Pues hablemos de cultura
Sin duda, se abre una nueva ¨¦poca con la llegada de Rodr¨ªguez Zapatero, tan claro como abrir una ventana, y, qui¨¦n sabe, quiz¨¢ modifique la cultura c¨ªvica de la sociedad espa?ola. Porque el franquismo nos dej¨® estigmatizada la palabra "pol¨ªtica", y nuestra democracia, que todos sab¨ªamos tan llena de silencios forzados, de sobreentendidos, l¨ªmites y miedos, no ha bastado para sentirnos cabalmente expresados en la vida pol¨ªtica. Para el ciudadano medio, la vida pol¨ªtica, protagonizada exclusivamente por partidos cerrados sobre s¨ª mismos, ha seguido siendo un juego de pillos que es contemplado con distancia y escepticismo, "son todos iguales".
Hubo crisis recientes en que la ciudadan¨ªa se expres¨® cr¨ªticamente contra la pol¨ªtica, en casos como el del Prestige, la guerra y muy especialmente ante el uso de la informaci¨®n en un asunto tan doloroso como el atentado de Atocha. En esos casos hubo una clara discrepancia, que era moral antes de nada; era la exigencia de otra ¨¦tica a las actuaciones pol¨ªticas. Y ahora llega Zapatero con ese tono de convicci¨®n que antes, en la oposici¨®n, nadie estimaba, acostumbrados a que la lucha pol¨ªtica fuese otra cosa, pero que ahora, desde el Gobierno, no parece ser astucia o debilidad, sino algo cualitativo, el compromiso de que la pol¨ªtica, aunque autonom¨ªa de la moral, tenga una ¨¦tica. Muchas personas se han visto sorprendidas por ese modo de hablar, como un ciudadano antes de nada, y, qui¨¦n sabe, si ese modo de entender y hacer la pol¨ªtica se realiza en los pr¨®ximos meses, quiz¨¢ comience una nueva relaci¨®n entre la ciudadan¨ªa y la pol¨ªtica. Menos ir¨®nica e, incluso, menos c¨ªnica. Quiz¨¢ frag¨¹e una nueva cultura c¨ªvica que parece apuntar, la conciencia de una ciudadan¨ªa exigente que se sabe respetada por el poder pol¨ªtico y que adem¨¢s, porque respeta a ese poder que ha elegido, est¨¢ dispuesta a ser exigente con ¨¦l.
Pero para que exista plenamente esa ciudadan¨ªa es preciso que cambie el paisaje de la comunicaci¨®n, de esta etapa tan triste que hemos dejado atr¨¢s perduran profetas del odio que esparcen veneno cada d¨ªa desde su tertulia, su peri¨®dico, pero decisivo que en general los medios de comunicaci¨®n recuperen su centro en la profesi¨®n del periodismo verdadero, el que no confunde la propaganda con la informaci¨®n. Pero eso no basta. La cultura de la sociedad espa?ola tiene que ser actualizada urgentemente.
Hemos visto en los ¨²ltimos tiempos todav¨ªa funerales de estado con liturgia exclusivamente cat¨®lica, procesiones y m¨¢s procesiones televisadas, crucifijos y biblias para jurar..., como si la sociedad espa?ola fuese la de hace cuarenta a?os, la que model¨® brutalmente el r¨¦gimen de "los nacionales", como si ¨¦sta no fuese una sociedad fundamentalmente laica y el Estado no confesional. Como si no hubiese ya entre nosotros, entre los que murieron en Atocha y entre los que vivimos, gentes de todas partes, de todas culturas. Como si, en la mayor parte de los lugares, no fuese ¨¦sta una sociedad compleja, mestiza, que poco tiene que ver con la sociedad forzadamente castiza y aut¨¢rquica del nacionalcatolicismo. Precisamos una cultura c¨ªvica que exprese lo que somos, que argumente la dignidad de la diversidad personal, sexual, religiosa, pol¨ªtica, cultural, nacional, ling¨¹¨ªstica... Crear un argumento de nosotros verdadero, en el que entremos todos y nos lo podamos creer. Hace muchos a?os que no somos, m¨¢s bien nunca hemos sido, la familia madrile?a de los setenta de Cu¨¦ntame: un hijo se ha divorciado, la otra se descubri¨® lesbiana y el otro se cas¨® con una chica negra, vive en Barcelona y resulta que habla catal¨¢n...
Desde luego que es preciso integrar en la cultura com¨²n espa?ola a las culturas en otras lenguas, para que Rosal¨ªa, Aresti o Pla sean de todos, para poder volver a o¨ªr a los cantantes catalanes, para conocernos y entendernos. Pero eso, que no ha ocurrido a¨²n, ni deber¨ªa tener que decirse a estas alturas. Y saber de una vez que muchos de nosotros son personas que se sienten parte de un pueblo invisibilizado, el pueblo gitano, a los que s¨®lo reconocemos como figurantes de tablados y protagonistas de sucesos y a quienes hay que reconocer y buscar c¨®mo encajar verdaderamente entre nosotros. Llegan otras minor¨ªas de Asia, de ?frica, que tienen que ser vistas y aceptadas, y a¨²n no hemos aceptado a nuestros hermanos y conciudadanos gitanos.
Y, sobre todo, precisamos salir de una vez del encierro tras los Pirineos, esa se?al de identidad, y entroncar ya con las otras culturas europeas. Porque Europa es nuestra naci¨®n, nuestra verdadera gran naci¨®n, y ni nosotros ni los otros europeos tenemos a¨²n una cultura com¨²n, unas referencias compartidas, pero es urgente crearlas. Sobre todo porque la Uni¨®n Europea casi se ha duplicado estos d¨ªas y ni nos damos por enterados. Y especialmente le interesa a la sociedad espa?ola el conocimiento de otras culturas, otros debates, otras ideas, otros modos, otras lenguas. No estar¨ªa mal que saliese de esta Espa?a preocupada, pero esperanzada, una propuesta para levantar puentes y abrir grifos, que corra no s¨®lo la econom¨ªa, sino tambi¨¦n la cultura de un lugar a otro europeo.
Y, ya puestos, ya que el nuevo presidente ha hecho una significativa alusi¨®n a la cultura, urge revisar la idea que manejamos de creaci¨®n cultural, porque es rancia, est¨¢ muerta, o sea, es equivocada. Tenemos una idea que nos ha llegado de otra ¨¦poca muy lejana, donde la gran tecnolog¨ªa de la comunicaci¨®n era la imprenta. La letra impresa, los peri¨®dicos y los libros podemos prever que seguir¨¢n a medio plazo jugando un papel muy importante, incluso determinante, pero forma parte de un repertorio tecnol¨®gico mucho m¨¢s complejo. Reducir la creaci¨®n y el espacio de la cultura al mundo del libro es como practicar la medicina sin anestesia o renunciar al autom¨®vil y la aviaci¨®n. La cultura entendida de un modo caduco tendr¨ªa su expresi¨®n en las instituciones culturales y sus ritos y ritmos, pero as¨ª como el arte quiere decir la vida, la cultura debe expresar la vida social, y ¨¦sta se expresa a trav¨¦s de la industria, el mercado y tambi¨¦n la creatividad social diversa. Hemos recibido la idea de cultura dentro de los l¨ªmites de "lo nacional", pero la nueva sociedad, la nueva civilidad, corre viva por Internet. La Red est¨¢ siendo la nueva ¨¢gora donde la gente se encuentra, se informa, discute y se organiza. No es en instituciones ni en severas c¨¢tedras, ni siquiera en casi siempre pl¨²mbeas mesas redondas; es en la calle y en la Red donde fluyen los nuevos valores, tendencias, eventos. Quien se encierre en la tecnolog¨ªa inventada por Gutenberg estar¨¢ ignorando nuestro tiempo, la vida. La Biblioteca Nacional, esa instituci¨®n con toda su riqueza y su memoria, es un patrimonio que debe seguir dando de s¨ª, alimentando la cultura, pero no podemos ignorar que ya existe una nueva biblioteca de Babel, un espacio cultural virtual que ya forma parte de nuestras vidas. No entro ahora a discutir si es mejor o peor, s¨®lo digo que es.
Y, en este sentido, de no ignorar la vida, tampoco la Universidad espa?ola puede seguir as¨ª. Aunque actualizada inevitablemente por nuevas generaciones de universitarios y sus nuevas ideas y m¨¦todos, en lo fundamental sigue siendo un mundo cerrado que se mueve en un plano paralelo a la realidad social. Es como si la sociedad no precis¨¢semos de la Universidad, como si s¨®lo la quisi¨¦semos como un colegio para formar licenciados. Es necesario que escuche a la Universidad, y es preciso que la Universidad escuche tambi¨¦n a la sociedad, porque nos sobran instituciones simb¨®licas y burocr¨¢ticas, pero nos faltan lugares de creaci¨®n cient¨ªfica, industrial, cultural.
Quiz¨¢ todo esto se pueda resumir de un modo aproximado diciendo que la idea m¨¢s real y actualizada de lo que es la cultura es el F¨°rum, sea lo que sea ese peque?o mar de ideas y propuestas diversas.
Suso de Toro es escritor.
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