Los animales atletas
Si los monos actuales fueran capaces de tener aspiraciones humanas, probablemente su primer deseo ser¨ªa participar en unos Juegos Ol¨ªmpicos. Imag¨ªnese lo que podr¨ªan hacer los chimpanc¨¦s en gimnasia r¨ªtmica o atl¨¦tica, en el potro, en las paralelas. No habr¨ªa ninguno que no se llevara una medalla de oro, lo m¨¢s seguro es que las coparan todas usando s¨®lo el rabo, y a la hora de subir al podio tampoco tendr¨ªan necesidad de ponerse la mano en el pecho mientras sonaba su himno nacional, porque afortunadamente ning¨²n simio tiene patria. Aunque algunos no lo crean, las monas en la selva ven la televisi¨®n y algunas sienten una gran melancol¨ªa al imaginar el gran porvenir que tendr¨ªan sus hijos en medio de la humanidad si los dejaran ser deportistas profesionales. Todos ser¨ªan millonarios.
Al dios ol¨ªmpico se le hac¨ªan sacrificios con toda clase de animales antes de iniciarse los Juegos
Los nadadores son los atletas que m¨¢s se parecen a hermosas figuras del reino animal
Cualquier felino de tercera clase ganar¨ªa todas las pruebas de velocidad en los Juegos de Atenas
Con los clavos de la zapatilla apoyados en el taco de salida, ocho velocistas agazapados con las manos en el suelo est¨¢n a punto de disputar la prueba de los cien metros lisos. Son siete campeones mundiales y un gatopardo. Sus m¨²sculos tiemblan esperando que se produzca la se?al. Cuando suena el disparo la esencia de la carrera consiste en poner el cuerpo en brazos del dios Cronos, el inventor del cron¨®metro, para que les conceda esa d¨¦cima de segundo detr¨¢s de la cual hallar¨¢n la gloria o la nada. Los siete atletas humanos, que corren ag¨®nicamente cada uno por su calle, se ven sobrepasados por una r¨¢faga de animal. El gatopardo llega a la meta con un vuelo muscular cuando sus competidores apenas han dado las primeras zancadas. Cualquier felino de tercera clase ganar¨ªa todas las pruebas de velocidad en los juegos de Atenas y no experimentar¨ªa la m¨¢s m¨ªnima sensaci¨®n de orgullo si sonara un himno y se izar¨ªa una bandera. Una medalla de oro colgada del cuello de una pantera ser¨ªa otra de sus manchas, no la m¨¢s importante.
De todos los atletas que participan en los Juegos Ol¨ªmpicos, los que m¨¢s se parecen a hermosas figuras del reino animal son los nadadores. Su cuerpo acaba por hacerse redondo despu¨¦s de las cinco horas diarias de piscina y de pesas en el gimnasio, su piel exuda la misma grasa deslizante de los tiburones y a los m¨¢s dotados Neptuno les hace brotar una aleta dorsal de la espina como regalo. Si no las cubrieran con gorros el¨¢sticos algunos privilegiados podr¨ªan nadar ya con las orejas como aletas laterales, pero nunca alcanzar¨ªan la rapidez que desarrolla un at¨²n mediano detr¨¢s de la carnaza.
En los Juegos Ol¨ªmpicos los animales har¨ªan hoy el mismo papel que en el inicio desempe?aron los dioses, que fueron los primeros campeones. A Cronos, dios del Tiempo, le dedicaron el primer templo en Olimpia unos seres de raza dorada, que tal vez llegaron a la Tierra desde otro planeta. Pausanias cuenta que Zeus disput¨® all¨ª mismo su poder a Cronos y despu¨¦s de vencerlo organiz¨® los juegos. Al principio s¨®lo compet¨ªan los dioses entre ellos, como en el siglo XIX de nuestra era los arist¨®cratas ingleses, que inventaron todos los deportes de ¨¦lite, fueron los ¨²nicos en practicarlos. As¨ª, Apolo gan¨® en la carrera a Hermes y en el pugilato a Ares. Durante la prueba de salto de pentatl¨®n hab¨ªa que tocar la flauta p¨ªtica, la que sonaba en Delos en honor de Apolo, para recordar que este dios hab¨ªa sido el primero en ganar este trofeo en Olimpia. Cuando los dioses se aburrieron de competir entre s¨ª, se apoltronaron en la cima del monte como los directivos de un equipo se repantingan en el palco de honor, dejando los juegos en manos de los h¨¦roes, que ya ten¨ªan pasiones humanas. Heracles trajo el olivo silvestre, el Callistephanos elaia, desde un pa¨ªs que estaba m¨¢s all¨¢ del viento b¨®reas y lo trasplant¨® en el sagrado bosque de Altis, donde se construy¨® la primera ciudad deportiva de la historia entre innumerables templos dedicados a los esp¨®nsores divinos de cada especialidad atl¨¦tica, Hera, Demeter, Tetis, que equival¨ªan a las casas comerciales que hoy patrocinan marcas de zapatillas, de raquetas, de p¨¦rtigas, de camisetas o de sudaderas. S¨®lo los animales podr¨ªan estar a la altura de aquellos atletas divinos, los ¨²nicos que practicaban el amateurismo de verdad y no ten¨ªan necesidad de drogarse, aunque algo har¨ªa en su sangre el fuerte olor a resina de los pinos del bosque sagrado.
A lo largo de los 1200 a?os que duraron los antiguos juegos ol¨ªmpicos las ¨²nicas medallas eran esas hojas de acebuche con que los jueces coronaban la frente de los vencedores, pero a esos atletas les levantaban estatuas y algunos alcanzaron la mitolog¨ªa: uno de ellos fue Ligdamis de Siracusa, que gan¨® el primer pancracio en la octava olimpiada. Los habitantes de esta ciudad abrieron una puerta nueva en la muralla para que este h¨¦roe fuera el primero en entrar por ella al regresar de Olimpia. Ahora en ese punto de la muralla, que ya no existe, hay un bar con una terraza ideal para tomar un zumo de pomelo, unas tostadas con aceite de oliva siciliano y un caf¨¦ suave mirando el mar J¨®nico, que a esta hora de la ma?ana ya ha perdido los dedos de rosa.
Este cuarto d¨ªa quise darme un paseo por las ruinas de Siracusa, y cuando fui a pagar, supe que ese lugar donde desayunaba no s¨®lo era famoso por haber recibido al atleta Ligdamis, sino por otra carrera que realiz¨® en esta calle un cient¨ªfico genial.
-Por esta misma calle pas¨® corriendo Arqu¨ªmedes desnudo -me dijo el camarero.
-Pasar¨ªa chorreando agua, imagino -coment¨¦.
-Ah, ?de modo que tambi¨¦n lo sabe?
-S¨¦ que estaba en la ba?era cuando descubri¨® que su cuerpo sumergido experimentaba un impulso hacia arriba proporcional al peso del l¨ªquido que desplazaba. ?Es as¨ª?
-Explicar el principio de Arqu¨ªmedes a los turistas entra en mi sueldo -dijo el camarero.
-?Pas¨® por aqu¨ª gritando eureka, eureka?
-As¨ª es. Por eso hemos dado ese nombre a este bar.
-?Y d¨®nde termin¨® de correr?
- En la plaza del Duomo, donde est¨¢ la catedral de santa Luc¨ªa, patrona de Siracusa. ?Conoce la bonita historia de santa Luc¨ªa?
El camarero me quiso contar el milagro de esta santa cristiana, pero en ese momento yo s¨®lo estaba interesado en las convulsiones de los dioses cl¨¢sicos.
-Me la cuenta otro d¨ªa.
-Ma?ana, mientras toma las tostadas.
Cuando Zeus se apoder¨® definitivamente de la presidencia del Primer Comit¨¦ Ol¨ªmpico, el arquitecto Lib¨®n de Elide, en el siglo V antes de Cristo, levant¨® en su honor un templo de orden d¨®rico con seis columnas de fachada y trece a los lados, el mayor de todo el Peloponeso. Las esculturas de su decoraci¨®n eran de m¨¢rmol de Paros y en la cella se encontraba su famosa figura sentada de Zeus, de doce metros de altura, toda de oro y marfil, una de las maravillas del mundo antiguo. Llevaba un cetro en la mano derecha y una Nike alada en la izquierda. Bajo sus pies se pod¨ªa leer esta inscripci¨®n: "Fidias, hijo de C¨¢rmides, me hizo".
Fidias comenz¨® a trabajar en la estatua en el a?o 440 antes de Cristo con una t¨¦cnica propia desarrollada en su taller de Olimpia, que se hallaba frente al templo de Zeus y que ten¨ªa sus mismas dimensiones, puesto que el artista se consideraba de la misma categor¨ªa que el dios. Fidias elabor¨® la estatua a la medida de su ambici¨®n, de modo que apenas pod¨ªa entrar en el templo cuando la termin¨®. Si Zeus se hubiera levantado del trono habr¨ªa roto el techo, pero durante su construcci¨®n se produjo un hecho humano que quebrant¨® toda la armon¨ªa est¨¦tica. Fidias fue acusado de quedarse con parte del oro que se le entreg¨® para su trabajo. Juzgado y condenado, su acci¨®n se convirti¨® en el paradigma del debate de la moral frente a la belleza.
Con el mismo esp¨ªritu de las competiciones deportivas, los griegos tambi¨¦n establec¨ªan concursos entre dramaturgos. Los vencedores eran igualmente aclamados y coronados como los atletas. El tr¨¢gico Esquilo, el m¨¢s antiguo de los cl¨¢sicos, hijo de un rico terrateniente de Eleusis, siendo todav¨ªa un adolescente particip¨® en la batalla de Marat¨®n, pero no fue ¨¦l, sino el soldado Feid¨ªpedes, quien recorri¨® con la lengua seca, en dos horas, los 40 kil¨®metros que separan esa bah¨ªa y la ciudad de Atenas para notificar que los persas hab¨ªan sido derrotados. Esquilo se limit¨® a escribir una tragedia titulada Los persas y con ella gan¨® la primera competici¨®n literaria. Esa obra se estren¨® en el teatro griego de Siracusa, donde el dramaturgo se hab¨ªa establecido en el 472, llamado por Ier¨®n a su corte para salvarlo del juicio que le fue montado por haber revelado alguno de esos secretos de Eleusis, que era un centro de culto de ritos mist¨¦ricos. Esquilo impune a sus tragedias este aliento religioso y ahora sobre el teatro griego de Siracusa a¨²n parec¨ªan flotar en la brisa de pinos los lamentos del coro de los persas vencidos cuando me paseaba por las ruinas.
Al dios ol¨ªmpico se le hac¨ªan sacrificios con toda clase de animales antes de iniciarse los juegos, nunca de aquellos animales que fueran m¨¢s altos, m¨¢s veloces y m¨¢s fuertes que los dioses. En el altar sol¨ªan quedar restos de carne abrasada y los milanos nunca los arrebataban con el pico pasando sobre esas ofrendas en vuelo rasante, pese a ser las aves m¨¢s rapaces. Si un milano se llevaba una v¨ªscera se creaba un mal augurio y el atleta que hab¨ªa encargado el sacrificio pod¨ªa darse por derrotado. Lo mismo suced¨ªa con las competiciones literarias. En este caso era Apolo el dios que recib¨ªa las ofrendas, que deb¨ªan ser quemadas con le?a de ¨¢lamos blancos a cambio de inspiraci¨®n. Heracles trajo a Grecia este ¨¢rbol de un pa¨ªs lejano desde la ribera del r¨ªo Aqueronte y ya se sabe que cada r¨ªo alimenta una clase determinada de hierbas y de plantas.
Pocas sensaciones hay m¨¢s placenteras en este mundo que pasearse entre ruinas de la Grecia antigua bajo una brisa perfumada por la sombra de los pinos. En la ne¨®polis de Siracusa est¨¢n las latom¨ªas m¨¢s profundas de la ciudad. De ellas se extrajo la piedra calc¨¢rea para construir uno de los mayores teatros de la antig¨¹edad, tambi¨¦n el altar de Ier¨®n donde se sacrificaban hecatombes y el anfiteatro romano que era la palestra para la lucha entre animales, batallas navales y carreras de cu¨¢drigas. En la profundidad de la latom¨ªa de Santa Venera crece un ficus de 400 a?os, de modo que el templo arrancado de esta piedra hab¨ªa sido sustituido por este templo vegetal. All¨ª mismo, antes de penetrar en la maravillosa cueva llamada la Oreja de Dionisio, tuve la percepci¨®n del moderno mito de la caverna. Esta mina de piedra hab¨ªa adoptado la espiral que forma un o¨ªdo en su interior iluminado por un ojo de luz cenital que proven¨ªa del exterior. Ten¨ªa una sonoridad milagrosa, de forma que cualquier susurro era elevado por esta trompa y pod¨ªa o¨ªrse con absoluta perfecci¨®n desde el bosque superior. Esta cueva sirvi¨® de c¨¢rcel y all¨ª arriba el tirano Dionisio escuchaba las conversaciones de los traidores y los preparativos de cualquier sedici¨®n. Plat¨®n estuvo encerrado en esta profunda oreja de piedra y no s¨¦ qu¨¦ tipo de verdades absolutas oir¨ªa de boca de sus compa?eros cautivos ni las sombras irreales que vislumbrar¨ªa en las paredes oscuras. El mito moderno de la caverna de Plat¨®n lo descubr¨ª al abandonar la Oreja de Dionisio. Me hab¨ªa sentado a tomar una cerveza en el bar de las ruinas y all¨ª hab¨ªa un televisor en cuya pantalla aparec¨ªan sucesivas figuras de atletas actuales, prepar¨¢ndose para los Juegos Ol¨ªmpicos de Atenas, en todas sus modalidades atl¨¦ticas. Hab¨ªa hombres y mujeres, de cualquier color y lugar del mundo. Tuve la sensaci¨®n de que s¨®lo eran sombras. Ciertamente, los modelos ¨²nicos de campe¨®n exist¨ªan en la realidad, pero habitaban en el cielo de los prototipos, como las ideas sint¨¦ticas a priori de Plat¨®n. Me concentr¨¦ un poco m¨¢s en la pantalla y ya no pude distinguir si aquellas figuras que saltaban, corr¨ªan, lanzaban jabalinas y discos eran dioses o animales incre¨ªbles o una figura intermedia que pertenec¨ªa a la raza de los seres dorados.
De pronto record¨¦ que Fidias, el artista m¨¢s excelso de la historia, hab¨ªa sido condenado por ladr¨®n y que Esquilo, el primer tr¨¢gico de todos los tiempos, fue llevado tambi¨¦n a juicio por quebrantar un misterio de Eleusis, que era el tab¨² m¨¢s sagrado. De la misma forma imagin¨¦ que aquellas sombras de atletas gloriosos que se aparec¨ªan en la pantalla estaban llenas de sustancias qu¨ªmicas y que gracias a ellas mov¨ªan los m¨²sculos. Quedaban s¨®lo los dioses y ciertos animales para competir en los juegos ol¨ªmpicos sin manchar la belleza, pero hoy no hay un dios que no tenga la nariz partida y el sexo roto. Todas las estatuas de Apolo sin sexo ya son funerarias. ?D¨®nde estaban los monos, los tiburones, los gatopardos? Me acerqu¨¦ al teatro griego de Siracusa y en la escena le¨ª un fragmento de la tragedia Los persas, de Esquilo: "Del enga?o de los dioses, ?qui¨¦n conseguir¨¢ escapar? ?Qui¨¦n con su pie ligero podr¨¢ huir de ellos en salto afortunado?". Pens¨¦ que s¨®lo los monos atletas, los tiburones y los guepardos podr¨ªan hacerlo mediante su misteriosa sacralidad.
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