Un caf¨¦ psicol¨®gico
Por fin descubr¨ª en Par¨ªs el bar donde el escritor austr¨ªaco Joseph Roth sufri¨® su ¨²ltimo delirium tremens en mayo de 1939. Roth era un exiliado no s¨®lo de su patria sino tambi¨¦n de s¨ª mismo. Y no s¨®lo de s¨ª mismo sino incluso de los restos de su genial lucidez arruinada por el alcohol.
Hab¨ªa escrito La marcha de Radeztky y estaba escribiendo, con dificultad y grandes altibajos, su testamento, o testimonio, titulado La leyenda del santo bebedor. Aqu¨¦l d¨ªa, cuando buscaba un caf¨¦ apacible donde sentarme para saborear las p¨¢ginas finales de este libro imperecedero, me top¨¦ casualmente con la placa en la fachada del Touron que proclamaba: "En este edificio vivi¨® y muri¨® el escritor Joseph Roth".
"Todo (comida, bebida, lecturas, m¨²sica y actividades) gira en torno a la psicolog¨ªa", me explic¨® Patrizia Bettoni, quien comparte negocio con Deborah Mager, igualmente psic¨®loga cl¨ªnica
De verdad estaba excitado. Ocup¨¦ la mesa de Roth y copi¨¦, como rob¨¢ndolas, sus palabras escritas en la pared: "Una hora es un lago. Un d¨ªa es un mar. Una noche es una eternidad". Luego pregunt¨¦ al actual due?o del caf¨¦ Touron si hab¨ªa conocido al escritor. "No, pero s¨¦ de muy buena tinta que se mat¨® horas antes de que los alemanes entraran en Par¨ªs. Era jud¨ªo y no quiso acabar en un campo de exterminio". ?Sab¨ªa acaso c¨®mo se suicid¨®? "Pues claro, se peg¨® un tiro en la sien".
Sin embargo no era cierto. El autor de Hotel Savoy muri¨® a consecuencia de la bebida. Y no aqu¨ª sino en la planta superior donde Roth ocupaba una humilde habitaci¨®n de hotel, cuya encargada -la se?ora Germaine- le ofrec¨ªa una copa de pernod a cambio de una p¨¢gina escrita que guardaba celosamente en la caja registradora del bar. Roth estaba arruinado y enfermo.
Muchas noches la se?ora Germaine lo acostaba cuando el alcohol le sal¨ªa por las orejas. Y fue ella quien tuvo que llamar a la ambulancia para que lo trasladara al hospital en pleno delirium tremens. Podr¨ªamos decir que La leyenda del santo bebedor se truc¨® con el paso del tiempo en leyenda de condenados y fabuladores hoteleros.
A pesar de todo me gusta recalar en este caf¨¦ Touron donde siempre que pido un trago imagino a Joseph Roth asiendo su pluma, su pernod y su amarga soledad de exiliado.
Creo que son los libros, o el recuerdo deformado de lecturas, los que nos arrastran a ciertos lugares. Pocas calles mas arriba existe un peque?o hotel en el que se aloj¨® Sigmund Freud durante su primera estancia en Par¨ªs. Est¨¢ en la calle Impasse Roger Collard, que no tiene salida pero a la que llegan ramas de los ¨¢rboles de los jardines de Luxemburgo. Una vez me dej¨¦ llevar por un oscuro deseo y ped¨ª habitaci¨®n en este hotel donde pas¨¦ una de las peores noches de mi vida, cuando lo que esperaba era concitar fantas¨ªas y sue?os reveladores. Tumbado no en un div¨¢n de psicoanalista, sino en la misma cama del inventor del psicoan¨¢lisis, me fue sin embargo negada la voz del inconsciente. Y solo obtuve esa clase de insomnio de pesadilla que habr¨ªa regocijado al maestro vien¨¦s.
D¨ªas atr¨¢s, y tambi¨¦n en el barrio latino, paseaba yo por la calle M¨¦dicis llevando en la mano una biograf¨ªa del reinventor del psicoan¨¢lisis Jacques Lacan (sin duda algo en s¨ª mismo temerario) cuando advert¨ª la existencia de un nuevo bar llamado el Caf¨¦ Psycho. ?Qu¨¦ casualidad!, me dije. Y me met¨ª en ese caf¨¦ donde una joven camarera, a su vez licenciada en psicolog¨ªa cl¨ªnica, me ofreci¨® la ensalada paranoica, el c¨®ctel de frutas Edipo, la tarta culpabilidad y no s¨¦ qu¨¦ otra especialidad de la casa.
?Era esto una broma o una alucinaci¨®n?, pregunt¨¦ a la camarera.
"En absoluto. Se trata del primer caf¨¦ psicol¨®gico de Par¨ªs donde todo (comida, bebida, lecturas, m¨²sica y actividades semanales en el local) gira en torno a la psicolog¨ªa", me explic¨® Patrizia Bettoni, de 26 a?os, quien comparte el negocio con Deborah Mager, tambi¨¦n de 26 a?os y, c¨®mo no, igualmente psic¨®loga cl¨ªnica. Ambas est¨¢n haciendo un doctorado de Antropolog¨ªa psicoanal¨ªtica en la Universidad Par¨ªs-7. "Hasta que tengamos pacientes de div¨¢n, nos conformamos con clientes de caf¨¦", dijeron.
La competencia es feroz tanto en un negocio como en el otro y el Caf¨¦ Psycho puede servir de lazo entre la sociedad y el psicoan¨¢lisis, un saber que merece ser explicado en la calle con palabras de la calle.
Frases lapidarias de Freud cubren las paredes, mientras que la obra de este autor, as¨ª como los Seminarios de Lacan, llenan las estanter¨ªas y quedan al alcance de los clientes del caf¨¦. "Hay gente que entra con curiosidad por saber en qu¨¦ consiste el psicoan¨¢lisis y nosotras tratamos de responder lo mejor que podemos", dijo Patricia. Deborah a?adi¨®: "Creemos en la necesidad y los resultados del psicoan¨¢lisis".
En el caf¨¦ no se practica terapia alguna, ni individual ni colectiva. Es un lugar de encuentro donde un par de veces por semana (previo pago de 10 euros que incluye la consumici¨®n) se habla de la materia y se debaten cuestiones te¨®ricas y pr¨¢cticas en una atm¨®sfera distendida.
En los pr¨®ximos meses se hablar¨¢ de la relaci¨®n entre el psicoan¨¢lisis y la ¨®pera, de escritura y psicoan¨¢lisis, sobre comportamientos reincidentes de los hist¨¦ricos o acerca del fantasma y las ideas pol¨ªticas totalitarias.
El pasado 22 de abril tuve yo mismo la oportunidad de participar en uno de estos encuentros cuyo tema, a cargo de Claudine Bosio, una conocida psicoanalista de Niza, gir¨® en torno a la histeria y a los celos. Parec¨ªa quedar claro lo dif¨ªcil que resulta no solo vivir en pareja con un hombre o mujer hist¨¦rico, propenso a los celos, sino tambi¨¦n lo compleja y en ocasiones frustrante que llega a ser la terapia de esa patolog¨ªa. "Porque una hist¨¦rica no suele decir s¨ª o no; siempre dice s¨ª y no al mismo tiempo".
Rodeado de una veintena de personas de distintas edades y sexo, observ¨¦ que unos mov¨ªan la cabeza dando la raz¨®n a la psicoanalista, mientras que otros mov¨ªan la cabeza asintiendo primero, aunque negando inmediatamente despu¨¦s lo anterior.
?Ser¨ªan estos ¨²ltimos hist¨¦ricos potenciales?, me pregunt¨¦.
Pero no me atrev¨ª a formular esa pregunta en el momento justo que pude hacerlo. Y ahora de verdad lo lamento. Ya es demasiado tarde.
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