La cuota
Puedo entender la existencia de las cuotas que corrigen los desequilibrios en el poder entre la presencia femenina y la masculina, porque de hecho constata una realidad, que el n¨²mero de mujeres profesionales es tan alto como el de hombres y, como consecuencia, las mujeres tienen un derecho leg¨ªtimo a llegar a ser tan brillantes o tan est¨²pidas como lo fueron algunos ministros hist¨®ricos, o algunas ministras. El ejemplo de Ana de Palacio es notorio y los adjetivos que le har¨¢n justicia sobran. Pero como mujer (perm¨ªtanme este recordatorio imperdonable de mi condici¨®n) me produce cierta molestia esa exhibici¨®n continua de la cuota en los medios, esa especie de folklore con que se ilustra la noticia: la foto del presidente con sus ministras, la repetici¨®n constante del n¨²mero, ?ocho, que son ocho!, el elogio desmedido a esta decisi¨®n. Digo yo que estas magn¨ªficas se?oras estar¨¢n ah¨ª con su cartera y su despacho porque han hecho un despliegue de sus m¨¦ritos personales, porque se lo merecen, porque tuvieron una ambici¨®n leg¨ªtima y lucharon honradamente por su cargo, o bien, por qu¨¦ no, porque treparon y tuvieron una ambici¨®n desmedida y pusieron tres o cuatro zancadillas. Cada cual consigue las cosas a su manera. No creo que exista un particular estilo femenino, m¨¢s relajado y bondadoso, m¨¢s justo y menos agresivo (he tenido algunas jefas...). Pero en cualquier caso, est¨¢n ah¨ª y no hay nada m¨¢s que hablar. Ahora que demuestren lo que saben, que manden, que est¨¢n en su derecho como hacen ellos. Y que contribuyan en lo posible a que la realidad cambie de tal modo que en un futuro sean innecesarias las cuotas porque sea la sociedad la que refleje la existencia de un mundo igualitario; que no pase como en Estados Unidos, donde existen cuotas para negros, mujeres y gays, en ciertos espacios muy visibles, pero el mundo real sigue siendo tan reaccionario como siempre. Y una s¨²plica: dejemos de poner el acento en el n¨²mero de ministras, que tan ofensivo es a veces el improperio machista como el tono paternal con que algunos periodistas jalean la buena nueva. Es algo que hace pensar que a las mujeres en vez de un derecho se nos concede un regalo. Se vuelve una paranoica y piensa: ?esta columna me la presta mi peri¨®dico por m¨¦ritos propios o por cumplir con la cuota?
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