Informar, opinar, declarar...
Despu¨¦s de los terribles sucesos del 11 de marzo y de las elecciones del d¨ªa 14 se ha producido una enorme confusi¨®n en el debate pol¨ªtico y medi¨¢tico. No es nuevo, pero en circunstancias tan graves es mucho m¨¢s significativo que no podamos, no queramos o no sepamos diferenciar las informaciones de las opiniones y, en ¨²ltima instancia, ambas de las declaraciones.
Cuando decimos que una opini¨®n es falsa o verdadera, solemos cometer el error de confundir lo que corresponde a la opini¨®n con lo que se debe atribuir a la informaci¨®n. En principio, las opiniones no son verdaderas o falsas, sino meros puntos de vista que se expresan con libertad en relaci¨®n con los acontecimientos o al margen de los mismos. Naturalmente, una opini¨®n que se fundamente en una informaci¨®n que no se corresponda con la verdad de los hechos que le sirven de base puede considerarse distorsionada e inducir a confusi¨®n a quienes la reciben.
Es perfectamente posible opinar sobre la estrategia que llev¨® a la guerra de Irak, desde puntos de vista radicalmente diferentes, sin que podamos calificar estas opiniones de verdaderas o falsas. Incluso si podemos afirmar que la informaci¨®n sobre armas de destrucci¨®n masiva en Irak era falsa.
Sin embargo, la informaci¨®n sobre hechos concretos s¨ª puede ser calificada de verdadera o falsa. Por ejemplo, la informaci¨®n sobre la autor¨ªa material de un atentado terrorista, con las evidencias en la mano, puede considerarse verdadera o falsa.
La opini¨®n es libre, estemos o no de acuerdo con el opinante. La informaci¨®n es verdadera o falsa, sin m¨¢s. Las hip¨®tesis sobre hechos acaecidos, que penden de una condici¨®n suspensiva, sometida a la verificaci¨®n, o no, de esos hechos, se transforman en informaci¨®n verdadera o falsa seg¨²n el curso posterior de los acontecimientos constatados. Este car¨¢cter suspensivo deber¨ªa condicionar la informaci¨®n y la opini¨®n que se emite para que no resulte distorsionada y distorsionante para el que la recibe.
Tambi¨¦n es frecuente confundir la opini¨®n con la declaraci¨®n. Los responsables pol¨ªticos somos especialistas en cometer este error. Opinar no compromete con una acci¨®n concreta respecto de los hechos en los que se basa. Declarar, sin embargo, comporta un compromiso de acci¨®n, con trascendencia para los dem¨¢s.
En los debates pol¨ªticos en televisi¨®n, ?qu¨¦ tiempos aquellos!, lo normal es que el contraste entre los antagonistas se resuelva a los puntos en t¨¦rminos box¨ªsticos. S¨®lo se produce algo parecido al KO -triunfo claro de uno de los contendientes- cuando se es capaz de llevar al interlocutor a negar la evidencia. Esto, que parece casi imposible, es m¨¢s frecuente de lo que se imagina, por la natural tendencia a negar al contrario cualquier ventaja, aunque tenga raz¨®n. Se pierde todo cuando se discute lo indiscutible, y lo indiscutible se refiere siempre a hechos constatables.
En nuestra condici¨®n de seres humanos, tendemos a no ver -aceptar- aquellos acontecimientos que creemos que nos van a perjudicar, por evidentes que sean en su manifestaci¨®n.
En el ejercicio de interpretaci¨®n m¨¢s favorable de lo acaecido al Gobierno como consecuencia de los atentados del 11-M, s¨®lo cabe la interpretaci¨®n ¨²ltima: negarse a ver lo que los hechos iban mostrando a las pocas horas del terrible suceso. Sin embargo, la perversi¨®n de la actitud consisti¨® en acusar a los que estaban informando verazmente -primero sobre indicios razonables y despu¨¦s sobre datos constatados que ampliaban la evidencia- de manipular o enga?ar.
Naturalmente, visto lo acaecido, se puede interpretar de manera menos favorable la actitud de los responsables del Gobierno, si la negativa a aceptar los indicios, y despu¨¦s las evidencias que se acumulaban, ten¨ªa un prop¨®sito pol¨ªtico, al tiempo que se atribu¨ªa esta intenci¨®n, reitero, a los que cuestionaban la posici¨®n oficial.
Mantener abiertas l¨ªneas de investigaci¨®n diferentes ante cualquier delito forma parte del trabajo policial en general, aunque la acci¨®n preferente se dirija hacia aquella l¨ªnea sobre la que se van acumulando indicios que se transforman en evidencias. Esto ya ocurr¨ªa a las 24 horas de los atentados, como m¨¢ximo, y as¨ª lo expres¨¦, con toda prudencia, en el programa La ventana, de la SER, el propio viernes d¨ªa 12.
Por eso cabe mentir sobre los hechos, o no decir toda la verdad a la hora de informar, manteniendo las opiniones de las que se parte. Imaginemos que ese punto de partida -de buena fe-, teniendo en cuenta los antecedentes, lleva a afirmar que los atentados han sido obra de ETA. Incluso se puede llegar a descalificar, en los primeros momentos, a quien diga lo contrario, como ocurri¨® en la primera comparecencia del ministro del Interior tras los atentados. Era, sin duda, arriesgado, pero todos, o casi todos, cre¨ªmos la informaci¨®n del ministro y la autor¨ªa de ETA, que -conviene no olvidar- era tan capaz de hacer una barbaridad semejante como los que la hicieron.
Pero unas horas despu¨¦s empezaron a aparecer indicios que encaminaban la investigaci¨®n en la direcci¨®n que se demostr¨® que era la correcta, en tanto que el Gobierno manten¨ªa la opini¨®n de que era ETA, y que la investigaci¨®n principal iba en esa direcci¨®n, sin descartar otras posibles autor¨ªas. Entretanto, insist¨ªa, contra toda l¨®gica, contra todo sentido com¨²n, que los que estaban informando sobre la verdadera autor¨ªa eran unos irresponsables y estaban manipulando a la opini¨®n con aviesas intenciones.
Y este desprop¨®sito contra los dem¨¢s se ha mantenido y se mantiene incluso despu¨¦s de las detenciones de autores y c¨®mplices, cuando se habla en torno a la verdad y la mentira sobre el 11-M. Como al comp¨¢s de una mala orquesta, responsables pol¨ªticos, tertulianos y escribidores de corte han desinformado y manipulado en la misma direcci¨®n falsa respecto de los hechos, mientras no cesan de alimentar la caldera de la descalificaci¨®n de los que informaban en la direcci¨®n correcta. Y perdura la actitud, ahora para descalificar el comportamiento de los ciudadanos el d¨ªa 14 de marzo, manteniendo la confusi¨®n sobre los acontecimientos de esos tr¨¢gicos d¨ªas.
Por muchas vueltas que le doy, tengo dificultad para comprender un comportamiento semejante que, desde el punto de vista pol¨ªtico y medi¨¢tico, se situ¨® en el territorio de una grave irresponsabilidad, respecto de nuestra ciudadan¨ªa y respecto de la comunidad internacional. Parec¨ªa -es una opini¨®n- que se hab¨ªa tomado la decisi¨®n de que los ciudadanos creyeran que era ETA..., al menos hasta el lunes d¨ªa 15 de marzo. Si esto se hubiera producido y el resultado electoral hubiera sido diferente -cosa que no creo-, ser¨ªa inimaginable el escenario pol¨ªtico en el que nos habr¨ªamos situado.
Entre los ciudadanos, cuyo comportamiento frente a los atentados fue ejemplar en todos los sentidos, esta actitud produjo el efecto de un hundimiento estrepitoso de la confianza en el Gobierno. En estos casos, lo que m¨¢s necesitan los representados es confiar en los representantes que est¨¢n al tim¨®n. Por eso, la creciente percepci¨®n de que se estaba faltando a la verdad precipit¨® el malestar.
Algunos hablan del efecto acumulativo en las pr¨¢cticas conocidas de negar los hechos, opinando contra la percepci¨®n general de los mismos, como hab¨ªa ocurrido con el Prestige, la huelga general, la guerra de Irak y un largo etc¨¦tera, y es posible que tengan raz¨®n, por lo que argumentaba al principio de esta reflexi¨®n.
Si fuera as¨ª, se convertir¨ªa, o se deber¨ªa convertir, en un aviso general para navegantes en este mar interior especial del que formamos parte pol¨ªticos, informadores, opinantes y declarantes, porque al final siempre nos encontraremos con la opini¨®n p¨²blica, ejerciendo de ciudadan¨ªa, para colocar a cada cual en su sitio.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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