Un extra?o hombre corriente
El poder de Pedro Solbes no es presencial. La propia barba tiene la forma de una prolongaci¨®n vegetal, bien podada, de la mente, y m¨¢s que un signo, parece un instrumento destinado a retener palabras valiosas. El ¨²nico trazo de coqueter¨ªa que se le conoce lo destina al territorio m¨¢s desfavorecido, su cabellera ¨¢rtica. De vestimenta muy com¨²n, de traje chaqueta democr¨¢tico, lo que s¨ª cuida Solbes es la econom¨ªa est¨¦tica de su peinado. Pero lo que nunca har¨¢ es escupir en el peine para arreglar el cabello ante la c¨¢mara, como se le ve hacer al vicesecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, en Fahrenheit 11/9. He ah¨ª la diferencia sustancial, por el momento, entre el modelo europeo y el norteamericano.
Es un hombre al que repugnan el elitismo y la demagogia. Un pol¨ªglota que no insulta en cinco idiomas. Su tono de voz es muy bueno para hablar solo
Gaspar Llamazares, el portavoz de Izquierda Unida, se suele referir al ministro de Econom¨ªa y Hacienda como "el 'padre' Solbes". Es una iron¨ªa atinada
Una ma?ana, cuando era ministro de Agricultura, Pedro Solbes se despert¨® con un soplo en el rostro. Parte de la cara estaba paralizada por un rictus desobediente. Lo rese?o porque es el ¨²nico disturbio que se le conoce. Una protesta silenciosa de la anatom¨ªa. Y es que el campo, diga lo que diga la literatura buc¨®lica, siempre fue una fuente de intranquilidad. Si la noche anterior Pedro Solbes hubiera soltado un taco contra el algod¨®n o la remolacha, si hubiera perpetrado un disfemismo sobre la leche, quiz¨¢ sus m¨²sculos estar¨ªan relajados, y yo no tendr¨ªa nada raro que contar.
O s¨ª. Tambi¨¦n padece de la espalda. ?se es otro rasgo positivo de su car¨¢cter. Adem¨¢s, no es un deportista, s¨®lo pasea, lo que supone, a mi modo de ver, un plus de confianza en su persona. Lo excepcional del caso Solbes es su radical tranquilidad. Estamos ante un fan¨¢tico de la negociaci¨®n.
'Desenredador' de nudos
Gran parte del capital del Gobierno socialista radica en esas reservas de negociaci¨®n que atesora Solbes. No es un orador hechicero, pero es un gran desenredador de nudos. Como pocos personajes en Espa?a, y pese al momento de canibalismo simb¨®lico que vivimos en lo pol¨ªtico, Pedro Solbes encarna la "confianza b¨¢sica". Sin duda, su nombramiento como vicepresidente segundo y ministro de Econom¨ªa y Hacienda fue el menos controvertido o el que suscit¨® un mayor consenso. En cambio, Solbes dud¨®. El cuerpo tambi¨¦n habla, ya hemos visto. Y la espalda aquellos d¨ªas le dol¨ªa especialmente. Quiz¨¢ se resist¨ªa, la espalda, a cargar con las cuentas de Espa?a. Por otra parte, le apetec¨ªa terminar su ciclo pol¨ªtico en Europa, en un periodo nuevo e interesante de la construcci¨®n comunitaria. Es cierto que hab¨ªa mantenido una buena relaci¨®n con Zapatero desde la sorprendente elecci¨®n en el congreso de 2000. Cuando m¨¢s de media Espa?a y casi medio partido esperaban el churrasco de Bambi en la parrillada Aznar, y el tenaz Pepe Blanco intentaba levantar la moral con la Ep¨ªstola a los G¨¢latas, Pedro Solbes estaba disponible. Atend¨ªa con ¨¢nimo las llamadas del candidato. Aportaba su conocimiento. Hab¨ªa, pues, una buena sinton¨ªa previa al 14-M entre Zapatero y Solbes. Pero lo que decide finalmente su vuelta a Madrid es un asiento contable invisible llamado conciencia. Es la delicada situaci¨®n que vive el pa¨ªs tras la masacre de Atocha.
Gaspar Llamazares, el portavoz de Izquierda Unida, se suele referir al ministro de Econom¨ªa y Hacienda como el padre Solbes. Es una iron¨ªa atinada. Un periodista que entrevist¨® a Carlos Marx en Londres, R. Landor, escribi¨® que si le cubriesen la parte superior del rostro, "podr¨ªan estar en presencia de un miembro nato de la junta parroquial". Pese a la barba con pinceladas grises y al parecido entrecejo, propio de meticulosos so?adores, cuesta imaginar a Solbes en el papel de Marx. Por car¨¢cter, ni siquiera asumir¨ªa el riesgo de hacerlo en una funci¨®n ben¨¦fica. El referente hist¨®rico de Solbes bien podr¨ªa ser otro p¨¢ter revolucionario, el fraile franciscano Luca Pacioli. Mucho menos conocido, la ¨ªndole de su revoluci¨®n fue muy diferente y en otra dimensi¨®n, pero hay que reconocer que result¨® muy exitosa. Se trata del inventor de la tenedur¨ªa de libros. La moderna contabilidad. Mientras lumbreras del momento peroraban contra la brujer¨ªa sexual o los avances m¨¦dicos, y propon¨ªan privatizar la Inquisici¨®n para hacer m¨¢s productivos los potros de tortura, Pacioli lleg¨® a la conclusi¨®n, a finales del siglo XV, de que llevar bien las cuentas y fomentar el comercio era la mejor forma de exorcizar el caos. En La medida de la realidad, de Alfred W. Crosby, leo el testimonio de un coet¨¢neo de Pacioli, Benedetto de Cotrugli, y que bien podr¨ªa haber transmigrado a la pluma de Solbes: "Dado que todas las cosas (valiosas) que hay en el mundo se han hecho con un cierto orden, de modo parecido deben administrarse". Miembro del partido franciscano, por decirlo as¨ª, Luca Pacioli fue a san Francisco de As¨ªs, que hab¨ªa hecho voto de pobreza, lo que hoy podr¨ªa ser un concienzudo tecno-pol, estilo Solbes, al fundador Pablo Iglesias.
Solbes transmite ese optimismo renacentista de que una escrupulosidad en el registro del activo y el pasivo, en las ventajas y desventajas, es la base no s¨®lo del beneficio privado, sino tambi¨¦n del gobierno justo. En la visi¨®n pesimista del Estado, uno se imagina que en la cripta est¨¢ el hombre lobo de Hobbes jugando a las cartas con Ca¨ªn. Ser¨ªa una sorpresa muy civilizada el que, al final de los pasadizos del poder, en el n¨²cleo de la Administraci¨®n, te encontraras un d¨ªa a un hombre honesto escudri?ando el Libro Mayor con la misma atenci¨®n de quien lee una de Dashiell Hammett, y en compa?¨ªa de Dido, una perra retriever con nombre de princesa fenicia fundadora de Cartago, la mejor economista de la mitolog¨ªa, y espanto de los roedores de cifras. Despu¨¦s de haber capitalizado toda la esperanza del siglo XX espa?ol, el descr¨¦dito socialista en la pasada d¨¦cada se debi¨® en gran parte a los cr¨¢teres producidos en la doble contabilidad: la de los n¨²meros y la de los valores. Empezaron a surgir tipos que descubrieron que el dinero pod¨ªa ser infinitamente m¨¢s bello que las rosas. Hac¨ªan genuflexiones, su ret¨®rica era a veces muy radical, pero ¨¦se tambi¨¦n es el estilo de los estafadores.
Un cosmopolita campechano
Pinosa, el lugar donde naci¨® Solbes el 31 de agosto de 1942, es un pueblo del interior alicantino, donde el mediterr¨¢neo se hace manchego. Un producto que se exporta en ese territorio es el sentido com¨²n, y entre las bellas artes destaca la de comprar y vender, es decir, transigir. Dos de los referentes geogr¨¢ficos en el pa¨ªs de la infancia de Solbes son la estafeta de Correos, donde trabajaba el padre, y la posada de Pinosa, donde el padre conoci¨® a la madre. En la fisonom¨ªa de Solbes hay algo del funcionario de la estafeta y del mesonero. Los dos son cosmopolitas de pueblo. Y as¨ª representan a Solbes quienes lo conocen bien. Como un cosmopolita campechano. Le gusta viajar, pero su h¨¢bitat es la familia. La madre, Mira, es un v¨ªnculo con la tierra. Suele ir de vacaciones en coche, con su mujer, Pilar, tambi¨¦n funcionaria p¨²blica, y los tres hijos. Un hombre al que repugnan el elitismo y la demagogia. Un pol¨ªglota que no insulta en cinco idiomas. Su tono de voz, muy bueno para hablar solo. Es muy amable con los periodistas: siempre los despierta al final de la entrevista. Hay compa?eros que lo entrevistaron hace cien d¨ªas y todav¨ªa est¨¢n pensando un titular. Uno de sus antecesores, Carlos Solchaga, era un gran mitinero, capaz de arrancar una ovaci¨®n indescriptible a un auditorio de bizarros sindicalistas que hab¨ªan acudido al acto con un ata¨²d vac¨ªo para orientarle. Hay unanimidad: los momentos m¨¢s apasionantes en un mitin de Solbes son los silencios equilibrados. Por eso tuvieron que inventar para ¨¦l un tipo singular de acto electoral, el de la conferencia-mitin. Una vez declar¨®: "?Ah¨ª, ah¨ª hay que hincar el diente!". ?Qui¨¦n dijo eso? ?Solbes! Se produjo una conmoci¨®n tal en la prensa econ¨®mica como si Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal de EE UU, se hubiese declarado trotskista. Gran parte del p¨²blico lo tom¨® como una simple referencia gastron¨®mica, aunque alguno jura que hablaba del fraude fiscal. En fin, un hombre tan despreocupado por el medio como preocupado por el mensaje. Solbes es consciente del valor de cada una de sus palabras. El ministro de Econom¨ªa y Hacienda tiene que comportarse, en el fondo, como un poeta del silencio.
?l se empe?a en definirse como un hombre corriente. Y quiz¨¢ lo sea. Pero no sabe lo extra?o que resulta un hombre as¨ª.
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