Morri?a
Confieso que ahora mismo no s¨¦ muy bien si sucedi¨® alg¨²n d¨ªa, pero tengo en lo profundo de la memoria, justo el lugar donde se alojan los asuntos del coraz¨®n, la vaga imagen de un Celta de color celeste cuyo juego interminable flu¨ªa como un r¨ªo de queimada. No me atrevo a jurarlo, pero creo recordar que era un Celti?a exquisito cuyos muchachos, bajo la inspiraci¨®n de V¨ªctor Fern¨¢ndez, compon¨ªan la m¨²sica de las ruecas y las destiler¨ªas; quiz¨¢ la melod¨ªa m¨¢s grata y elaborada de la Liga de entonces.
Sus jugadores, blancos, negros y mulatos, se agrupaban en un chocante mosaico de fisonom¨ªas. Eran gentes reclutadas en los suburbios del mercado; seres de origen aleatorio que hab¨ªan hecho del f¨²tbol una patria y de Vigo un pretexto para convivir. Movido por el aire de Claude Makelele, animado por la chispa de Valery Karpin y oportunamente refrescado por el hielo ruso de Alexander Mostovoi, aquel equipo bordaba sobre el campo decenas de dibujos diferentes. Por encima de su violento colorido, era, si nos atenemos a su comp¨¢s, un equipo genuinamente c¨¦ltico: gallego hasta la m¨¦dula.
Cuando los grandes del campeonato sufr¨ªan alg¨²n desmayo pasajero en los torneos internacionales, siempre nos quedaba Bala¨ªdos. Maldec¨ªamos tres o cuatro veces, nos cur¨¢bamos las heridas y nos dec¨ªamos: "Por ah¨ª fuera no lo saben, pero Vigo se ha convertido en una reserva de calidad comparable a Liverpool, Boca o R¨ªo".
Ni s¨¦ si aquel Celta fue algo m¨¢s que una enso?aci¨®n de recurso, ni sabe nadie qu¨¦ mala meiga lo mir¨® o qu¨¦ mal fario lo pill¨® desprevenido. El caso es que, de repente, tuvo un ataque de amnesia. Olvid¨® la partitura, perdi¨® el paso y empez¨® a vacilar como un peregrino agotado. Es cierto que se deshizo de algunos de sus valores, que se fueron V¨ªctor, Karpin y Makelele, pero a cambio llegaron Lotina, Luccin, Milosevic y Jesuli, as¨ª que las ausencias no alcanzan a justificar el colapso. Adem¨¢s, en alg¨²n momento, Luccin, Giovanella y Vagner parecieron dotarlo de una solidez definitiva: Luccin era la m¨¢quina cortac¨¦sped; Giovanella, la transfusi¨®n de sangre brasile?a, y Vagner, un bloque de hormig¨®n sobre dos piernas.
Y, por si fuera poco, all¨ª estaba Jesuli. Procedente de Sevilla, apuntaba todos los rasgos del enviado de los dioses: un flequillo inquieto, un cuello de lagartija y, por supuesto, las canillas de alambre que distinguen a los disc¨ªpulos m¨¢s brillantes de Rafa Gordillo. Sin embargo, tuvo una aparici¨®n fugaz: lleg¨®, marc¨® alg¨²n gol inolvidable y luego desapareci¨®, como su equipo, en el pozo de la Liga.
No podemos explicar semejante metamorfosis de mariposa en gusano. Da igual: a despecho de este Celta corto, en los d¨ªas de aire limpio miraremos hacia arriba y recordaremos sin esfuerzo aquel irrepetible Celta largo.
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