A favor de la libertad de prensa
El texto que sigue es fruto de una preocupaci¨®n. Me inquieta la sencilla cuesti¨®n de si los ciudadanos comprenden el mundo que les rodea. Es decir, si est¨¢n lo bastante informados como para votar responsablemente. Porque de lo contrario tendr¨ªan raz¨®n quienes, cuando las elecciones no les favorecen, desoyen la sagrada sentencia de los votos y acuden para explicar su derrota al poco democr¨¢tico argumento de que el rival, a la saz¨®n ganador de los comicios, ha manipulado al pueblo. Como si el pueblo no fuera capaz de saber lo que le conviene. Como si lo supiera mejor precisamente quien ha perdido las elecciones.
El lector recordar¨¢ la cl¨¢sica alegor¨ªa de la caverna ideada por Plat¨®n. En ella los prisioneros encadenados y situados de espaldas a la luz no ven sino sombras, reflejadas en la pared, de la cegadora realidad. Pues bien: en la moderna psicolog¨ªa social ha habido quien ha comparado el mundo extraordinariamente complejo que nos rodea con una cegadora realidad, inabarcable para cualquier ciudadano. Ahora yo me pregunto si los periodistas producen sombras de esa realidad, quiz¨¢s fogonazos de informaci¨®n y opini¨®n, o si por el contrario resultan efectivos en su deber de ayuda al ciudadano, desbordado por un aut¨¦ntico aluvi¨®n de datos, en la interpretaci¨®n de los mismos. Porque de que sean capaces de hacerlo depende en gran medida que vivamos o no en una sociedad donde las libertades pol¨ªticas tengan pleno sentido.
La concentraci¨®n de la propiedad sobre los medios debe ser limitada por el Estado
Walter Lippmann, en su obra La opini¨®n p¨²blica, escrita en 1922, relata c¨®mo en 1914, durante los primeros meses del enfrentamiento b¨¦lico europeo, un grupo de ciudadanos ingleses, franceses y alemanes, que resid¨ªa en una isla mal comunicada y situada en pleno oc¨¦ano, convivi¨® en armon¨ªa durante 60 d¨ªas, hasta que un vapor brit¨¢nico cargado de cartas con malas noticias les sac¨® de su pac¨ªfica ignorancia para despertarles a la pesadilla de la I Guerra Mundial. Aquel grupo de personas actu¨® de espaldas a la realidad porque no estaba informado.
Antes de la Segunda Guerra Mundial los ciudadanos alemanes tambi¨¦n desconocieron, al menos en una medida importante, la realidad de los campos de exterminio. Se les ocult¨® concienzudamente el alcance del racismo monstruoso del r¨¦gimen nazi, aunque muchos s¨ª atendieron a la mentira segregacionista. En gran medida el holocausto se produjo porque muchos ciudadanos de una rep¨²blica originalmente democr¨¢tica no quisieron ser responsables de su destino colectivo.
Las heridas de aquellas dos guerras mundiales se cerraron con organismos internacionales como la Uni¨®n Europea o la Organizaci¨®n de Naciones Unidas, que se edific¨® donde no hab¨ªa podido arraigar la Sociedad de Naciones.
Pero entre la realidad y la conciencia ciudadana se sigue levantando todav¨ªa la sombra, la mentira. Hoy, algunas de las cabeceras del pa¨ªs donde se escribi¨® el Watergate, uno de los cap¨ªtulos m¨¢s destacados en la historia de la libertad de prensa, reconocen que han alentado un nuevo impulso belicista, esta vez en Irak, bas¨¢ndose en fuentes dudosas. En contra precisamente del criterio de la ONU y de gran parte de la Uni¨®n Europea, se ha desatado esa guerra preventiva sobre la base de una amenaza inexistente de ataques con armas de destrucci¨®n masiva. Como digo, esa amenaza fue considerada cre¨ªble por importantes medios de comunicaci¨®n de Estados Unidos, que despu¨¦s, cuando ya es tarde, han reconocido su error. Algo similar sucedi¨® en nuestro pa¨ªs con algunos medios de comunicaci¨®n, tanto p¨²blicos como privados.
La cuesti¨®n sigue siendo la misma: ?es la prensa capaz de mostrar la realidad a los ciudadanos en los pa¨ªses donde existe libertad de informaci¨®n? Perm¨ªtanme expresar, como responsable pol¨ªtico de una instituci¨®n cuyo sentido esencial nace de que representa a ciudadanos libres en un pa¨ªs libre, mi convencimiento en que un pol¨ªtico dem¨®crata s¨®lo puede mostrarse ante los ciudadanos a trav¨¦s de unos medios de comunicaci¨®n plurales. Dicho esto, tambi¨¦n quiero transmitirles mi preocupaci¨®n ante los riesgos y las dificultades, algunos de ellos crecientes, que se presentan ante la tarea de los periodistas.
El primero de estos obst¨¢culos es la violencia. En una gran cantidad de pa¨ªses no se aceptan las reglas democr¨¢ticas, como pone de manifiesto el ¨²ltimo informe de la ONG Reporteros Sin Fronteras. En 2003 murieron ejerciendo su profesi¨®n 42 periodistas, casi el doble de los perecidos en 2002. Julio Anguita Parrado y Jos¨¦ Couso cayeron en Irak y, ya en marzo de 2004, Ricardo Ortega falleci¨® en Hait¨ª.
El buen periodismo, si me permiten decirlo, es tan extremadamente dif¨ªcil como sencillo es perpetrar el mal periodismo. Es verdad que en nuestros medios de comunicaci¨®n muchos firman art¨ªculos de an¨¢lisis fundados mientras son minor¨ªa los colaboradores de tertulias y escritores de columnas que basan sus afirmaciones en argumentos capciosos o arbitrarios. Pero a¨²n son demasiados. Y si algunos de los que interpretan los hechos en los medios de comunicaci¨®n espa?oles act¨²an en ocasiones con poca responsabilidad, sucede con frecuencia lo contrario entre los informadores que se ocupan de la noticia pura y dura, cuyas inseguras condiciones de trabajo hacen necesaria la aprobaci¨®n del Estatuto de la Profesi¨®n Period¨ªstica, un compromiso del Gobierno que debe ser cumplido.
El acceso a las fuentes de los periodistas, el reconocimiento y protecci¨®n de los derechos constitucionales a la cl¨¢usula de conciencia, la reserva de las fuentes de informaci¨®n cuando sea necesario y adecuado, la propiedad intelectual sobre las noticias, la creaci¨®n de comit¨¦s de redacci¨®n y muchos otros derechos profesionales que deben acompa?ar a los laborales, no son ¨²nicamente garant¨ªas para los periodistas. Son tambi¨¦n garant¨ªas para el ejercicio del derecho a la informaci¨®n, y en ¨²ltimo t¨¦rmino, garant¨ªas para las libertades pol¨ªticas en nuestro pa¨ªs. Y no s¨®lo lo dice quien esto firma. Me apoyo en la conocida doctrina del Tribunal Constitucional. El alto tribunal ha sentenciado que sin un aut¨¦ntico desarrollo del derecho a la informaci¨®n de los votantes quedar¨ªan vac¨ªas de legitimidad democr¨¢tica instituciones representativas como la que yo presido.
La creaci¨®n en nuestro pa¨ªs de un Consejo Deontol¨®gico para la autorregulaci¨®n de los periodistas espa?oles es al menos tan importante como el citado Estatuto. Debe ser abordada desde la conciencia del m¨¢ximo protagonismo para los ciudadanos. La publicidad de los principios ¨¦ticos en los que se inspira este Consejo y la asunci¨®n de los mismos por parte de los propietarios de los medios de comunicaci¨®n, privados y p¨²blicos, representa, o representar¨¢ muy pronto, una enorme garant¨ªa para superar algunos de los riesgos que se alzan ante una profesi¨®n tan estimulante y de tanta relevancia para todos como es la del periodismo.
La concentraci¨®n de la propiedad empresarial sobre los medios de comunicaci¨®n de masas debe ser limitada por el Estado, no s¨®lo dentro de la leg¨ªtima vigilancia contra el oligopolio econ¨®mico, sino tambi¨¦n porque el pluralismo es una exigencia de nuestro sistema de libertades pol¨ªticas. Nadie es propietario de la informaci¨®n salvo cada uno de nosotros en tanto que personas dotadas de derechos individuales.
Por lo que respecta al pluralismo, soy consciente de que no existe una verdad, ni una realidad ¨²nica que describir objetivamente. El catedr¨¢tico Jos¨¦ ?lvarez Junco destacaba hace unos meses, en la entrega de unos importantes premios period¨ªsticos, la importancia de los informadores como creadores de la realidad. La deformaci¨®n, a?ad¨ªa el profesor, no puede evitarse. Lo ¨²nico que podemos exigir es la posibilidad de contrastar las distintas deformaciones. Es decir, defender el pluralismo.
La experiencia del pasado nos ense?a que de nada sirve tratar de usar la manipulaci¨®n de la prensa para evitar pagar ante los votantes el precio de sus incumplimientos y errores. De la resistencia de la profesi¨®n period¨ªstica y la opini¨®n p¨²blica a estas t¨¢cticas de manipulaci¨®n, una resistencia en la que, a juicio de experiencias recientes, podemos confiar, depende nuestro sistema pol¨ªtico. Porque la prensa es un pilar de la democracia y, con todos sus riesgos y limitaciones, ¨¦ste es el mejor de los sistemas posibles. Un sistema que los espa?oles hemos sabido darnos y sabremos defender.
Javier Rojo es presidente del Senado.
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