Dentro de un monumento en Praga
EL SE?OR VACULIK me invit¨® a acompa?arle a la sede del Pen Club, cerca de la plaza de Wenceslao, donde Jiri Grusa, su amigo y personaje central de El libro checo de los sue?os, iba a dar una charla sobre los avatares de su elecci¨®n como presidente del Pen Club Internacional, y en el camino hablamos de los nuevos autores. Vaculik los sigue, me parece, con m¨¢s simpat¨ªa que inter¨¦s. "Los escritores de mi generaci¨®n habl¨¢bamos, escrib¨ªamos sobre el hombre en su contexto hist¨®rico, el compromiso social, los grandes problemas existenciales; mientras que los de ahora son m¨¢s intimistas y egoc¨¦ntricos, lo que no me parece ni mal ni bien, a cada tiempo su enfoque, supongo". Sentados en la salita de conferencias del Pen checo, le pregunt¨¦ qu¨¦ piensa cuando hojea El libro checo de los sue?os. Me dijo que no se atreve a abrirlo: "Lo escrib¨ª en un tiempo demasiado doloroso". Le dije, es uno de mis libros favoritos, algunos episodios son inolvidables. Por ejemplo, la escena en que Vaculik y Havel se presentan en la s¨®rdida, alcoh¨®lica boda de una compa?era de clandestinidad, que ha sido amante de varios disidentes, y de la que ambos sospechan que es confidente y les ha vendido a la Polic¨ªa... O el paseo en el que Vaculik trata desesperadamente de convencer a su amiga de que no se exilie, que cada vez que uno se fuga a Occidente el golpe para los que se quedan es demoledor... O la visita de su hijo, que llega de Par¨ªs con su encantadora esposa francesa para pasar unas vacaciones en Praga, y se sorprende al encontrar a pap¨¢ tan amargado, tan mordaz, tan exasperado
... Las conversaciones mudas con Grusa en la cocina, escribiendo el di¨¢logo en papelitos para eludir micr¨®fonos... Las relaciones con los polic¨ªas que le custodian... Ese deambular en tranv¨ªa por la ciudad espl¨¦ndida y opresiva como en La confesi¨®n, de Arthur London, con los libros peligrosos en la cartera... Esa inmensa cantidad de energ¨ªa, inteligencia y coraje volcada en tareas que dejan frutos tan escasos y amargos
... Incluso las eruditas reflexiones sobre sus trabajos de jardiner¨ªa los fines de semana en la casa de campo encogen el coraz¨®n.
El se?or Vaculik asent¨ªa con la cabeza, devuelto a las p¨¢ginas oscuras del pasado. "No lo puedo releer", repiti¨®. En ¨¦sas, Jiri Grusa, un hombre bajo, orondo, de gran cabeza, con un elegante traje marr¨®n, subi¨® a la tarima y se lanz¨® a un mon¨®logo salpicado de an¨¦cdotas y alusiones que me resultaban ininteligibles. La risue?a audiencia, no m¨¢s de veinte hombres y mujeres de ya avanzada edad, le re¨ªa los chistes y le interpelaba. Hab¨ªa entre Grusa y ellos una complicidad de d¨¦cadas. Seg¨²n iba reconociendo algunos rostros -escritores buenos, regulares y flojos- me fui dando cuenta de que aquellos hombres y mujeres eran, como el mismo Grusa, y como Vaculik, los sufridos y perseguidos protagonistas y figurantes de El libro checo de los sue?os. ?Nunca me hab¨ªa visto literalmente rodeado por los personajes de un monumento de la literatura centroeuropea! Y despu¨¦s de la conferencia, cuando pasamos al sal¨®n, viendo aquellas caras y al se?or Vaculik riendo maliciosamente, record¨¦ las l¨ªneas finales de la novela de Proust, donde habla de los miembros de su tribu y de las personas en general, a las que dice hay que ver no como los seres peque?os que son en el espacio, sino como gigantes en el tiempo pues "lindan con ¨¦pocas tan distantes, entre las cuales vinieron a situarse tantos d¨ªas". I. V.-F.
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