Gaud¨ª, Manyanet y La Sagrada Familia
Hay nombres que fijan un siglo y fechas que sellan una geograf¨ªa. La historia de Espa?a en el siglo XIX pasa primordialmente por Catalu?a, que en una explosi¨®n de cultura e industria, despertar literario y religioso, determina gran parte de los fen¨®menos pol¨ªticos y sociales del siglo siguiente. La revoluci¨®n industrial, la Semana Tr¨¢gica, los movimientos regionalistas, la renaixen?a y el modernismo son fen¨®menos que trascienden la geolog¨ªa catalana para convertirse en palancas de la entera historia de Espa?a. La historia de Catalu?a en ese tramo del tiempo es tambi¨¦n fruto de un renacimiento espiritual con una pl¨¦yade de santos. Ninguna otra regi¨®n hisp¨¢nica ha dado tantos fundadores, escritores y santos, hombres y mujeres, en tan corto espacio.
Gaud¨ª se sit¨²a en el epicentro de esa constelaci¨®n de creadores que desde el arraigo en la naturaleza, la cultura y la fe van a trasformar el panorama espiritual. Como todo fen¨®meno creativo, es ininteligible sin la inserci¨®n en su medio de nacimiento y, sin embargo, los desborda. Si yo tuviera que elegir tres palabras para caracterizarle dir¨ªa que fue un genio, un santo y un pobre. Ven¨ªa de la tierra y del contacto con la naturaleza. Eso le dej¨® en sus venas el sentido del trabajo a la vez que el empe?o por la obra bien hecha.
"Tengo el don de la percepci¨®n espacial porque soy hijo, nieto y biznieto de forjadores de cobre; mi abuelo, tambi¨¦n. Por parte de mi madre en la familia tambi¨¦n hab¨ªa herreros; su abuelo era tonelero, mi abuelo materno era pescador". Si la partida de bautismo afirmaba que hab¨ªa nacido en San Pedro de Reus, ¨¦l, ya arquitecto, dej¨® la duda de si su lugar de nacimiento realmente no fue el taller de calderero que su padre ten¨ªa en una mas¨ªa de Riudoms, pueblo cercano a la capital de Baix Camp. A quienes hemos nacido al calor del fuego en un esca?o de aldea, tal afirmaci¨®n no nos sorprende.
Si eso le aport¨® su contacto inmediato con la naturaleza, el contacto con la cultura le permiti¨® trascender, purificar y universalizar esas ra¨ªces. No fue s¨®lo el magisterio de la Escuela de Arquitectura, sino tambi¨¦n y sobre todo las amistades que cultiv¨®. El fondo cultural representado por J. Verdager y por J. Maragall en una l¨ªnea y en otra representado por don Enrique de Oss¨®; el doctor Torras y Bages; el padre Casanova, SJ; los obispos Grau, de Astorga, y Campins, de Mallorca, y los monjes de Montserrat, nos dan el subsuelo a la vez cultural y religioso en el que crece el arquitecto revolucionario del paisaje urbano de Barcelona.
Junto a influencias identificables est¨¢ ese enigma de cada vida personal y, en nuestro caso, la vida ante Dios de este hombre. Un camino de fe, discernido y consentido, llegando a una actitud de entrega a la obra bien hecha que, recibi¨¦ndola como encargo, se le convierte en la divina misi¨®n de su vida: el templo de La Sagrada Familia. El milagro es resultado de una rigurosa formaci¨®n profesional y de un duro trabajo diario, a la vez que de una intensa vida espiritual, tejida de oraci¨®n ante el Sant¨ªsimo, de comuni¨®n diaria, de formaci¨®n teol¨®gica y lit¨²rgica, que va desde seguir los cursos de canto gregoriano dados por el padre Su?ol en Montserrat hasta la lectura diaria de El a?o lit¨²rgico, del abad de Solesmes Dom Gueranger. En 1911, la lectura en Puigcerd¨¤ de San Juan de la Cruz le inspira la fachada de la Pasi¨®n. ?Qu¨¦ tendr¨¢ la lectura del santo de Fontiveros, que en el siglo XX ha inspirado la poes¨ªa inglesa con los Cuatro cuartetos, de Eliot; la metaf¨ªsica de la Sorbona, con sus grandes maestros girando en torno ¨¦l (Bergson, Blondel, Delacroix, Baruzi, Maritain); la fenomenolog¨ªa alemana con E. Stein; la pol¨ªtica de la nueva Europa en R. Schumann, y la arquitectura revolucionaria de Gaud¨ª?
"A la gloria de Dios se alzan las torres", escrib¨ªa Unamuno, mientras visitaba a J. Maragall en Barcelona. A esa gloria de Dios y para gozo de los hombres se entreg¨® Gaud¨ª sosteniendo sobre sus espaldas la obra ingente. Fue el centro y final de su vida. "Muerto tambi¨¦n el amigo Maragall (1911) y, poco despu¨¦s, el querido mecenas conde de G¨¹ell (1918) y el dilecto Torras y Bages, me sumerg¨ª en la m¨¢s completa soledad. Mis grandes amigos est¨¢n muertos; no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. As¨ª, pues, puedo entregarme totalmente al templo". En ¨¦l viv¨ªa f¨ªsicamente. De la cripta en oraci¨®n al trabajo de las b¨®vedas pasaba sus d¨ªas en intensidad de acci¨®n y de fe, entregado a la misi¨®n. Muri¨® atropellado por un tranv¨ªa, pobre, casi irreconocible. Al apagarse su luz, los barceloneses se percataron de que hab¨ªan convivido con un santo, y no s¨®lo con un genio.
Gaud¨ª construy¨® La Sagrada Familia. Pero, ?qui¨¦n dio la idea? ?De d¨®nde nacieron la ilusi¨®n, los impulsos y los arriesgos que la hicieron posible entonces y la siguen haciendo hasta hoy? El 24 de junio de 1869, un joven sacerdote de 36 a?os, Jos¨¦ Manyanet y Vives, escrib¨ªa al obispo de Seo de Urgel, Jos¨¦ Caixal, proponi¨¦ndole la idea de levantar un templo a La Sagrada Familia. Esa semilla necesit¨® decenios para fructificar y fueron luego otros grupos, movimientos y personas quienes con ¨¦l la sostuvieron hasta el final; pero sin la inspiraci¨®n y empuje de Jos¨¦ Manyanet no existir¨ªa. El 16 de mayo es canonizado por Juan Pablo II, y con ello la Iglesia reconoce el valor de su iniciativa, la santidad de su vida, la ejemplaridad de su ministerio sacerdotal y la fecundidad de su paternidad. Fund¨® dos congregaciones, una masculina (Hijos de la Sagrada Familia) y otra femenina (Misioneras de la Sagrada Familia) extendidos por Europa, ?frica y Am¨¦rica, con casas en los m¨¢rgenes de las grandes ciudades y en el coraz¨®n de ellas: Barcelona, Madrid, Alcobendas, Camer¨²n, Venezuela, Ecuador, M¨¦xico, Italia, Argentina, Italia, Brasil.
Si templo e instituciones de personas no son pura arqueolog¨ªa, ni cultura agotada, ?cu¨¢l es su significaci¨®n permanente? Gaud¨ª y Manyanet, estos hom-bres y mujeres presentes en tantos rincones del mundo, se percataron de que en la vida humana hay realidades nutricias de su dignidad y de su futuro, realidades que Dios ha creado y que ¨¦l mismo, encarnado, ha experimentado. La primera entre ellas es la familia. S¨®lo podemos hablar de La Sagrada Familia si a la vez hablamos de c¨®mo es sagrada la familia. Ella es la ra¨ªz personal y amorosa de la existencia humana, sin la cual el hombre ni llega a ser ni crece con aquel arraigo, libertad y aposentamiento gozoso que necesitamos para acoger la vida no como un destino ciego y violento, sino como un bello quehacer y una sagrada misi¨®n.
En los ¨²ltimos decenios hemos asistido a una revoluci¨®n, acoso de la estructura y derribo de los dinamismos de la familia. Como la escuela, la Iglesia y la Universidad, ella forj¨® sus dimensiones en la cultura rural, preindustrial, local. Hoy ¨¦stas han desaparecido y no hemos ido construyendo lentamente las respuestas institucionales, las soluciones legales y morales, que permitan a la familia nueva adaptarse, afirmarse y consolidarse. La familia tiene unos problemas y tareas que son eternos: suscitar la vida, afirmar la libertad rec¨ªproca, acrecer el amor, mantener la fidelidad entre los tres lados de ese tri¨¢ngulo constituido por: esposa-madre, esposo-padre e hijos-hermanos. Eso siempre fue una necesidad y a la vez un milagro. Los problemas nuevos derivan de grandes conquistas: la mayor¨ªa de edad cultural, la formaci¨®n profesional y la independencia econ¨®mica de la mujer, la necesaria igualdad de derechos en la diversidad de funciones, el acceso de todos los hijos a la escuela y a la Universidad, sin que se hayan actualizado la legislaci¨®n, y sobre todo la resituaci¨®n del esposo y de la esposa respecto de la responsabilidad en el hogar y para con los hijos. A ello se a?aden los problemas de vivienda, desarraigo de la ciudad, p¨¦rdida de los contextos conocidos y de las instituciones sustentadoras.
?Qu¨¦ amenazas pesan sobre la familia? Su depreciaci¨®n social y su trivializaci¨®n como si fuera una estructura arbitraria y convencional, disoluble a gusto. Pesa sobre todo el rechazo de la vida, ya que cuando ¨¦sta se viv¨ªa como don de Dios con la misi¨®n de trasmitirla, entonces los hijos eran motivo de profunda alegr¨ªa y responsabilidad. La vida se recib¨ªa con gozo y con gozo se trasmit¨ªa. Perdida la fe en Dios, y comprendida la vida como mera posesi¨®n propia, ni recibida de nadie ni debida a nadie, la sociedad y la vida pierden su primer fundamento, reducidas a una suma de individuos absolutizados y desentendidos de aqu¨¦llas. Pesa sobre todo la p¨¦rdida del sentido de fraternidad. ?C¨®mo sentir lo que es ser hermano si no se tienen? Quienes somos hijos ¨²nicos sabemos lo que es esa herida, abierta en los costados interiores por nada cerrable. A la familia la amenazan la invasi¨®n de lo p¨²blico en lo privado, de lo oficial en lo personal, y la irrupci¨®n an¨®nima, despersonalizada y no responsable en el hogar, con mensa-jes, propuestas y apelaciones que dejan fuera de s¨ª a los miembros de la propia familia, remiti¨¦ndolos a la comunicaci¨®n con los otros m¨¢s que entre s¨ª, si no permanecen vigilantes y libres. En 1935 escribi¨® M. Garc¨ªa Morente su cl¨¢sico Ensayo sobre la vida privada. Pasar de lo individual ego¨ªsta a lo social responsable es un deber sagrado, pero vaciar la vida personal en la p¨²blica es quedarse sin resortes propios, sin dignidad y libertad, a merced de los ladrones y de los verdugos. La invasi¨®n de la vida personal por lo p¨²blico es la amenaza m¨¢s grave que hoy vivimos, y de la que apenas se aperciben las masas, por su carencia de formaci¨®n cultural y de coraje moral. M¨¢s a¨²n, consideran que esa presencia de lo p¨²blico y su participaci¨®n en ello es su liberaci¨®n. Finalmente amenazan a la familia la desatenci¨®n social y la utilizaci¨®n pol¨ªtica.
Un ejemplo en la historia debe darnos que pensar. ?Por qu¨¦ ha perdurado el pueblo jud¨ªo con tal dignidad y fecundidad cultural pese a tanto dolor y genoci-dio? Hay una respuesta teol¨®gica: porque, siendo creyente, est¨¢ llamado a ser el signo p¨²blico, no borrable por los hombres, de la existencia y unicidad de Dios creador, iluminador y santificador del hombre, frente a los ¨ªdolos y tiranos que se divinizan a s¨ª mismos. Pero hay otra respuesta a ras de tierra y de tejados. Perdura porque en ¨¦l han sido sagradas estas realidades: familia y madre, casa y libro, memoria e identidad. Sin familia no hay arraigo en la existencia; sin el amor que ella ofrece la libertad es mera soledad desesperanzadora; sin el cobijo y propulsi¨®n que ella emite no hay implantaci¨®n gozosa ni germinaci¨®n creadora en el mundo. Antes de asustarse por las crisis familiares y desmanes matrimoniales hay que preguntarse por sus causas y sobre todo sostener y mantener el fundamento de una real familia, de una familia as¨ª sagrada, por amplia, abierta y solidaria.
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es catedr¨¢tico de la Facultad de Teolog¨ªa en Salamanca y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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