El legado de Bellow
Uno. Entre los novelistas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, Saul Bellow sobresale como uno de los gigantes, quiz¨¢ el gigante. Su periodo principal abarca desde comienzos de los a?os cincuenta (Las aventuras de Augie March) hasta mediados de los setenta (El legado de Humboldt), aunque todav¨ªa en 2000 publicaba una narrativa notable (Ravelstein). La Biblioteca de Estados Unidos ha publicado ahora los tres primeros libros de Bellow en un ¨²nico volumen de mil p¨¢ginas: El hombre en suspenso (1944), La v¨ªctima (1947) y Las aventuras de Augie March (1953). Bellow se convierte, por consiguiente, en el primer escritor de narrativa que recibe en vida el imprim¨¢tur de la biblioteca.
El hombre en suspenso es una novela corta en forma de diario. El escritor del diario es un joven de Chicago, Joseph, licenciado en Historia en paro, mantenido por su esposa, que trabaja. Es el a?o 1942, Estados Unidos est¨¢ en guerra, y Joseph permanece en suspenso mientras espera que lo llamen de la junta de reclutamiento. Usa su diario para explorar c¨®mo ha llegado a ser lo que es, y en particular para entender por qu¨¦, hace aproximadamente un a?o, abandon¨® los ensayos filos¨®ficos que estaba escribiendo para empezar tambi¨¦n a oscilar en otro sentido.
Tan enorme parece la brecha entre su yo de ahora y ese yo impetuoso e inocente que era en el pasado, que se considera el doble del Joseph anterior, vestido con sus ropas gastadas. Aunque el anterior yo de Joseph hab¨ªa sido capaz de funcionar en sociedad, de establecer un equilibrio entre su trabajo en una agencia de viajes y sus estudios eruditos, estaba preocupado por una sensaci¨®n de alejamiento del mundo. Desde su ventana vigilaba la perspectiva urbana: chimeneas, almacenes, carteles publicitarios, coches aparcados. ?Acaso ese entorno no deforma el alma? "?D¨®nde hab¨ªa una part¨ªcula de lo que, en otra parte, o en el pasado, hab¨ªa hablado a favor del hombre?... ?Qu¨¦ dir¨ªa Goethe de la vista que se tiene desde esta ventana?".
Puede parecer c¨®mico que en el Chicago de los a?os cuarenta alguien estuviera ocupado con unas divagaciones tan grandiosas, dice Joseph, el escritor del diario, pero en cada uno de nosotros hay un elemento c¨®mico o fant¨¢stico. Mas reconoce tambi¨¦n que al burlarse de la filosof¨ªa de Joseph est¨¢ negando su mejor yo.
Aunque desde el punto de vista abstracto el anterior Joseph est¨¢ dispuesto a aceptar que el hombre es agresivo por naturaleza, no detecta en su coraz¨®n m¨¢s que amabilidad. Una de sus ambiciones m¨¢s remotas es fundar una colonia ut¨®pica donde se pudieran prohibir el resentimiento y la crueldad. Por consiguiente, desfallece cuando se ve alcanzado por arrebatos de violencia impredecible. Pierde la paciencia con su sobrina adolescente y le da un azote, indignando a los padres de la chica. Maltrata a su casero. Le grita a un empleado de banco. Parece ser "una especie de granada humana a la que le hayan retirado la anilla". ?Qu¨¦ le est¨¢ ocurriendo?
Un amigo artista le dice que la ciudad monstruosa que los rodea no es el mundo real: el mundo real es el del arte y el del pensamiento. Joseph respeta esta postura: al compartir con otros los productos de su imaginaci¨®n, el artista permite que una suma de individuos solitarios se convierta en una especie de comunidad.
Desgraciadamente ¨¦l, Joseph, no es un artista. Su ¨²nico talento es el de ser un buen hombre. ?Pero de qu¨¦ sirve ser bueno? "La bondad no se consigue en un vac¨ªo, sino en compa?¨ªa de otros hombres, ayudado por el amor". Mientras que "yo, en esta habitaci¨®n, separado, alienado, desconfiado, no encuentro en mi prop¨®sito un mundo abierto, sino una c¨¢rcel cerrada e irremediable".
En un convincente p¨¢rrafo, Joseph, el escritor del diario, relaciona sus brotes de violencia con las insoportables contradicciones de la vida moderna. Con el cerebro lavado hasta hacernos creer que cada uno de nosotros somos un individuo de valor inestimable y con un destino individual, que no hay l¨ªmite a lo que podemos conseguir, partimos en busca de nuestra grandeza individual. Al no encontrarla, empezamos a odiar inmoderadamente y a castigarnos a nosotros mismos y a los dem¨¢s inmoderadamente. El temor a quedarnos nos persigue y nos enloquece... Provoca un clima interior de oscuridad. Y ocasionalmente sale de nosotros una corriente de odio y de lluvia hiriente.
En otras palabras, al convertir al Hombre en el centro del universo, la Ilustraci¨®n, especialmente en su fase rom¨¢ntica, nos impuso unas exigencias ps¨ªquicas imposibles, que tienen como resultado no s¨®lo peque?os arrebatos de violencia como los suyos, o aberraciones morales como la b¨²squeda de la grandeza a trav¨¦s del crimen (v¨¦ase el Raskolnikov de Dostoievski), sino tambi¨¦n quiz¨¢ la guerra que est¨¢ consumiendo el mundo. Por eso, en un movimiento parad¨®jico, Joseph, el escritor del diario, finalmente deja su l¨¢piz y se alista. El aislamiento impuesto por la ideolog¨ªa del individualismo, concluye, redoblado por el aislamiento del examen de conciencia, lo ha puesto al borde de la locura. Quiz¨¢ la guerra le ense?e lo que ha sido incapaz de aprender de la filosof¨ªa. Y as¨ª termina su diario con el grito:
?Vivan las horas regulares!
?Y el control del esp¨ªritu!
?Larga vida a la reglamentaci¨®n!
Joseph traza una l¨ªnea entre el mero individuo obsesionado por s¨ª mismo, que lucha con sus pensamientos, y el artista que mediante la facultad demi¨²rgica de la imaginaci¨®n convierte sus peque?os problemas personales en preocupaciones universales. Pero la pretensi¨®n de que las luchas ¨ªntimas de Joseph sean meras entradas de diario pensadas s¨®lo para sus ojos apenas se sostiene. Porque entre las entradas hay p¨¢ginas -que en su mayor¨ªa presentan escenas de la ciudad, o esbozos de las personas con las que Joseph se encuentra- con una elevada dicci¨®n y una inventiva metaf¨®rica que las delatan como productos de la imaginaci¨®n po¨¦tica que no s¨®lo exigen un lector, sino que tambi¨¦n extienden la mano en busca de un lector o lo crean. Joseph puede fingir que desea considerarse a s¨ª mismo un estudioso fracasado, pero sabemos, como ¨¦l debe de sospechar, que ha nacido escritor.
El hombre en suspenso ofrece mucha reflexi¨®n y poca acci¨®n. Ocupa el inc¨®modo terreno entre la novela corta propiamente dicha y el ensayo personal o la confesi¨®n. Diversos personajes entran en escena e intercambian palabras con el protagonista pero, aparte de Joseph y sus dos manifestaciones incompletas, no hay personajes propiamente dichos. Tras la figura de Joseph se puede distinguir a los solitarios y humillados oficinistas de Gogol y Dostoievski, mascullando la venganza; el Roquentin de N¨¢usea de Sastre, un erudito que vive una extra?a experiencia metaf¨ªsica que lo separa del mundo; y el solitario joven poeta de los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke. En este corto primer libro, Bellow todav¨ªa no ha desarrollado un veh¨ªculo adecuado para el tipo de novela hacia el que siente que se dirige, una novela que ofrezca las acostumbradas satisfacciones novel¨ªsticas, incluida la implicaci¨®n en lo que parece un conflicto de la vida real en un mundo real, y que sin embargo deja al autor libre para desplegar su lectura de la literatura y el pensamiento europeos y explorar los problemas de la vida contempor¨¢nea. Porque ese paso en la evoluci¨®n de Bellow tendr¨¢ que esperar a Herzog (1964).
Dos. Asa Leventhal, que puede ser o no la v¨ªctima de la novela corta titulada La v¨ªctima, dirige una peque?a revista comercial en Manhattan. En el trabajo tiene que soportar las pullas de un antisemitismo casual. Su esposa, a la que ama tiernamente, est¨¢ fuera de la ciudad. Un d¨ªa, en la calle, Leventhal siente que lo observan. Un hombre se le acerca, y lo saluda. D¨¦bilmente, ¨¦l le pregunta su nombre: Allbee. ?Por qu¨¦ llega tarde, pregunta Allbee? ?No recuerda que ten¨ªan una cita? Leventhal no recuerda nada por el estilo. ?Entonces por qu¨¦ est¨¢ aqu¨ª?, pregunta Allbee. (Una y otra vez, Allbee atrapa a Leventhal con ese tipo de yuyitsu l¨®gico).
Enseguida, Allbee se embarca en un tedioso relato del pasado seg¨²n el cual ¨¦l le hab¨ªa arreglado a Leventhal una entrevista con su jefe (el de Allbee), en la que Leventhal (a prop¨®sito, dice Allbee) se hab¨ªa comportado de manera insultante, a consecuencia de lo cual Allbee hab¨ªa perdido su trabajo. Leventhal recuerda levemente los acontecimientos, pero niega la deducci¨®n de que la entrevista hubiera formado parte de un complot contra Allbee. Si sali¨® enfadado de la entrevista, dice, fue porque al jefe de Allbee no le interesaba contratarlo. No obstante, ¨¦ste le dice que ahora est¨¢ sin trabajo. Tiene que dormir en albergues. ?Qu¨¦ va a hacer Leventhal al respecto?
As¨ª comienza la persecuci¨®n de Allbee a Leventhal, o eso es lo que le parece a ¨¦ste. Tenazmente, Leventhal resiste la reclamaci¨®n que Allbee le hace de que ha sido perjudicado y por consiguiente se le debe algo. Esta resistencia se presenta completamente desde el interior: el autor no nos dice una sola palabra respecto a de parte de qui¨¦n nos debemos poner, sobre qui¨¦n es la v¨ªctima y qui¨¦n el perseguidor. Y no recibimos consejos de responsabilidad moral. ?Est¨¢ Leventhal resisti¨¦ndose prudentemente a que le tomen el pelo, o se est¨¢ negando a aceptar que cada uno es el guardi¨¢n de su hermano? ?Por qu¨¦ yo?, ¨¦se es el ¨²nico grito de Leventhal. ?Por qu¨¦ este extra?o me culpa, me odia, pretende que lo compense?
Leventhal afirma que sus manos est¨¢n limpias, pero sus amigos no est¨¢n tan seguros. ?Por qu¨¦ se ha mezclado con un personaje desabrido como Allbee?, preguntan. ?Est¨¢ seguro de sus motivos? Leventhal recuerda su primera reuni¨®n con Allbee, en una fiesta. Una chica jud¨ªa hab¨ªa cantado una balada, y Allbee le hab¨ªa dicho que deb¨ªa probar con un salmo. "Si no hab¨¦is nacido para ellas
[las baladas estadounidenses], es in¨²til intentar cantarlas". ?Decidi¨® en aquel momento inconscientemente hacerle pagar a Allbee su antisemitismo?
Con cargo de conciencia, Leventhal ofrece cobijo a Allbee. Los h¨¢bitos personales de ¨¦ste resultan ser horrorosos. Tambi¨¦n hurga en los documentos personales de Leventhal. (Allbee: si no conf¨ªas en m¨ª, ?por qu¨¦ no le echas la llave al caj¨®n?) Leventhal pierde la paciencia y ataca a Allbee, pero ¨¦ste se recupera.
Allbee predica una lecci¨®n que (seg¨²n ¨¦l) Leventhal deber¨ªa ser capaz de comprender a pesar de ser jud¨ªo, a saber, que debemos arrepentirnos y ser hombres nuevos. Leventhal duda de la sinceridad de Allbee y as¨ª se lo dice. Dudas de m¨ª porque eres jud¨ªo, responde ¨¦l. Pero ?por qu¨¦ yo? Pregunta nuevamente Leventhal. "?Por qu¨¦?", responde Allbee. "Por buenas razones; ?la mejor del mundo!... Te estoy dando la oportunidad de ser justo, Leventhal, y hacer lo correcto".
Cuando llega a casa una noche, Leventhal se encuentra la puerta cerrada con llave y a Allbee en su cama, la de Leventhal, con una prostituta. Su ira divierte a Allbee. "?D¨®nde sino en la cama?... ?Quiz¨¢ t¨² tienes otra forma, m¨¢s refinada, diferente? ?No dec¨ªs vosotros que sois como todos los dem¨¢s?".
?Qui¨¦n es Allbee? ?Un loco? ?Un profeta completamente disfrazado? ?Un s¨¢dico que escoge a sus v¨ªctimas al azar? ?l tiene su propia historia. Es como el indio de las llanuras, dice, que con la llegada del ferrocarril contempla el final de su antigua forma de vida. Ha decidido unirse a la nueva administraci¨®n. Leventhal el jud¨ªo, miembro de la nueva raza de se?ores, debe encontrarle un trabajo en el ferrocarril del futuro. "Quiero bajarme de poni y ser maquinista de ese tren".
Cuando su esposa est¨¢ a punto de volver, Leventhal ordena a Allbee que se busque otro sitio para vivir. En medio de la noche se despierta y descubre que el piso est¨¢ lleno de gas. Lo primero que se le ocurre es que Allbee est¨¢ intentando matarlo. Pero parece que ¨¦ste ha intentado sin ¨¦xito suicidarse en la cocina.
Allbee desaparece de la vida de Leventhal. Los a?os pasan. Gradualmente Leventhal se libera del sentimiento de culpa por "haberse librado". No hay raz¨®n, reflexiona, para que Allbee le envidie su buen trabajo, su matrimonio feliz. Dicha envidia descansa sobre una premisa falsa: la de que a cada uno de nosotros nos han hecho una promesa. Esa promesa nunca la han hecho, ni Dios ni el Estado.
Entonces, una noche, se encuentra a Allbee en el teatro. Escolta a una actriz marchita, y huele a bebida. He encontrado mi lugar en el tren, le informa; pero no de conductor, sino meramente de pasajero. Me he puesto de acuerdo con "quien dirige las cosas". "?Cu¨¢l es tu idea de qui¨¦n dirige las cosas?", pregunta Leventhal. Pero Allbee desaparece entre la multitud.
El Kirby Allbee de Bellow es una creaci¨®n inspirada, c¨®mica, pat¨¦tica, repulsiva y amenazadora. A veces su antisemitismo parece amistoso con un estilo un tanto campechano; a veces habla como si hubiera sido absorbido por su propia caricatura del jud¨ªo, que ahora vive en su interior y habla por su boca. Vosotros los jud¨ªos os est¨¢is haciendo con el mundo, gimotea. A los pobres estadounidenses no nos queda sino buscarnos una humilde esquina. ?Por qu¨¦ nos maltrat¨¢is? ?Qu¨¦ da?o os hemos hecho jam¨¢s?
En el antisemitismo de Allbee tambi¨¦n hay un tono patricio estadounidense. "?Sabes que uno de mis antepasados era el gobernador Winthrop?", dice. "?No es rid¨ªculo? Es realmente como si los hijos de Calib¨¢n lo estuvieran dirigiendo todo". Ante todo, Allbee es desvergonzado, harag¨¢n, desordenado. Hasta sus momentos de congraciamiento resultan ofensivos. D¨¦jame tocarte el pelo, le ruega a Leventhal. "Es como el pelo de un animal".
Leventhal es un buen esposo, un buen t¨ªo, un buen hermano, un buen trabajador en circunstancias dif¨ªciles. Es culto; no es problem¨¢tico. Quiere formar parte de la corriente general estadounidense. A su padre no le importaba lo que los gentiles pensaran de ¨¦l siempre que le pagaran lo que le deb¨ªan. "?sa era la opini¨®n de su padre, pero no la suya. ?l la rechazaba y se apartaba de ella". ?l tiene conciencia social. Es consciente de con qu¨¦ facilidad, en Estados Unidos en particular, uno puede caer entre "los perdidos, los marginados, los derrotados, los inadvertidos, los arruinados". Hasta es un buen vecino; despu¨¦s de todo, ninguno de los amigos gentiles de Allbee est¨¢ dispuesto a admitirlo. Entonces, ?qu¨¦ m¨¢s se le puede pedir?
La respuesta es: todo. La v¨ªctima es el libro m¨¢s dostoievskiano de Bellow. El argumento es una adaptaci¨®n de El eterno marido de Dostoievski, la historia de un hombre importunado por el marido de una mujer con la que tuvo una aventura hace a?os, alguien cuyas insinuaciones y exigencias se vuelven cada vez m¨¢s y m¨¢s insufriblemente ¨ªntimas. Pero no es s¨®lo el argumento lo que Bellow debe a Dostoievski, y el motivo del detestado doble. Hasta el esp¨ªritu de La v¨ªctima es dostoievskiano. Los cimientos de nuestra vida limpia, bien ordenada, pueden venirse abajo en cualquier momento; sin avisar, pueden plante¨¢rsenos exigencias inhumanas, y desde los lugares m¨¢s extra?os; es perfectamente natural resistirse (?por qu¨¦ yo?); pero si queremos salvarnos no tenemos elecci¨®n, debemos dejarlo todo y seguir. Pero este mensaje esencialmente religioso se pone en boca de un repulsivo antisemita. ?Es raro que Leventhal se niegue rotundamente?
El coraz¨®n de Leventhal no est¨¢ cerrado; su resistencia no es total. Hay algo en todos nosotros, reconoce, que lucha contra el sue?o de lo cotidiano. En compa?¨ªa de Allbee, en raros momentos, se siente a punto de escapar de los confines de su propia identidad y ver el mundo con ojos nuevos. Algo parece estar ocurriendo en torno a su coraz¨®n, una especie de premonici¨®n; si es un infarto o algo m¨¢s exaltado, es algo que no puede saber. En cierto momento, mira a Allbee y ¨¦ste le devuelve la mirada, y ambos podr¨ªan ser la misma persona. En otro -ofrecido por la prosa magistralmente sobria de Bellow- nos convencemos de alguna manera de que Leventhal se mueve al borde de la revelaci¨®n. Pero entonces una gran fatiga lo asalta. Todo esto es demasiado.
Echando un vistazo a su carrera profesional, vemos que Bellow ha tendido a menospreciar La v¨ªctima. Si El hombre en suspenso fue su licenciatura como escritor, ha dicho, La v¨ªctima fue su doctorado. "Yo estaba todav¨ªa aprendiendo, estableciendo mis credenciales, demostrando que un joven de Chicago tiene derecho a reclamar la atenci¨®n del mundo". Es demasiado modesto. La v¨ªctima est¨¢ a punto de unirse a Billy Budd en las primeras filas de las novelas cortas estadounidenses. Si tiene un punto d¨¦bil, no es el de la ejecuci¨®n, sino el de la ambici¨®n. No ha hecho a Leventhal con suficiente peso intelectual como para debatir adecuadamente con Allbee (y con Dostoievski detr¨¢s de ¨¦l) sobre la universalidad del modelo cristiano de llamada al arrepentimiento.
Tres. Augie March, protagonista de la tercera novela de la recopilaci¨®n, llega al mundo alrededor de 1915, el a?o del nacimiento de Bellow, en el seno de una familia jud¨ªa residente en un barrio polaco de Chicago. El padre de Augie no aparece, y su ausencia apenas se comenta. Su madre, una figura triste y sombr¨ªa, est¨¢ casi ciega. Tiene dos hermanos varones, uno de ellos con discapacidad mental. La familia subsiste, de manera un tanto fraudulenta, gracias a la seguridad social y a las contribuciones de una inquilina, la abuela Lausch (que no es familiar suya), nacida en Rusia; una mujer con ¨ªnfulas culturales. El joven Augie le saca libros de la biblioteca. "?Cu¨¢ntas veces tengo que decir que si no dice novela no lo quiero?... Bozhe moy!".
Es la abuela Lausch la que cr¨ªa realmente a los chicos de la familia March. Cuando no se cumple su mayor esperanza -la de que los ni?os resulten ser unos genios cuya carrera ella pueda despu¨¦s dirigir- pone sus miras en convertirlos en buenos oficinistas. Desfallece cuando ellos crecen y resultan "comunes y groseros".
Como la mayor¨ªa de los muchachos del vecindario, Augie comete peque?os delitos. Pero su primer atraco organizado le hace sentirse tan mal que deja la banda. Recordando su ni?ez desde la perspectiva de los treinta y tantos, cuando conf¨ªa su historia al papel, Augie se pregunta qu¨¦ efecto tuvo sobre ¨¦l no haber nacido en la "Sicilia de los pastores", sino en medio de la "profunda vejaci¨®n de la ciudad". No ten¨ªa que preocuparse. Las partes m¨¢s convincentes del libro de su vida proceden de un intenso revivir de su ni?ez, una ni?ez rica en espect¨¢culo y experiencia social, de un tipo que pocos ni?os estadounidenses disfrutan hoy d¨ªa.
De joven, durante los a?os de la Gran Depresi¨®n, Augie sigue coqueteando con la delincuencia. De un experto aprende el arte de robar libros, que despu¨¦s vende a los alumnos de la Universidad de Chicago. Pero su coraz¨®n se mantiene m¨¢s o menos puro. Como muchos estudiantes, es capaz de racionalizar el robo de libros, consider¨¢ndolo una variedad benigna de latrocinio.
En Augie hay tambi¨¦n buenas influencias, entre ellas la de los Einhorn, que lo emplean para realizar "trabajos no especificados de car¨¢cter diverso". El paternal William Einhorn le regala una colecci¨®n ligeramente estropeada de Cl¨¢sicos de Harvard, que ¨¦l mantiene en una caja de madera debajo de la cama y que lee superficialmente. Posteriormente trabajar¨¢ de ayudante de investigaci¨®n de un rico aficionado a la vida acad¨¦mica. As¨ª, aunque no va a la universidad, por un medio u otro sus aventuras con la lectura contin¨²an. Y las lecturas que hace son serias, incluso desde el punto de vista de la Universidad de Chicago: Hegel, Nietzsche, Marx, Weber, Tocqueville, Ranke, Burckhardt, por no decir nada de los griegos, los romanos y los padres de la Iglesia. Ni un solo novelista en la lista.
El hermano mayor de Augie, Simon, es un hombre de apetito que desborda la realidad. Aunque no es un ignorante, considera que las lecturas de Augie son el principal obst¨¢culo en su plan de que se case con una chica rica, vaya a la facultad de Derecho por la noche, y se convierta en socio suyo en el negocio del carb¨®n. Obedeciendo a Simon, Augie lleva durante un tiempo una doble vida, trabajando en la carboner¨ªa durante el d¨ªa, y despu¨¦s visti¨¦ndose elegantemente y aventur¨¢ndose a codearse con los ricos. En el tiempo que permanece bajo la protecci¨®n de Simon, Augie tiene la oportunidad de disfrutar de la buena vida, y en particular del calor sedoso de los hoteles caros. "No quer¨ªa que la grandeza del lugar me aplastara", escribe.
Pero finalmente son ellos (los accesorios del hotel) los que se vuelven grandes: la multitud de ba?os con agua caliente que nunca falta, las enormes unidades de aire acondicionado y la elaborada maquinaria. No se permite ninguna grandeza opuesta, y la persona que molesta es la que no los sirve mediante su uso, o los niega al no desear disfrutarlos.
"No se permite ninguna grandeza opuesta". Augie es suficientemente clarividente como para ver que quien niega el poder del gran hotel estadounidense simplemente se margina, independientemente de las autoridades de los Cl¨¢sicos de Harvard que pueda citar en su ayuda. Las aventuras de Augie March no son el resumen de una vida sino un informe intermedio. Al final del informe, Augie no est¨¢ todav¨ªa seguro de si est¨¢ a favor o en contra del hotel, a favor o en contra del sue?o americano. "Pero, entonces, ?c¨®mo hace uno para tomar una decisi¨®n en contra, y seguir en contra? ?Cu¨¢ndo elige, y cu¨¢ndo es, por el contrario, elegido?".
La filosof¨ªa grandiosa y el lenguaje evanescente se?alan la presencia junto a Augie de Theodore Dreiser, el gran predecesor de Bellow como testigo de la vida de Chicago, y la mayor influencia presente en Las aventuras de Augie March. En personajes como Carrie Meeber (Hermana Carrie) y Clyde Griffiths (Una tragedia americana), Dreiser nos ofreci¨® almas sencillas y anhelantes del Medio Oeste, ni buenas ni malas por naturaleza, atra¨ªdas hacia la ¨®rbita del lujo de la gran ciudad -para acceder a la cual no hacen falta credenciales, ni sangre de abolengo, ni relaciones, ni educaci¨®n, ni contrase?a; s¨®lo dinero- y, en el caso de Clyde, dispuestas a matar para aferrarse a ella.
Clyde es un vago al estilo dreiseriano: no escoge su destino, se dirige sin rumbo hacia ¨¦l. Augie tambi¨¦n corre el peligro de convertirse en un vago: un joven guapo con muchas mujeres ricas dispuestas a subvencionar su estilo de vida. Si los cimientos de las novelas rusas de la abuela Lausch y los Cl¨¢sicos de Harvard de William Einhorn no sirven de nada contra el poder del gran hotel, ?qu¨¦ distingue a Augie de cualquier otro semiaquiescente consumidor de lujo?
A esta pregunta, Las aventuras de Augie March s¨®lo ofrece una respuesta proustiana: el joven que empieza su relato con las palabras "soy estadounidense, nacido en Chicago... y hago las cosas como yo mismo me he ense?ado a hacerlas, por libre, y presentar¨¦ el relato a mi manera", y termina recordando c¨®mo escribi¨® esas palabras y compar¨¢ndose con Col¨®n -"Tambi¨¦n Col¨®n pens¨® que era fracasado... Lo cual no prob¨® que no hubiera ninguna Am¨¦rica"-, no es un fracasado, a pesar de que no se le ocurra ninguna fuerza que consiga oponerse a la del hotel. ?Por qu¨¦? Porque la propia memoria adquirida constituye dicha fuerza. La literatura, cree Bellow, interpreta el caos de la vida, le da significado. En su disposici¨®n primero a ser barrido por las fuerzas de la vida moderna y despu¨¦s a aliarse nuevamente con ellas por medio de su arte "libre", se nos da a entender que Augie est¨¢ mejor equipado de lo que sabe para oponerse a las seducciones del hotel, ciertamente mejor que el pensador enclaustrado en su estudio. A este respecto Augie y el Joseph de El hombre en suspenso son uno.
Un elemento de Dreiser que Bellow no asume es la maquinaria determinista del destino. El destino de Clyde es sombr¨ªo, el de Augie no. Uno o dos descuidados deslices, y Clyde acaba en la silla el¨¦ctrica; mientras que sean cuales sean los peligros a los que se enfrenta, Augie sale de ellos sano y salvo.
En cuanto queda claro que su protagonista va a llevar una vida encantada, Las aventuras de Augie March empieza a pagar su falta de estructura dram¨¢tica e incluso de organizaci¨®n intelectual. El libro se hace cada vez menos interesante a medida que avanza. El m¨¦todo de composici¨®n escena a escena utilizado, en el que cada escena comienza con una haza?a de v¨ªvida descripci¨®n verbal, empieza a parecer mec¨¢nico. Las muchas p¨¢ginas dedicadas a las aventuras de Augie en M¨¦xico, ocupado en un plan absurdo de entrenar a un ¨¢guila para que cace iguanas, acaban convertidos en muy poco, a pesar de los recursos de escritura que se les dedican. Y la principal escapada de Augie en tiempos de guerra, torpedeado, atrapado con un cient¨ªfico loco en un bote salvavidas frente a la costa africana, es simplemente material propio de un libro de vi?etas c¨®micas.
Esto no quiere decir que el propio Augie sea una nulidad intelectual. Por convicci¨®n es un idealista filos¨®fico, incluso un idealista radical, para quien el mundo constituye un complejo de ideas entremezcladas sobre el mundo, millones de ellas, tantas como mentes humanas hay. Intentamos presentar nuestra propia idea, cada uno de nosotros, reclutando a otros para que interpreten un papel en ella. La norma rectora de Augie, desarrollada en el transcurso de media vida, es resistirse a ser reclutado por las ideas de otros. En cuanto a su propio modelo del mundo, personifica un principio de simplificaci¨®n. El mundo contempor¨¢neo, en su opini¨®n, nos sobrecarga con su mala infinidad. "Demasiado de todo... demasiada historia y cultura..., demasiados detalles, demasiadas noticias, demasiado ejemplo, demasiada influencia... ?Qui¨¦n se supone que ha de interpretarlo? ?Yo?".
?Qu¨¦ forma adopta la simplificaci¨®n, como respuesta al reto de los tiempos, en su propia vida? En primer lugar, "convertirme en lo que soy"; segundo, comprar un terreno, casarme, sentar la cabeza, dar clase, hacer carpinter¨ªa casera, y aprender a arreglar el coche. Como le comenta un amigo, "que tengas suerte".
El hombre en suspenso y La v¨ªctima hab¨ªan llamado la atenci¨®n de los c¨ªrculos literarios sobre Bellow, pero fue Las aventuras de Augie March, ganador del Premio Nacional de Literatura estadounidense de 1953, el que lo hizo famoso. Seg¨²n ¨¦l mismo cuenta, se lo pas¨® muy bien escribi¨¦ndolo, y en los primeros cientos de p¨¢ginas su entusiasmo creativo es contagioso. El lector disfruta enormemente con la prosa atrevida, r¨¢pida y graciosa, la facilidad informal con la que se escribe una mot juste ("Karas, con un traje cruzado de piel de tibur¨®n y presentando el aspecto de tener dificultades con el afeitado y el peinado sobresal¨ªa terriblemente") tras otra. Desde Mark Twain, ning¨²n escritor estadounidense hab¨ªa manejado lo popular con tal br¨ªo. El libro se gan¨® a los lectores por su variedad, su incansable energ¨ªa, su impaciencia con las conveniencias. Sobre todo, parec¨ªa decir un gran "?S¨ª!" a Estados Unidos.
Ahora, visto en retrospectiva, se puede considerar que ese "?S¨ª!" tuvo un precio. Las aventuras de Augie March se presenta, en cierto sentido, como la historia de la futura madurez de la generaci¨®n de Bellow. Pero, ?en qu¨¦ medida es Augie representante de esa generaci¨®n? Se relaciona con estudiantes de izquierdas, lee a Nietzsche y a Marx, trabaja como organizador sindical, hasta se plantea trabajar de guardaespaldas de Trotski en M¨¦xico, pero la imagen m¨¢s amplia del mundo apenas se registra en su conciencia. Cuando llega la guerra, se queda estupefacto. "?Zaca! Estall¨® la guerra... Perd¨ª la chaveta, odiaba al enemigo, y me falt¨® tiempo para ir a luchar". ?En qu¨¦ momento su ensimismamiento en el aqu¨ª y en el ahora se ha convertido en estupidez? ?En qu¨¦ medida ha tenido Bellow que idiotizarlo para convertirlo en un verdadero h¨¦roe?
El compendio publicado por la Biblioteca de Estados Unidos incluye quince p¨¢ginas de notas escritas por James Wood. Estas notas son especialmente ¨²tiles en el caso de Las aventuras de Augie March, donde se esparcen nombres y alusiones como confeti. Wood concreta muchas referencias de refil¨®n que hace Augie, pero otras muchas quedan fuera. ?A qui¨¦n, por ejemplo, sentaron sus llorosas hermanas en un caballo para que fuera a estudiar griego a Bogot¨¢? ?Qu¨¦ embajador de qu¨¦ pa¨ªs roci¨® de laca las tuber¨ªas de agua de Lima para frenar el ¨®xido?
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