Contra la imbecilidad
A Chesterton le est¨¢ costando m¨¢s que a Huxley o a Kafka entrar en el canon de la alta cultura. Se me ocurren tres razones. La primera es que sus libros hacen re¨ªr. La segunda, que era cat¨®lico. Y la tercera, que sus novelas resultan hoy un poco desali?adas y excesivas.
Contra lo primero no se puede hacer nada. El talento de Chesterton para expresar en forma de paradoja hilarante las tr¨¢gicas contradicciones de la modernidad hacen de ¨¦l un humorista tan grande como Borges, que lo admir¨® mucho. S¨®lo cabe esperar que a la risa se le reconozca alg¨²n d¨ªa su poder para desenmascarar la imbecilidad y en consecuencia su contribuci¨®n en la b¨²squeda universal de la verdad.
En cuanto a la segunda resulta chocante que, como dice Santiago Alba Rico en el interesante pr¨®logo que abre esta nueva traducci¨®n de La taberna errante (1914), la recuperaci¨®n de este escritor supuestamente conservador y reaccionario se est¨¦ llevando a cabo desde la izquierda. Ya nos gustar¨ªa que todos los reaccionarios del mundo fueran como Chesterton y que miraran con la misma admiraci¨®n que ¨¦l a ese par de borrachines -Dalroy y Pump- que con su sencillez, su humanidad y su sentido com¨²n ponen en solfa el orden establecido. Establecido por los imb¨¦ciles.
LA TABERNA ERRANTE
G. K. Chesterton
Traducci¨®n de Tom¨¢s Gonz¨¢lez Cobos y Jos¨¦ El¨ªas Rodr¨ªguez Ca?as, con la colaboraci¨®n de Ione B. Harris y
Jonathan Gleave
Acuarela Libros. Madrid, 2004
346 p¨¢ginas. 15 euros
La tercera es un mero pro
blema de recepci¨®n. Recibimos a Chesterton como un novelista cuando en realidad deber¨ªamos leerlo como un ensayista, como un escritor de debates con envoltorio narrativo. Sus personajes parecen arquetipos porque no son personajes, sino portavoces de una idea. No s¨¦ si alguien se ha tomado la molestia de entresacar frases brillantes y paradojas de las obras de Chesterton y componer con ellas un manual de consulta, como se hizo con las sentencias de la madre Celestina. En La taberna errante encontrar¨ªa muchas. Mi favorita es la que define a Ivywood, el pol¨ªtico vegetariano que pone en funcionamiento la acci¨®n de la novela prohibiendo la venta de alcohol. Su restricci¨®n obliga al capit¨¢n Dalroy y al tabernero Pump a huir por toda Inglaterra con un queso de bola, un barrilito de ron y el letrero de su antigua taberna, que van colocando aqu¨ª y all¨ª, burlando la ley regeneracionista de este progresista de pacotilla. La frase en cuesti¨®n dice: "A lord Ivywood no le interesaban los perros; lo que s¨ª le interesaba era la Causa de los perros". Sustituyamos la palabra perro por cualquier otra (pobreza, democracia, paz) y tendremos delante de nosotros un perfil reconocible: el del imb¨¦cil contempor¨¢neo. Porque m¨¢s que un alegato contra el totalitarismo, La taberna errante es un alegato contra la imbecilidad. Claro que la imbecilidad est¨¢ siempre en el principio de cualquier intransigencia.
Son varias las manifestaciones de la imbecilidad contempor¨¢nea que Chesterton prev¨¦ y ataca en La taberna errante. Una es el prohibicionismo, la idea de que los problemas sociales desaparecen prohibi¨¦ndolos. Es imposible no ver en la oposici¨®n de Ivywood a las tabernas el empe?o de las clases dominantes en vedar a las clases dominadas todo tipo de placer y en sustraer a los individuos el derecho a decidir sobre sus propias vidas. Es imposible no ver en esta actitud la moderna cruzada contra las drogas, contra el aborto o contra la eutanasia. O contra lo que no es m¨¢s que el reverso de la misma moneda: la correcci¨®n pol¨ªtica, que en su versi¨®n m¨¢s degenerada ha dado en cambiar la expresi¨®n de la realidad para conjurar precisamente cualquier ansia de cambio verdadero.
Chesterton tambi¨¦n prev¨¦ la sociedad higi¨¦nica hacia la que nos dirigimos; la conversi¨®n de la taberna en farmacia. No es que le desagrade la limpieza; es que el precio que hay que pagar por una sociedad higi¨¦nica es precisamente el sacrificio de la socializaci¨®n y la destrucci¨®n de los v¨ªnculos entre los hombres. Porque, como muy bien hubiera podido decir lord Ivywood, los v¨ªnculos siempre est¨¢n infectados de microbios.
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