Los 'neocons', profetas del pasado
La coincidencia en el tiempo, con apenas unas semanas de diferencia, de la muerte de Ronald Reagan y del aniversario de los 25 a?os en que Margaret Thatcher lleg¨® al 10 de Downing Street, nos da la oportunidad de hacer una reflexi¨®n no hagiogr¨¢fica sobre lo que ha significado la revoluci¨®n conservadora que ambos lideraron en la d¨¦cada de los a?os ochenta, y su continuidad en los postulados que hoy defiende la camarilla que ocupa la Casa Blanca y que ha recibido el apelativo de neocons.
La revoluci¨®n conservadora de los ochenta se instal¨® con voluntad de permanecer, m¨¢s all¨¢ de los mandatos electorales que correspond¨ªan a Thatcher y Reagan. Y lo hizo aprovechando las debilidades de sus antecesores, los laboristas en Gran Breta?a, y los dem¨®cratas en EE UU. Thatcher toma posesi¨®n como primera ministra a principios de mayo de 1979, con un discurso que resultar¨ªa premonitorio por ser lo contrario de lo que hizo en su largo periodo como l¨ªder conservadora. Parafraseando a San Francisco de As¨ªs, dijo: "All¨¢ donde haya discordia, llevemos armon¨ªa. Donde haya error, llevemos la verdad. Donde haya duda, llevemos fe. Donde haya desesperaci¨®n, llevemos esperanza". La fuerza ideol¨®gica del thatcherismo provino de la cr¨ªtica al corporatismo laborista y del contrato social entre socialdem¨®cratas y democristianos que no consigui¨® superar la etapa de estancamiento econ¨®mico con inflaci¨®n, de su condena de la burocratizaci¨®n de los servicios sociales, de los temas tradicionalmente importantes para la derecha como la seguridad ciudadana y la cuesti¨®n racial, y tambi¨¦n del colapso y desintegraci¨®n del "gran debate" laborista sobre la educaci¨®n.
Reagan pretendi¨® acabar con el impulso de medio siglo de pol¨ªtica americana, que hab¨ªa nacido con el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, y que hab¨ªa tenido su continuaci¨®n en la Great Society de Johnson. Los elementos permanentes del New Deal ser¨ªan, casi por medio siglo, el n¨²cleo del movimiento liberal (socialdem¨®crata) norteamericano: el uso de la pol¨ªtica (fiscal) para asegurar la adecuaci¨®n de la demanda social, un gran esfuerzo para redistribuir el ingreso hacia los miembros con menores ingresos (por ejemplo, la Seguridad Social), una creciente regulaci¨®n de algunos sectores estrat¨¦gicos de la econom¨ªa para dominar lo que Eisenhower llamar¨ªa luego complejo industrial-militar. Por unas d¨¦cadas, los ciudadanos de EE UU dejaron de considerar al Gobierno como un enemigo y pasaron a verlo como algo de todos. Reagan lleg¨® a la Casa Blanca blandiendo la opini¨®n contraria: el Gobierno es el problema, no la soluci¨®n.
Ser¨ªa absurdo relativizar la potencialidad y la fuerza hist¨®rica que ha tenido la revoluci¨®n conservadora de Thatcher y Reagan, que supuso una ruptura decisiva con las tradiciones del acuerdo social de la posguerra basado en la extensi¨®n de las libertades pol¨ªticas, el keynesianismo econ¨®mico y en el Estado de bienestar social. Ambos l¨ªderes conservadores partieron por la columna vertebral la "revoluci¨®n del aumento de los derechos" que muchos ciudadanos hab¨ªan incorporado a su cultura general desde los movimientos de mayo del sesenta y ocho.
La revoluci¨®n conservadora tuvo dos momentos distintos: el primero, m¨¢s economicista, pretendi¨® limitar la presencia del Estado en la econom¨ªa a trav¨¦s de la desregulaci¨®n y las privatizaciones. Intentaron lograr que las demandas de los sindicatos, los asalariados y los marginados apareciesen a los ojos de las clases medias como incompatibles con los objetivos de la racionalidad econ¨®mica y, como consecuencia, del inter¨¦s nacional. A pesar de una pol¨ªtica extremadamente ideologizada, Thatcher no consigui¨® reducir el tama?o del Estado, pero dej¨® deconstruida la sanidad p¨²blica, la ense?anza p¨²blica, los transportes p¨²blicos, los servicios p¨²blicos... Sin capacidad de recuperaci¨®n todav¨ªa un cuarto de siglo despu¨¦s. Reagan, m¨¢s pragm¨¢tico, aplic¨® un keynesianismo de derechas consistente en reducir los impuestos a los m¨¢s acomodados y aumentar al mismo tiempo los gastos de seguridad y defensa, lo que llev¨® al pa¨ªs a un d¨¦ficit fiscal r¨¦cord y a convertir a EE UU en la naci¨®n m¨¢s endeudada del planeta despu¨¦s de haber sido hist¨®ricamente acreedor neto. Los conservadores consiguieron situar los impuestos en el primer lugar de los debates, haciendo subsidiario el desarrollo y la calidad del Estado de bienestar. La crisis fiscal del Estado hizo lo dem¨¢s.
La meta de liberalizar los mercados produjo en muchos casos -parad¨®jicamente- una intensificaci¨®n de la actividad del Estado siempre en defensa de las empresas y de los mejor constituidos econ¨®micamente. El mejor ejemplo de ello fue la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica de Reagan: el Estado americano defin¨ªa la demanda de art¨ªculos de guerra en t¨¦rminos de las necesidades de los proveedores (las multinacionales de la guerra); el Estado creaba la demanda en estrecha colaboraci¨®n de los productores, y m¨¢s tarde compraba el producto. Es el ir¨®nico cumplimiento de uno de los teoremas m¨¢s queridos por la econom¨ªa de la oferta de los conservadores: la ley de Say, en la que la oferta crea su propia demanda.
La revoluci¨®n conservadora tuvo sus mayores d¨ªas de gloria en la d¨¦cada de los ochenta cuando sus postulados fueron tan asfixiantes que devinieron en pensamiento ¨²nico. En los departamentos universitarios, servicios de estudio, organizaciones multilaterales, tanques de pensamiento, ministerios de Econom¨ªa..., el que no estaba de acuerdo con las tesis de la desregulaci¨®n de los mercados, el equilibrio presupuestario m¨¢s all¨¢ de los ciclos, la extinci¨®n de cualquier sector p¨²blico empresarial, etc¨¦tera, era marginado. S¨®lo dio s¨ªntomas de agotamiento al estrellarse con la realidad, durante los a?os noventa, al multiplicarse las crisis finaneras con gran capacidad de contagio debido a la globalizaci¨®n. Del mismo modo que los l¨ªmites del keynesianismo, ya lo hemos dicho, estuvieron en la incapacidad de combatir el estancamiento econ¨®mico con inflaci¨®n, los de la revoluci¨®n conservadora se situaron en el crecimiento exponencial de la desigualdad y la exclusi¨®n en el mundo.
Despu¨¦s del periodo m¨¢s gris de Major y Bush padre (ep¨ªgonos de Thatcher y Reagan), laboristas y dem¨®cratas volvieron al poder en Gran Breta?a y EE UU. Pero la potencia de la revoluci¨®n conservadora se demostr¨® en las pol¨ªticas aplicadas por la tercera v¨ªa de Blair y Clinton, que desarrollaron un thatcherismo y un reaganismo de rostro humano, pero sin cambiar los vectores fundamentales del conservadurismo. Blair contin¨²a mandando, pero en EE UU la d¨¦cada de los noventa (los felices noventa, seg¨²n expresi¨®n de Stiglitz) supuso el exilio de la Casa Blanca y sus alrededores de los m¨¢s reputados te¨®ricos del neoconservadurismo, que por ello odiaron a Clinton e hicieron todo lo posible (que fue mucho) para impedir que el dem¨®crata Al Gore ganase las elecciones presidenciales de 2000. Los t¨¦cnicos de la revoluci¨®n conservadora se hab¨ªan refugiado en la multitud de fundaciones y tanques de pensamiento financiados por las m¨¢s poderosas multinacionales, a esperar que escampase y volviesen los suyos. Ocuparon los espacios acad¨¦micos y generaron una doctrina concreta que titularon Proyecto para un nuevo siglo americano. A principios del siglo XXI, se trasmutaron en los neocons, escogieron a George W. Bush como su l¨ªder (buscando analog¨ªas simplistas con la personalidad de Ronald Reagan) y se instalaron en los puestos m¨¢s importantes de la Casa Blanca y el Pent¨¢gono. Los Cheney, Wolfowitz, Perle, Rumsfeld, Rice, Ashcroft, Kristoll, Kagan, etc¨¦tera, son la continuaci¨®n modernizada de los a?os ochenta y buscan su segunda y definitiva oportunidad fusionando el partido de las ideas (¨¦lites intelectuales) con el partido de los intereses (negocios).
Como las bases para el neoconservadurismo econ¨®mico (primera fase del proyecto) segu¨ªan puestas y no hab¨ªan sido transformadas por los dem¨®cratas, su esfuerzo est¨¢ encauzado ahora en lograr una ¨¦poca conservadora cultural y moral, sin marcha atr¨¢s. En este sentido, los neocons son los restauradores de otros tiempos, los profetas de un nost¨¢lgico pasado que quieren hacer volver, terminando con el sentido laico de la vida (de ah¨ª el rezo al comenzar las clases en los colegios y la prohibici¨®n, en algunos sitios, de explicar la teor¨ªa de la evoluci¨®n de las especies de Darwin), con el feminismo, la discriminaci¨®n positiva a favor de los m¨¢s d¨¦biles, el ecologismo, la vehemencia en el garantismo y en las libertades frente a la seguridad, el igualitarismo a trav¨¦s de la escuela p¨²blica, etc¨¦tera. ?sta es la segunda fase de la revoluci¨®n conservadora.
Los neocons son hoy una camarilla hegem¨®nica en la Casa Blanca, que coexiste con los funcionarios y el aparato tradicional del Partido Republicano. El analista William Polk, que fue miembro del equipo de John F. Kennedy, ha escrito que en el equipo de Bush coexist¨ªan al principio cinco grupos: el Partido Republicano, compuesto por el presidente, los cargos electos, sus partidarios en el Congreso y el asesor principal de Bush, Karl Rove (de quien se dice que su ¨²nica ideolog¨ªa es lograr lo mejor para el partido); el n¨²cleo del Partido Republicano que se identifica con la pol¨ªtica que beneficia a las grandes empresas, y que dirige el vicepresidente Cheney; los defensores del resurgir del fundamentalismo cristiano, tambi¨¦n representado por Bush, que no cree en las intermediaciones con Dios (Bush ha logrado unir en una misma persona la cabeza de la derecha religiosa y la del presidente de EE UU); los neocons, dos docenas de personas que han evolucionado desde el trotskismo (del que conservan su concepci¨®n de la revoluci¨®n permanente) hasta la derecha radical, que dominan el Departamento de Defensa y rodean al secretario de Estado, Colin Powell, una paloma en relaci¨®n a ellos; y los sionistas cristianos, que han atizado el fuego contra Afganist¨¢n e Irak, y pretenden hacerlo luego contra el resto de los pa¨ªses del eje del mal (Siria, Ir¨¢n, Corea...) y son los mejores aliados del Estado de Israel y de los dirigentes del Likud como Sharon y Netanyahu.
Cuando llegan los atentados terroristas del 11-S, emergen con todo su poder e influencia los neocons, que cooptan para sus intereses al resto de los grupos. En esa coyuntura de confusi¨®n y pesimismo se ofrecen al presidente Bush con un programa para gobernar. Lo mismo que hicieron los Chicago boys con Pinochet en los a?os setenta, tras el golpe de Estado de Chile, lo practican los nuevos conservadores americanos: se ofrecen para gobernar, para administrar la crisis, entendiendo desde el primer momento que la cat¨¢strofe terrorista configura otra oportunidad para aplicar su programa neocons y para restaurar ese pasado imperial y sin contrapoderes.
De las elecciones presidenciales de noviembre depende desalojarlos o darles tiempo para desarrollar esas tesis que est¨¢n sustituyendo el derecho y la legitimaci¨®n por la coacci¨®n. Un l¨²cido cr¨ªtico franc¨¦s ha denominado a la primera generaci¨®n de neocons "profetas del pasado". Denominaci¨®n correcta: primero intentaron socavar y destruir el consenso basado en el Estado de bienestar, y ahora tratan de invertir los cambios pol¨ªticos y sociales m¨¢s progresistas realizados en el siglo pasado.
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