'Khretineces'
He perdido la cuenta de las cartas que he escrito a su peri¨®dico sobre ese bobo papanatismo consistente en utilizar 'kh', en sustituci¨®n de la espa?ola 'j', al transcribir palabras rusas y ¨¢rabes -sobre todo- en las que aparece este sonido. Hasta el m¨¢s holgaz¨¢n estudiante de bachillerato est¨¢ -o deber¨ªa estarlo- harto de saber que esta insufrible 'kh' es la forma angl¨®fona de transcribir el sonido 'j' (aspiraci¨®n m¨¢s o menos gutural, siempre m¨¢s fuerte que la moderada aspiraci¨®n de la 'h' inglesa). La iron¨ªa es que en ruso se escribe con una letra exactamente igual a nuestra 'x', directamente tomada de la 'ji' griega, cuyo ¨²nico valor fon¨¦tico es el de nuestra letra 'jota', de igual origen (para despistados, recordemos Xim¨¦nez, M¨¦xico, Texas).
Durante las d¨¦cadas siniestras de la dictadura, est¨¢bamos condenados a sufrir doblemente la doble ignorancia del gremio, soportando con estoicismo -debo decir que no es mi caso- los Khruschef, Khomeini, Aga Khan, Khartum y otras lindezas. Sin embargo, en los ¨²ltimos a?os, salvo espor¨¢dicas reca¨ªdas -que provocan intermitentemente alguna de mis cartas de protesta-, parec¨ªa pr¨®xima a superarse esta necia desidia, cuando he aqu¨ª que la rid¨ªcula 'kh' irrumpe de nuevo, con la fanfarria de un gran titular, en su art¨ªculo central de ayer (EL PA?S, 2 de julio, p¨¢gina 13) El marino Arkhipov y la suerte del mundo, de Lamo de Espinosa. El autor confiesa haber le¨ªdo esta historia en el Washington Post, y al parecer debi¨® conmocionarle tanto que, como Aznar, no recuerda bien c¨®mo se dice en espa?ol. La historia no carece de inter¨¦s, pero se hace indigesta hasta el aburrimiento, con tal abundancia de khotas. De ser cierta, el marino Arj¨ªpov (hasta cuatro veces perpetran "Arkhipov") salv¨® nada menos que al mundo mundial, durante la crisis de los misiles de Cuba. Pero su haza?a no le hace merecedor de que escriban su nombre con un m¨ªnimo de decencia, y tampoco el del presidente Jrushchov (que escriben repetidamente "Khrushchev", ?a estas alturas!), tal vez condenado de nuevo a esta suerte de ostracismo ling¨¹¨ªstico por su impertinente utilizaci¨®n del zapato. El autor dice que Arj¨ªpov nos es desconocido. ?Y tanto!: nadie en Espa?a sabr¨¢ c¨®mo se llamaba realmente, gracias a ¨¦l mismo y EL PA?S. ?Hasta cu¨¢ndo esta b¨¢rbara actitud?
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