Colonias de primera y de segunda
El mundo est¨¢ lo suficientemente revuelto como para que unas elecciones como las de Indonesia, enorme pa¨ªs compuesto por miles de islas y m¨¢s de 100 millones de habitantes, hayan pasado desapercibidas en Occidente. Tras la independencia de Timor Oriental, la antigua colonia portuguesa, el gigante de Ocean¨ªa hab¨ªa dejado de ser noticia. Pero la an¨¦cdota de las ¨²ltimas elecciones ha dejado al menos algunas fotos en la prensa. Cierto diario mostraba a un votante, ataviado con un taparrabos de la Edad de Piedra, sobre el siguiente pie de foto: "Un indonesio votando".
La foto llamaba la atenci¨®n porque el votante en cuesti¨®n no era propiamente un indonesio, un hombre de raza amarilla, sino un melanesio de Nueva Guinea, de esa porci¨®n de Nueva Guinea que hoy forma parte del Estado de Indonesia. Pero el hecho quiere ir m¨¢s lejos, lejos hasta el punto de recordar una de las injusticias m¨¢s notorias que han dejado sobre el planeta las hip¨®critas relaciones internacionales del siglo XX.
Hoy Irian Jaya, la parte de Nueva Guinea ocupada por Indonesia, padece el etnicidio y la explotaci¨®n de recursos
Las elecciones de Indonesia, con cien millones de habitantes, han pasado desapercibidas en Occidente
Nueva Guinea es una enorme isla situada en Ocean¨ªa. Hoy est¨¢ dividida en dos Estados. La mitad occidental pertenece a Indonesia. La mitad oriental es independiente. Ocupada en su momento por Alemania y Gran Breta?a, la parte oriental se unific¨®, a partir de 1921, bajo administraci¨®n australiana, y obtuvo por fin su independencia en septiembre de 1975. El proceso de descolonizaci¨®n de los pa¨ªses de ?frica y de buena parte de Asia fue sin duda un proceso necesario e inevitable. Lo que ocurre es que se produjo bajo unos presupuestos ideol¨®gicos radicalmente perversos.
Durante dos o tres d¨¦cadas, Europa Occidental arrastr¨® un absurdo complejo de culpa, un complejo que alimentaban con siniestra eficacia los pa¨ªses del bloque sovi¨¦tico, los movimientos de liberaci¨®n del Tercer Mundo y las minor¨ªas intelectuales de la propia Europa desarrollada.
Europa Occidental, o, por decirlo de otro modo, las potencias colonizadoras, eran responsables de todo lo malo que ocurr¨ªa en el planeta, un planeta lleno, por lo dem¨¢s, de inocencia y buenas intenciones. Al demonio blanco, colonizador y explotador se le enfrentaban el honorable marxismo sovi¨¦tico, los corajudos movimientos de liberaci¨®n y una suerte de vaga creencia en que el mundo, sin la Europa capitalista, ser¨ªa una especie de paradis¨ªaco vergel.
La consecuencia de ese sustrato ideol¨®gico fue que Europa Occidental hiciera todo lo posible por abjurar de sus errores y procediera a una ordenada retirada de sus colonias. Claro que de las responsabilidades imputables a Europa quedaban absolutamente exentos los pa¨ªses del Tercer Mundo, pa¨ªses sin tradici¨®n democr¨¢tica que pronto se revelaron como una cantera para toda clase de tenebrosas dictaduras. En el caso de Nueva Guinea, estos prejuicios dieron lugar a una curiosa asimetr¨ªa. Australia (pa¨ªs no europeo, pero s¨ª pa¨ªs blanco, anglosaj¨®n y de tradici¨®n democr¨¢tica; es decir, un pa¨ªs absolutamente criticable para la jerga marxista de aquel tiempo) reconoci¨® la independencia del sector que ocupaba. En cambio, sobre la parte controlada por Indonesia nada hab¨ªa que decir. Nadie exig¨ªa a Indonesia que acabara con la colonizaci¨®n, realizada adem¨¢s en t¨¦rminos brutales, de su porci¨®n de Nueva Guinea. ?Por qu¨¦ deb¨ªa hacerlo? No era un pa¨ªs de cultura europea; no era, en consecuencia, un pa¨ªs explotador.
Hoy Irian Jaya, la parte de Nueva Guinea ocupada por Indonesia, padece el etnicidio (el genocidio en muchas ocasiones) y la indiscriminada explotaci¨®n de sus recursos naturales sin que la comunidad internacional mueva un solo dedo, una situaci¨®n que en modo alguno se habr¨ªa tolerado entonces si la hubieran perpetrado anglosajones australianos. Esta es una de las peores herencias que nos ha dejado el siglo XX: que los pa¨ªses europeos se sienten obligados a ciertos comportamientos ¨¦ticos, mientras que los dictatoriales Estados del mundo subdesarrollado se saben exentos de cualquier responsabilidad.
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