Un sensual paisaje ex¨®tico
Satisfizo a Octavio Paz tanto como a Severo Sarduy, y le vali¨® a su autor, el mexicano Alberto Ruy S¨¢nchez (M¨¦xico DF, 1951) el valioso Premio Xavier Villaurrutia. Los nombres del aire (1987) se reedita con muy buen criterio, habida cuenta de que en estos enrarecidos tiempos de demonizaci¨®n del islam una novela como ¨¦sta, concebida a modo de homenaje a la cultura y la civilizaci¨®n ¨¢rabe, viene a resultar una suerte de b¨¢lsamo.
Para regocijo de quienes gustan de la fusi¨®n de culturas y la mezcolanza de g¨¦neros, Ruy S¨¢nchez ofrece en su ¨®pera prima un estimulante injerto de la l¨ªrica en la novela y del imaginario ¨¢rabe en la sensibilidad latina. Su objetivo literario no es otro que la exploraci¨®n del deseo, y se vale para cumplirlo de la invenci¨®n de un espacio imaginario, la ciudad de Mogador -on¨ªrica met¨¢fora de Al Andalus- y del despliegue de un estilo po¨¦tico, trufado de recurrencias, de ¨¦cfrasis y de sinestesias, que el propio autor ha denominado "prosa de intensidades", y que sustenta el caudal de voces y deseos entretejidos en el texto hasta formar una figura geom¨¦trica como la que observa la protagonista Fatma en la celos¨ªa que oculta su alma a los voluptuosos habitantes de Mogador.
LOS NOMBRES DEL AIRE
Alberto Ruy S¨¢nchez
Alfaguara. Madrid, 2004
111 p¨¢ginas. 13,50 euros
No se busquen aqu¨ª, no obs-
tante, abalorios verbales, gratuitos arabescos o escenarios de cart¨®n-piedra como los que en ocasiones se le brindan al lector para disfrazar con ellos un pu?ado de t¨®picos acerca de una cultura ex¨®tica que a todas luces se simula pero se desconoce. Nada m¨¢s lejos de una chinoiserie que Los nombres del aire, minuciosa narraci¨®n de la que ni una sola l¨ªnea ha sido escrita a humo de pajas. Ruy S¨¢nchez sabe lo que se trae entre manos, conoce la m¨ªstica suf¨ª y sus s¨ªmbolos (el p¨¢jaro solitario, por ejemplo, cuyas virtudes cantara Juan Goytisolo), construye sobre la base de una estructura especular y conc¨¦ntrica arraigada en la tradici¨®n literaria ¨¢rabe, se sirve de la narraci¨®n oral que inventan los halaiqu¨ªs o cuentistas de zoco, y describe con inusual plasticidad un sensual paisaje ex¨®tico que, le¨ªdos los primeros cap¨ªtulos de su relato en forma de suite musical, consigue que no nos resulte ajeno. "Olemos el aroma yodado del mar del puerto de Mogador", advierte Luce L¨®pez-Baralt, la prestigiosa arabista que avala hasta la ¨²ltima palabra de la novela, asom¨¢ndonos a los ba?os p¨²blicos convertidos en voyeurs ("?qu¨¦ era el hammam por la ma?ana? Grito, pastilla de jab¨®n disuelta en agua, cabellera enredada, yerbas de olor evaporadas, un gajo de naranja en una fuente de semillas de granada, menta y hashish en labios gruesos, un durazno mordido...", p¨¢gina 47), de tal modo que un halo de veracidad se adue?a del relato. Con todo, es su excepcional talento para transmitir la tensi¨®n emocional, el silencio c¨®mplice entre sus personajes, el misterio del deseo, lo que cautiva poderosamente. Ruy S¨¢nchez transmite sobre todo aquello que ni se ve ni se escucha, transmite lo que se siente, y ah¨ª reside su mejor condici¨®n de poeta, puesta de manifiesto tambi¨¦n en En los labios del agua y Los jardines secretos de Mogador (2001), los otros dos relatos que componen la trilog¨ªa que inici¨® Los nombres del aire, y en la que van y vienen a la memoria las correspondencias simb¨®licas de Baudelaire, poeta que Ruy S¨¢nchez tiene muy presente, pero tambi¨¦n, como dej¨® dicho Sarduy, las p¨¢ginas costumbristas de Pierre Loti y la pintura arabista, luminosa y m¨ªtica, de Delacroix a Fortuny y Matisse. Su literatura nace en el objeto pero muere en el sentimiento, como la naturaleza muerta se vuelve metaf¨ªsica en el barroco, al que pertenece la novela aunque s¨®lo sea porque en sus p¨¢ginas los demonios del amor, el deseo y la carne aspiran siempre a conocer la experiencia espiritual.
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