Viento solar
Este planeta vuela por el espacio a 30 kil¨®metros por segundo y a esa misma velocidad van cabalgando juntos los sabios y los idiotas, las v¨ªctimas y los verdugos, los ni?os muertos de hambre y los militares asesinos, las v¨ªboras con la boca abierta, los tigres espl¨¦ndidos, los papagayos, todos los mendigos, las tar¨¢ntulas, los m¨ªsticos alucinados, los dictadores de guayabera, los monjes tibetanos, los navajeros de cabeza rapada, los enamorados cogidos de la mano y las hienas sarnosas. A personas y animales en ese alucinante viaje los acompa?a el Parten¨®n quebrantado por una explosi¨®n de dinamita, los m¨¢rmoles esculpidos por Miguel Angel, la cabra que Picasso cre¨® en hierro puntiagudo como la metralla y tambi¨¦n el desbocado caballo de Piero della Francesca que el propio Picasso le plagi¨® en el Guernica, el autorretrato de Durero, los senos de Simonetta Vespucci que pint¨® Antonello de Mesina , los tercetos de Dante, el Cristo de Vel¨¢squez, los jugadores de cartas de Cez¨¤nne y el polvo de oro de todos los ¨¢ngeles m¨²sicos establecido en los retablos. El arte permanece inc¨®lume sin que le afecte el v¨¦rtigo de este viaje alucinante, pero el viento solar compuesto por trillones de part¨ªculas elementales por metro c¨²bico contra el que choca la vida del planeta puede que sea el causante de la locura humana. A esa terrible velocidad de 30 kil¨®metros por segundo se debe el que las almas de personas y animales se inyecten unas a otras y se confundan, de forma que la trasmigraci¨®n se produzca en este mundo a la vista de todos. Solo as¨ª se explica que algunos cardenales asomen por debajo de los armi?os una cabeza de cocodrilo o que los moralistas te miren tiernamente con un alacr¨¢n en cada ojo a la hora de redimirte o que los tiranos que se creen leones alados no pasen de ser unas ratas h¨²medas a bordo de sus helic¨®pteros que defecan misiles sobre los hospitales. Hubo un tiempo en que los animales fueron dioses. Los escarabajos labrados en oro de Babilonia, los b¨²hos deslumbrados que vigilaban el sue?o de las momias egipcias, los monos l¨²bricos encaramados en los templos hind¨²es se hallan todav¨ªa inmersos en nuestras vidas y cabalgando juntos estrellamos el alma com¨²n contra el viento solar convirti¨¦ndola en un fuego fatuo. La vida es breve, el arte es largo, dec¨ªan los romanos. El veneno de una serpiente nos puede salvar, pero tambi¨¦n nos puede hacer todav¨ªa inmortales el dorado pez¨®n de Simonetta Vespucci si lo degustamos con un helado de chocolate.
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