El gigante dentro de la botella
El escultor gallego Francisco Leiro (Cambados, 1957) es un artista de proyecci¨®n internacional desde hace ya algunos lustros, que alterna su residencia espa?ola con la de Nueva York, lo que no le ha hecho dimitir de su identidad original en ning¨²n sentido, porque su lenguaje moderno lleva un inequ¨ªvoco sello vern¨¢culo. Antes, en todo caso, de comentar nada sobre ¨¦l o su obra, conviene saber que lo que exhibe ahora en el Palacio de Cristal del Retiro madrile?o es una media docena de obras, fechadas entre 1995 y casi la actualidad, porque las ¨²ltimas son de 2002. Si bien este arco cronol¨®gico de revisi¨®n de siete a?os de producci¨®n le da a la actual cita un cierto aire de parcial revisi¨®n retrospectiva, est¨¢ asimismo claro que Leiro ha querido plantear su muestra, sobre todo, aprovechando el espacio transl¨²cido de esa primorosa caja acristalada del refinado y hasta algo coqueto Palacio de Cristal, con cuya transparente ligereza contrastan, en principio, tanto sus toscas figuras talladas como de primitivos gigantones sacados de la noche de los tiempos o del simple sue?o del autor, prendado por la fantasmagor¨ªa monumental.
FRANCISCO LEIRO
Palacio de Cristal
Parque del Retiro. Madrid
Hasta el 31 de mayo
Evidentemente, toda es-
ta presentaci¨®n de Leiro, adem¨¢s de fijar informativamente su imagen, tiene algo tambi¨¦n de ret¨®rica, porque los lances vividos por este escultor, inicialmente formado en la talla de la piedra en la Escuela de Artes y Oficios de Santiago de Compostela y, luego, en la de Bellas Artes de Madrid, han sido los suficientes como para ir madurando su lenguaje de forma cada vez m¨¢s sofisticada, incluso tras su muy bien acogida irrupci¨®n en la escena art¨ªstica espa?ola de fines de la d¨¦cada de 1980.
Todav¨ªa se rend¨ªa culto entonces al neoexpresionismo teut¨®nico, que encarnaba el alem¨¢n Georg Baselitz, cuyas figuras talladas que recreaban las del ¨²ltimo Gauguin eran el molde cosmopolita que avalaba lo que hac¨ªa Leiro, aunque, en su caso, aliment¨¢ndose en coincidentes ra¨ªces culturales propias. Leiro intent¨® traspasar este inc¨®modo umbral que pod¨ªa confinarle injustamente a ser un simple ¨¦mulo de una corriente consagrada y lo hizo de la ¨²nica forma posible, que es explorando su personal universo simb¨®lico y formal.
En este sentido, sin necesidad de dar cuenta prolija de lo que ha venido haciendo al respecto, entre otras cosas, porque ha exhibido regularmente su trabajo en nuestro pa¨ªs, la exposici¨®n actual constituye una prueba especial por estar ubicada en un lugar que, como antes se apunt¨®, est¨¢ al l¨ªmite de lo aparentemente antit¨¦tico, algo que ¨¦l ha aprovechado para instalar, m¨¢s que simplemente emplazar, su obra. Desde esta perspectiva, Leiro ha seleccionado, en primer lugar, su monumental Mon amie l'artiste (1995), una talla de madera pigmentada con poli¨¦ster y silicona, con su forzado gesto de bracear con la posici¨®n genuflexa de un luchador de sumo, as¨ª como el par de figuras acuclilladas de Congostra (1998), asimismo de madera tallada, pero cuya herc¨²lea gravidez pesante tiene algo como de embutido rom¨¢nico, la de una de esas figuras del fant¨¢stico imaginario medieval de lo monstruoso, que nos observa desde cualquier rinc¨®n catedralicio.
Junto a estas contundentes tallas, Leiro ha dispuesto las voladoras figuras del Retablo Hannover (1999) y de Camisa (2001), en las que los corpachones, ya recubiertos de brillantes colores, se insertan y contorsionan en un trapecio de hierro burlando pat¨¦ticamente las leyes de la gravedad. Por ¨²ltimo, ha rematado el conjunto con las imponentes presencias de esa pareja de figuras de cuerpo entero y bien asentadas de Esquimal I (2002), que avanza con firmeza militar, y Esquimal II, hier¨¢tica como un antiguo bulto redondo de Gudea, una especie de intimidantes guardianes, cuya primera factura en granito negro es ahora reforzada mediante su contundente presentaci¨®n en hierro.
No s¨¦ si mi descripci¨®n de estas obras puede inducir a imaginar lo que son en s¨ª, y, por supuesto, lo que significan en la evoluci¨®n de Leiro, pero espero que, al menos, despierten la curiosidad acerca del efecto sorprendente y estimulante que producen al habitar en la carcasa de cristal que ahora las acoge, no s¨®lo porque intencionalmente tratan de apoderarse de ¨¦l, fundiendo su espacio, sino porque al final todo tiene casi el toque m¨¢gico y hasta, si se me apura, duchampiano de un genio monstruoso atrapado en una botella.
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