Arqu¨ªmedes intelectual comprometido
En su tiempo, el f¨ªsico Arqu¨ªmedes perdi¨® la oportunidad de convertirse en modelo del intelectual comprometido con la historia, tal como siglos despu¨¦s aconsejaba Sartre. Ya que nuestro prop¨®sito es instructivo contaremos el caso para satisfacci¨®n no de los sartrianos sino de quienes piden a los intelectuales que se comprometan s¨®lo con sus musas, sin descender a la sucia pol¨ªtica o a las turbias apetencias populares.
Cuando la armada romana de Marcello atacaba el puerto de Siracusa, el consejo municipal pidi¨® a Arqu¨ªmedes, dado su gran prestigio, que ayudase a la defensa de la ciudad. Acept¨® ¨¦l pero no fue tanto un compromiso real como una continuidad en sus experimentos y estudios.
"Mi profesi¨®n es reflexionar, no conducir batallas"
Gracias a Arqu¨ªmedes se repelieron varios ataques de las naves romanas, ataques que consist¨ªan inicialmente en acercarse a las murallas del puerto, lanzando alaridos y flechas. Pero all¨ª funcionaron unos artefactos de guerra con los que Arqu¨ªmedes demostr¨® su ingenio. Consist¨ªan en serones flotantes cargados de le?a ardiendo entre la que se hab¨ªa puesto un fuerte im¨¢n. Echados al mar, quedaba a merced de las olas pero en cuanto los romanos bland¨ªan sus armas por fuera de la borda para asustar a sus adversarios, los incendi¨¢culos eran atra¨ªdos por el metal y al aproximarse a las naves les prend¨ªan fuego.
Al tener que retirarse los atacantes, esta defensa fue muy celebrada y hoy confirma la opini¨®n de que un f¨ªsico puede ser un buen estratega si es preciso, aunque personas de exquisita sensibilidad espiritual reprueben la participaci¨®n de los intelectuales en actos colectivos, en especial, luchas por la subsistencia o actitudes levantiscas contrarias a la privacidad de sus tareas excelsas.
Pero en Siracusa, se convoc¨® a Arqu¨ªmedes a participar porque era su ciudad natal e incluso la realidad circundante le aportar¨ªa sugerencias para sus investigaciones que no obtendr¨ªa de otra forma.
Un nuevo ataque tuvo lugar y esta vez la feliz ocurrencia fue usar grandes espejos colocados en las murallas; al reflejar ¨¦stos los rayos del sol y dirigirlos sobre las naves romanas aumentaron al doble el calor propio de un verano siciliano. Se achicharraban los soldados si sub¨ªan a cubierta, las armas no se pod¨ªan tocar de tan calientes y los cascos de hierro serv¨ªan para abanicarse. Agotadas las reservas de agua, deslumbrados, agobiados y sudorosos, los atacantes retrocedieron.
La amenaza sin embargo no estaba conjurada. Esperaba la ciudad nuevos ataques y en Arqu¨ªmedes se depositaba toda la confianza. En determinado momento, ¨¦ste qued¨® absorto y se le vio hacer anotaciones en su pizarra y poco despu¨¦s emprendi¨® el camino de casa. Su amigo Sturos, hombre sensato, se le acerc¨® para que permaneciese en el puerto a fin de estudiar la situaci¨®n, que no se fuera pues sin ¨¦l no podr¨ªan defenderse mucho tiempo.
-Voy a casa a poner en orden unas ideas, unas ecuaciones importantes para la ciencia.
-Pero si los romanos conquistan la ciudad, toda la ciencia se perder¨¢ sin remedio. Has de ser consecuente: t¨² eres ahora nuestro art¨ªfice, s¨®lo te pido conciencia profesional.
-Mi profesi¨®n es reflexionar, no conducir batallas.
-La reflexi¨®n no es un fin. Hoy tu fin es salvar la ciudad y hacia ella tienes esa responsabilidad.
-No, los t¨¦cnicos son los responsables. Yo estoy comprometido conmigo mismo, con mis c¨¢lculos que ser¨¢n ¨²tiles en el futuro.
No convencido, Arqu¨ªmedes se march¨®, se le oy¨® murmurar "las matem¨¢ticas son mi patria", y ya en su casa se entreg¨® a la tranquila atm¨®sfera del estudio. A la ma?ana siguiente, en todas las calles cercanas se oyeron blasfemias y gritos, ruido de carreras y golpes en las puertas: era la se?al inequ¨ªvoca de que los romanos hab¨ªan conquistado Siracusa.
Pero ¨¦l estaba entregado a sus experimentos. Al parecer, del techo hab¨ªa colgado un bramante a cuyo final puso un anillo de oro que ven¨ªa a oscilar sobre el vaho de un recipiente de agua hirviendo. Tan abstra¨ªdo estaba que no oy¨® que hombres armados sub¨ªan por la escalera y que se le acercaban y como vieran el anillo, gritaron "?es de oro!". El sabio se limit¨® a murmurar:
-La trayectoria del c¨ªrculo es en funci¨®n de la temperatura...
Entonces, una espada entr¨® profundamente en su espalda.
Una triste muerte en cuyo m¨®vil no est¨¢n de acuerdo los historiadores: se atribuye a no haber parlamentado con los soldados, o a la inclinaci¨®n de ¨¦stos por objetos ¨¢ureos, o bien, al asombro que originar¨ªa descubrir a aquel hombre en actividad tan inadecuada mientras la ciudad ard¨ªa.
Incierta es la condici¨®n del intelectual acuciado por la exigencia de consagrarse al cumplimiento de su vocaci¨®n y ser sordo a propuestas ciudadanas, a la par que otras voces le piden sea creador de mundos nuevos sin abandonar el puerto de Siracusa.
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