El dedo
Cuando ese hombre se levanta cada ma?ana desde hace apenas un mes encuentra ante s¨ª una vida reci¨¦n estrenada. Tiene que adaptarse a las cosas m¨¢s nimias: a la distancia que hay de la cama al water, al lavabo; tambi¨¦n a otras cosas tremendas: a que ya no hay tel¨¦fono rojo, a que el n¨²mero de infatigables pelotas por metro cuadrado se ha rebajado considerablemente, a que no todos los d¨ªas le sacan el bigote en el peri¨®dico. Ay. Ese hombre, reci¨¦n desayunado, se sentar¨¢ a la mesa de su nuevo despacho, mirar¨¢ un momento por la ventana para acostumbrarse al nuevo paisaje y luego pensar¨¢, ?y ahora qu¨¦ se hace? Ese hombre pensar¨¢ que as¨ª deben sentirse los jubilados. Al que fue indio le falta su jefe y al que fue jefe le faltan sus indios. Ay, se le escapa otro suspiro. Ese hombre de vida reci¨¦n estrenada mirar¨¢ de soslayo la bola del mundo que su se?ora le ha colocado al lado del cubilete de los bolis. Este hombre se siente v¨ªctima de una injusticia hist¨®rica; pero como este hombre no mide el tiempo como los hombres normales sino como los prohombres, sonr¨ªe pensando en el d¨ªa en que su figura sea colocada en las enciclopedias en el lugar que se merece: en la CH de Churchill. Por ejemplo. Eso suceder¨¢ quiz¨¢ dentro de 50 a?os, piensa el hombre, yo no lo ver¨¦, lo ver¨¢ mi nieto. Luego, melanc¨®lico, se pregunta: ?y qu¨¦ hago yo mientras estos desagradecidos caen en la cuenta de los que fueron mis m¨¦ritos? Entonces, posa sus ojos de nuevo en la bola del mundo. Primero la mueve al buen tunt¨²n, luego siente que su inter¨¦s crece: ?en qu¨¦ lugar de este planeta azul, se pregunta, se encuentra en estos momentos de alta tensi¨®n mundial el t¨ªo m¨¢s impopular, m¨¢s odiado, al que yo pueda apoyar y de paso hundir a¨²n m¨¢s si cabe a mi partido ante las pr¨®ximas elecciones europeas? El dedo de nuestro hombre, ese dedo que tanto movi¨® en el pasado, se?ala a Washington como pose¨ªdo por una fuerza sobrenatural. ?Claro que s¨ª: Donald Rumsfeld! Y nuestro hombre, olvidadizo de que ya no es presidente (y mira que repiti¨® veces que se iba), mete unas mudas en la maleta y se larga al Pent¨¢gono, a hacer un viaje de Estado.
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