En su hotel escribi¨® Trotski la mayor parte de sus reportajes sobre las guerras balc¨¢nicas. Dif¨ªcil superarle.
Y en su hotel se reun¨ªan durante la II Guerra Mundial otros grandes esp¨ªas y se?ores que luchaban sin piedad por un mundo mejor y m¨¢s generoso. Julian Amery, Fitzroy Maclean y Peter Kemp fueron, como espl¨¦ndidos soldados brit¨¢nicos en la sombra, hombres de acci¨®n, pero tambi¨¦n de reflexi¨®n que mataron sin mala conciencia para defender ese proyecto de vida tan radicalmente opuesto a mesianismos trotskistas que, a la postre, hizo de Europa occidental la sociedad que mejor ha combinado libertad, seguridad y prosperidad. Si hubieran llegado 30 a?os antes al Moska de Momchilo, quiz¨¢s habr¨ªan convencido a Trotski para unirse a ellos y ¨¦ste se hubiera salvado del piolet fan¨¢tico de aquel Mercader catal¨¢n y escapado de las obsesiones del lun¨¢tico georgiano que muri¨® en 1953 adorado hasta por aquellos que ¨¦l hab¨ªa mandado ejecutar. Millones.
No nos quedan ya ni Ustinov, ni Amery ni la l¨²cida mirada hist¨®rica de aquel comunista jud¨ªo tan culto que forjaba su prosa en la parte soleada de Terrazje, en el caf¨¦ de su hotel belgradense. Nos queda el miedo de entonces, cuando como ahora parec¨ªa que se iba a parar el mundo, pero sin la esperanza de aquellos que quer¨ªan luchar y hasta morir por un mundo mejor, no destruir en acto testimonial por promesas celestiales ni arroparse con cobard¨ªa en comodidades heredadas.
Nos queda la cleptocracia sin escr¨²pulos de se?ores de la guerra como el palestino Yasir Arafat y el israel¨ª Ariel Sharon. Aqu¨ª est¨¢n otra vez los asesinos entusiastas del se?or Mugabe en ?frica. Tenemos la estela de estulticia de una Administraci¨®n norteamericana que combina con c¨®moda groser¨ªa rapacidad y mesianismo, una Rusia peor que el m¨¢s grotesco mushik imaginado por Le¨®n Tolst¨®i y una China crecida e implacable que nos quiere canjear ¨®rganos de prisioneros por derechos de autor.
Los Balcanes son hoy, aunque a mucha gente asuste y con raz¨®n, el nuevo mensaje de muerte y desolaci¨®n que se adivina, un microcosmos ampliado de lo que es un mundo en el que hemos olvidado las maneras y emociones de Peter Ustinov, hemos desechado el coraje de Fitzroy Maclean -el mismo que mov¨ªa a aquel agil¨ªsimo obeso que era Winston Churchill- y despreciado la profunda bondad del serbio triste y tierno de Momchilo. Hemos vuelto a lo que Wordsworth llamaba las "reglas buenas" del hombre salvaje del altiplano, "que coja lo que quiera el que tiene el poder y retenga para s¨ª quien pueda lograrlo". Estamos en ello, se?ores. Bienvenidos al altiplano balc¨¢nico global.
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