Enlace en la cornisa
LA MONARQU?A y la Iglesia sobrevivir¨¢n a los frescos de Kiko Arg¨¹ello en la catedral de la Almudena. Los fundamentalistas est¨¦ticos musitan el orteguiano delenda est monarchia ante la perspectiva de la boda del Pr¨ªncipe heredero bajo unas estampas iluminadas que desvalijan iconos y c¨®dices miniados para perge?ar un rom¨¢nico katec¨²meno, pero la monarqu¨ªa aguantar¨¢ firme este embate pict¨®rico; el envite de Rouco, con su atropellado encargo de vidrieras y frescos a un dibujante de domingo, ha hecho al cardenal responsable de un delito art¨ªstico, pero tampoco la Iglesia expiar¨¢ el haber perpetrado esas ilustraciones de funci¨®n colegial en el ¨¢bside de la catedral madrile?a. Como otras instituciones testarudas, Monarqu¨ªa e Iglesia se perpet¨²an en el tiempo transformando su car¨¢cter sin alterar su denominaci¨®n, y al cabo lo que subsiste es un envase l¨¦xico para identidades mutantes, de manera que nadie puede llamarse a esc¨¢ndalo por la adaptaci¨®n est¨¦tica de ambas a la democracia medi¨¢tica.
Si la monarqu¨ªa de Felipe de Borb¨®n es s¨®lo nominalmente heredera -al margen de legitimidades y mudanzas din¨¢sticas- de la de Felipe II o Felipe IV, la iglesia de Rouco est¨¢ a¨²n m¨¢s alejada de la de Julio II. Desde luego, hay un gran trecho desde el refinamiento autocr¨¢tico de los grandes Austrias coleccionistas que construyeron El Escorial y reunieron los lienzos de lo que hoy es El Prado hasta la mediocridad mesocr¨¢tica de la casa del Pr¨ªncipe en La Zarzuela, f¨¢cil de confundir con la de un nuevo rico con pretensiones; pero la distancia entre el mecenazgo desp¨®tico de un papado que pod¨ªa dejar tras de s¨ª la Sixtina de Miguel ?ngel o las Estancias de Rafael y el populismo ignorante de unos obispos tan pedestres en sus gustos art¨ªsticos como en sus preferencias musicales es simplemente abismal, como puede comprobar cualquiera que recorra las salas de arte sacro contempor¨¢neo en los Museos Vaticanos o asista a una misa con guitarra y coro en una parroquia perif¨¦rica.
Una boda regia no une solamente a los contrayentes: escenifica el matrimonio del trono y el altar, y su ceremonial urbano refuerza los v¨ªnculos de ambos con esos s¨²bditos y fieles que la democracia contempor¨¢nea prefiere describir como ciudadanos y espectadores. Este paroxismo de la representaci¨®n, que a fin de cuentas es ideolog¨ªa pura, permite entender la naturaleza actual de la Monarqu¨ªa y la Iglesia como instituciones sometidas a un r¨¦gimen de opini¨®n no muy distinto del que rige los ¨®rganos propiamente pol¨ªticos, y explica su empe?o clarividente por presentarse con el ropaje amable de la est¨¦tica de masas. Un Pertegaz museol¨®gico, un Nacho Cano oper¨ªstico y un Pascua Ortega ¨¢ulico triangulan el territorio art¨ªstico del enlace, y el perfil patrimonial de la cornisa poniente madrile?a, con el Palacio Real y la Almudena en di¨¢logo, suministra la postal pintoresca de una ficci¨®n hist¨®rica y el escenario ¨®ptimo para la pompa solemne de un espect¨¢culo publicitario al servicio del Estado y la ciudad.
En el terreno espec¨ªfico de la arquitectura, la boda est¨¢ sirviendo para recordar al autor de la Almudena, el nonagenario Fernando Chueca Goitia, un gran historiador cuya obra acaso inevitablemente historicista ha sido siempre pol¨¦mica entre sus colegas, pero que aqu¨ª remata con sensibilidad escenogr¨¢fica la cornisa sobre el Manzanares, y en esa medida se integra en el paisaje urbano de una posmodernidad populista o costumbrista. En todo caso, los lenguajes pret¨¦ritos usados por Chueca en la construcci¨®n de la catedral han sido hechos buenos por la posterior ornamentaci¨®n de las capillas y la ejecuci¨®n de los frescos y vidrieras, tan abominables que la higiene visual exige abstenerse de comentarlos, y aun de conocerlos; siguiendo en eso el ejemplo de mis admirados Aki Kaurismaki, que censura los thrillers americanos sin dignarse verlos, y Emilio Lled¨®, que reformar¨¢ la televisi¨®n desde el "comit¨¦ de sabios" sin transigir en tener un aparato.
A esta conclusi¨®n parece haber llegado tambi¨¦n el arquitecto Ignacio Vicens, que ha procurado dignificar el deplorable escenario del enlace ocultando las capillas con mamparas y con tapices de tema b¨ªblico -los mitol¨®gicos se han empleado para decorar el patio del Palacio Real donde se celebrar¨¢ la comida-, y oscureciendo las vidrieras para, adem¨¢s de proteger los tapices, desviar la atenci¨®n de los frescos ofensivos. Vicens, que combina la sensibilidad pl¨¢stica con la erudici¨®n lit¨²rgica, y que dise?¨® con elegancia minimalista los estrados de la ¨²ltima visita papal, no ha podido en esta ocasi¨®n completar sus arquitecturas ef¨ªmeras por la obstinaci¨®n inculta del arzobispado madrile?o, pero a¨²n as¨ª ha sabido configurar un plat¨® Potemkin que deleitar¨¢ a millones de telespectadores, y ojal¨¢ evite a los espa?oles el bochorno de vernos representados ante el mundo por la iconograf¨ªa na¨ªf de un telepredicador iluminado.
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