Dos diccionarios raros
Empezaba diciendo Guy Debord que, a medida que la necesidad resulta socialmente so?ada, el sue?o se hace necesario, y luego a?ad¨ªa: "El espect¨¢culo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que, en ¨²ltima instancia, no expresa sino su deseo de dormir. El espect¨¢culo es el guardi¨¢n de este sue?o". Estas frases, que nos parecen complicadas, se encuentran en La sociedad del espect¨¢culo, y a veces sirven para explicar con simplicidad cosas que a¨²n nos parecen m¨¢s complicadas que esas frases mismas. Por ejemplo, pueden perfectamente explicarnos por qu¨¦ el rey de Espa?a se durmi¨® con la selecci¨®n del pa¨ªs en el partido contra Grecia del mi¨¦rcoles de la semana pasada. La imagen del Rey dormido podr¨ªa estar ilustrando nuestro deseo profundo de cabecear (tanto en el campo como en la grada) a trav¨¦s del espect¨¢culo aznaresco de nuestro f¨²tbol. Pero no s¨®lo a trav¨¦s de este deporte, sino tambi¨¦n en el marco que lo engloba, la televisi¨®n, y en consecuencia la sociedad capitalista entera. Y si nos fijamos bien, veremos que ni siquiera sirve ir en persona al estadio, como hizo el Rey, para evitar la gran modorra, es decir, la gran pesadilla de la sociedad del espect¨¢culo que tanto parece gustarle, por ejemplo, a J¨¦r?me Savary, el fundador del Magic Circus, que acaba de publicar en Par¨ªs el Dictionnaire amoureux du spectacle, un libro que me acaban de regalar sin tener en cuenta que de ni?o me aburr¨ªa profundamente el circo y tal vez por eso no tengo una gran opini¨®n del mundo del espect¨¢culo.
No me apasiona ese mundo, pero, en cambio, me encantan los diccionarios. De los dos que han entrado esta semana en casa, el de Savary es raro, pero el que ha escrito C¨¦sar Aira lo es mucho m¨¢s; ninguno de los dos es un diccionario t¨ªpico. A diferencia de los libros m¨ªnimos que Aira se dedica normalmente a perge?ar, su Diccionario de Autores Latinoamericanos es monumental. Contiene muchas aproximaciones ir¨®nicas, porque no hay vacas sagradas para el se?or Aira, y as¨ª, Vargas Llosa no parece entusiasmarle a Aira cuando dice de ¨¦l que es un autor que narra siempre en varios planos simult¨¢neos, formando un puzzle que el lector descifra con facilidad y con la felicidad de ver que, a fin de cuentas, su narrativa es estrictamente realista. A Octavio Paz le dedica unas cuantas l¨ªneas despectivas mientras que a su mujer, Elena Garro, le dedica el triple de espacio y, adem¨¢s, como autora la sube a los cielos. Garc¨ªa M¨¢rquez tampoco es santo de su devoci¨®n: "La mala hora es una cr¨®nica pueblerina a lo Faulkner, pero escrita en el estilo de Hemingway". Y en cuanto a Cien a?os de soledad se limita a decir que fue un "colosal ¨¦xito de cr¨ªtica y de ventas". Sobre Ernesto S¨¢bato dice: "No tuvo m¨¢s remedio que crear un personaje que se dice malo, atormentado y sombr¨ªo con una insistencia francamente infantil".
El diccionario de Aira, desordenado para poder ir contra el orden establecido, se vuelve a¨²n m¨¢s interesante cuando aborda la vida y obra de perfectos desconocidos que Aira sintetiza con cruel humor. El chileno Enrique Bunster, por ejemplo, que se especializ¨® en la Polinesia, "sobre la que Chile mantiene un remoto reclamo territorial". O el caso, de Jos¨¦ Mar¨ªa de Heredia, escritor y patriota cubano que en 1823 tuvo que huir a Nueva York, donde vivi¨® "atormentado por el disgusto que le produc¨ªa o¨ªr hablar en ingl¨¦s". El panorama de conjunto que ofrece el genial, por desordenado, diccionario de Aira es desolador, como para pegarse un tiro y perderse en un libro de Rulfo. El libro de Aira parece estar record¨¢ndonos aquello que dec¨ªa Cocteau de que una obra maestra de la literatura no es m¨¢s que un diccionario en desorden.
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