Oasis en Cuenca

Las vacaciones de Semana Santa son prol¨ªficas de viajes y quiz¨¢ tambi¨¦n motivo de alguna reflexi¨®n. Nuestro habitual desplazamiento desde la costa cant¨¢brica hasta la mediterr¨¢nea nos lleva a atravesar toda la meseta castellana. Conducimos siempre con mucha prudencia, respetando las normas de tr¨¢fico y las insistentes advertencias de los coches modernos que avisan al cumplirse las dos horas de conducci¨®n. Al parar en una gasolinera, por motivos de descanso y no de repostaje, encontramos ante la m¨¢quina de caf¨¦ a una abuela de apariencia norteafricana. Obviamente, ni su bereber o ¨¢rabe, ni nuestro euskera o castellano, ni siquiera el franc¨¦s nos facilit¨® la comunicaci¨®n. Pero bast¨® una mirada y un gesto para ayudarle a conseguir un caf¨¦ largo, como quer¨ªa, de aquella cafetera de aceptable infusi¨®n pero inadmisible monoling¨¹ismo.

Este encuentro y nuestra sostenida sonrisa com¨²n no se recogieron en los peri¨®dicos, porque millones de coincidencias como ¨¦sta sucedieron en el planeta. Las portadas se llenaron con guerras y terrorismos, pero esta pausa conquense fue testigo de uno de esos actos que por mir¨ªadas marcan la historia de la civilizaci¨®n.