Las ideas enterradas en Irak
Guerras preventivas, unilateralismo, derrocamiento de reg¨ªmenes amenazantes: hasta hace poco influyentes funcionarios y pensadores estadounidenses sosten¨ªan que ¨¦stas no s¨®lo eran buenas ideas, sino tambi¨¦n decisiones inevitables para el Gobierno norteamericano. Hoy, con 900 soldados estadounidenses muertos, 10.000 militares de la coalici¨®n heridos, 90.000 millones de d¨®lares gastados y una guerra cada d¨ªa mas dif¨ªcil de justificar, estos conceptos yacen enterrados en Irak. Algunas de estas ideas merecen este destino.
La excesiva confianza en las soluciones militares a los problemas internacionales, por ejemplo, ha resultado ser una idea tan err¨®nea como lo fue el profundo desprecio por la b¨²squeda de soluciones diplom¨¢ticas. El letal caos en Irak delinea con precisi¨®n cotidiana las limitaciones de la fuerza militar estadounidense, a pesar de su abrumadora superioridad t¨¦cnica. Mientras esto sucede, la diplomacia ha abierto posibilidades que los mismos dirigentes estadounidenses que antes las comentaban con sorna ahora persiguen desesperadamente.
Las decepciones en Irak han supuesto tambi¨¦n un golpe para una visi¨®n del mundo que, a pesar de todas sus referencias al 11-S como un acontecimiento que obliga a establecer una nueva forma de pensar, sigue bas¨¢ndose en los instintos y los enfoques t¨ªpicos del periodo de la guerra fr¨ªa. Las dos principales respuestas de Estados Unidos a los atentados del 11-S ilustran muy bien la inercia mental que lleva a afrontar nuevas batallas con enfoques obsoletos. En lugar de concentrar todas sus energ¨ªas en luchar contra las extra?as, ¨¢giles y ap¨¢tridas redes de civiles que perpetraron los atentados, Estados Unidos reaccion¨® atacando dos pa¨ªses. Primero atac¨® justificadamente a Afganist¨¢n, cuyo Gobierno hab¨ªa sido tomado por estas redes de civiles extranjeros. Pero despu¨¦s fue Irak, una naci¨®n con un Ej¨¦rcito tradicional y un dictador que recordaba demasiado a los de la era de la guerra fr¨ªa. Quiz¨¢ el principal error estrat¨¦gico de Irak fuera el de ofrecer un blanco m¨¢s apropiado para la mentalidad de guerra fr¨ªa de los actuales dirigentes de Estados Unidos y la actual capacidad militar del pa¨ªs. As¨ª, enfrentado a la perspectiva de librar un nuevo tipo de guerra contra enemigos transnacionales, que operan en c¨¦lulas peque?as de civiles ap¨¢tridas y que usan estrategias, armas y t¨¢cticas distintas a las de los manuales, el Gobierno de Bush prefiri¨® luchar contra un enemigo conocido, cuyo rostro y localizaci¨®n le eran m¨¢s familiares. Muy pronto sin embargo, las tropas estadounidenses descubrieron que su principal amenaza no era el Ej¨¦rcito tradicional de Irak -que en otro error garrafal fue disuelto. Quienes los asesinaban eran lo que los abogados del Pent¨¢gono denominan ahora "combatientes ilegales": soldados con nacionalidades y motivos tan poco predecibles que hacen dif¨ªcil entender qui¨¦nes son sus dirigentes, cu¨¢l es su cadena de mando, d¨®nde est¨¢n sus lealtades y qu¨¦ los hace tan propensos a suicidarse por su causa. Esto no estaba en los manuales.
As¨ª, las certezas y otras heroicas suposiciones sobre c¨®mo deb¨ªa enfrentarse Estados Unidos al mundo, contenidas en el documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional que el Gobierno de Bush present¨® en 2002, ya no parecen tan seguras. Condoleezza Rice dijo entonces que "el 11-S ha aclarado las amenazas a las que nos enfrentamos en la era posterior a la guerra fr¨ªa". Pero ahora sabemos que no fue as¨ª. Gracias a las recientes revelaciones sobre los c¨¢lculos y la toma de decisiones de alto nivel acerca la guerra en Irak, sabemos que no reflejaron los peligros simbolizados por los asesinatos del 11-S. M¨¢s bien, se hace evidente que los instintos y doctrinas que forjaron la estrategia de seguridad nacional estadounidense durante la guerra fr¨ªa han sobrevivido a la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn. Esperemos ahora que estas maneras de entender el mundo encuentren su lugar de descanso definitivo bajo los escombros de Irak.
Desgraciadamente, la guerra de Irak tambi¨¦n ha menoscabado ideas v¨¢lidas. La necesidad de impulsar una transformaci¨®n profunda en Oriente Pr¨®ximo es una de ellas. La conclusi¨®n innombrable y pol¨ªticamente incorrecta que se ha ido apoderando de muchas mentes influyentes en Washington es que Oriente Pr¨®ximo es "incurable"; la paz, la prosperidad y la libertad pol¨ªtica en Oriente son objetivos inalcanzables para al menos una o dos generaciones de gobernantes estadounidenses. El pertinaz atraso econ¨®mico, la disfuncionalidad pol¨ªtica y los males sociales profundamente arraigados en la regi¨®n, son simplemente imposibles de abordar, de acuerdo con este nuevo realismo post-Irak. La mala idea que se est¨¢ popularizando en silencio es que, en lugar de intentar acelerar las reformas en el Oriente Pr¨®ximo, el Gobierno estadounidense debe limitarse a intentar contener la expansi¨®n de la podredumbre pol¨ªtica y la corrosi¨®n social y, lo que es m¨¢s importante, impedir que la violencia y la inestabilidad de la regi¨®n se extiendan a otras zonas.
Esta conclusi¨®n es demasiado desmoralizadora y pol¨ªticamente derrotista como para hacerla expl¨ªcita. Indudablemente se propondr¨¢n nuevos planes. Pero pasar¨¢ mucho tiempo antes de que otra expedici¨®n liderada por Estados Unidos se haga a la mar para "curar" audazmente a Oriente Pr¨®ximo de sus graves dolencias. El mundo est¨¢ indudablemente mejor sin otro mal concebido experimento extranjero en el Oriente Pr¨®ximo. No obstante, renunciar a tratar de inducir cambios profundos m¨¢s r¨¢pido en la regi¨®n es tan peligroso y equivocado como intentar introducir la democracia a punta de pistola.
Estrechamente ligado al nuevo pesimismo sobre Oriente Pr¨®ximo est¨¢ el creciente escepticismo en torno a las posibilidades de la democracia en pa¨ªses donde no existe o es muy defectuosa. ?sta es otra baja lamentable de la guerra. Espeluznantes noticias sobre el tribalismo armado en Afganist¨¢n y el sangriento caos en Irak fomentan a diario el recelo ante la idea de exportar la democracia. Ciertamente, los dirigentes estadounidenses seguir¨¢n poniendo elocuentemente por las nubes el hist¨®rico compromiso estadounidense con la democracia en el mundo. Pero seguir¨¢n silenciosos respecto a su postura en el muy probable caso de que fundamentalistas isl¨¢micos rabiosamente antiestadounidenses lleguen al poder en elecciones libres, si ocurre esto en ciertos pa¨ªses musulmanes.
La estabilidad y la seguridad se han convertido en una obsesi¨®n para Estados Unidos. Los pol¨ªticos estadounidenses cada vez son m¨¢s de la opini¨®n de que el fomento de la democracia en el extranjero puede constituir una amenaza para ambos objetivos, con el resultado de que se est¨¢ convirtiendo en una causa con un n¨²mero menguante de partidarios. Ciertamente, la guerra de Irak ha debilitado a¨²n m¨¢s este respaldo. Es una triste iron¨ªa que la voluntad pol¨ªtica de fomentar la democracia haya sido una de las bajas de una guerra que seg¨²n sus promotores se emprendi¨® en nombre de la democracia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.