Jap¨®n
Deca¨ªdo el punto m¨¢s cool de lo norteamericano, en el horizonte pop crece Jap¨®n. Nos sentir¨ªamos intimidados por los incontables restaurantes japoneses que han aparecido en todas las ciudades occidentales si no fuera por la suavidad de su estilo. Pero, ahora mismo, no hay cocinero, arquitecto o dise?ador verdadero, empezando por Adolfo Dom¨ªnguez, que no admitan su deuda con el minimalismo nip¨®n. Hasta hace poco, la crisis econ¨®mica de una d¨¦cada entera mantuvo a Jap¨®n bajo el diagn¨®stico de un fracaso, pero el a?o pasado sus bancos ganaron dinero y la marca japonesa recobr¨® entidad: desde los nuevos estampados de Kenzo a las tecnolog¨ªas de Toyota, desde la neurosis de los "toyzs", o mu?ecos futuristas, al misterioso mundo del robot.
Ser como un japon¨¦s es imposible, no importa lo raro que se sea ni la firme voluntad de borrar la identidad, y ¨¦sta es su atracci¨®n suprema. Sof¨ªa Coppola y Quentin Tarantino han abandonado a sus parejas para unirse entre s¨ª, tras Lost in Traslation o Kill Bill, con la imposible adherencia orientalista. En las ropas y los vuelos, en los platos y en el cine, en la decoraci¨®n o en el coche (Lexus o Infiniti) Jap¨®n resulta tan kawai como dif¨ªcil de copiar puesto que su exhaustiva imitaci¨®n industrial previa ha agotado hasta su m¨ªmesis. De este modo, tanto el imperio de sus signos como el sentido de su cultura, no se absorbe nunca. De una parte, Jap¨®n opone un blindaje formal y, de otra, un fondo que se desliza veloz como los peces, las perlas o la seda. Louis Vuitton lanz¨® en 2003 una l¨ªnea llamada "florecer de los cerezos" donde no aparecen las flores ni los cerezos expresamente sino los motivos que obtiene de ellos Takashi Murakami. No son los ¨²nicos con esta inspiraci¨®n frutal: las camisetas de Morgan o los pendientes de Dior de Castellane, est¨¢n poblados de brillantes cerezas rojas. ?Puede decirse por tanto que todo esto constituye tan s¨®lo un aderezo? Claro que no. En los ¨²ltimos a?os -seg¨²n Elle-France- las exportaciones culturales japonesas en el mundo se han multiplicado por tres mientras las norteamericanas (dise?adas y servidas por Bush) se han partido por la mitad.
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