Estupidez pol¨ªtica
Es una redundancia. La estupidez forma la parte superior de las sociedades; de algunas m¨¢s que de otras, de unas personas m¨¢s que de otras. La abundancia desmesurada de leyes, unas sobre otras, contra otras, unidas a reglamentos, ¨®rdenes, modos y maneras; las mil supersticiones; los intereses peque?os o grandes; la locura de todos los planes, de todas las ense?anzas, producen una estupidez generalizada que abarca a sabios, fil¨®sofos, pensadores; y a quienes les leemos. O¨ªr al Papa defender los principios de la Revoluci¨®n Francesa en Lourdes -la misma ciudad forma parte de este todo- se a?ade a la estupidez colosal y al enga?o colectivo. No iba yo por ah¨ª: recog¨ªa la frase -repito, redundante- del inteligente -en lo posible- L¨®pez Garrido: la guerra de Irak ha sido "una estupidez pol¨ªtica". ?Claro! Lo sabe todo el mundo, lo saben sus autores: su Bush, el Blair y nuestro -mal que nos pese- Aznar. Quienes la defienden, los que lo niegan, los que no aceptan que sea una cat¨¢strofe humana y econ¨®mica, el colosal Arenas diciendo al socialista que la arregle ¨¦l, lo saben tambi¨¦n.
Parte considerable de la estupidez colectiva es mentir y negar lo que se palpa; es una gran idiotez creer en lo que uno miente. Peonza imb¨¦cil. En honor de Aznar pienso que ¨¦l crey¨® que se ganaba en unos d¨ªas, y que habr¨ªa en el mundo Tres Grandes, y ¨¦l ser¨ªa uno de ellos. Es una estupidez pol¨ªtica frecuente: todo el que empieza una guerra cree que la va a ganar, si no, no la har¨ªa. Para una mente sin m¨¢s historia que la contada al fuego del campamento y en los libros del abuelo -que nunca crey¨® en nada, aunque hizo muy bien su papel-, la potencia militar y econ¨®mica m¨¢s grande del mundo no pod¨ªa perder una guerra contra un pa¨ªs desarrapado e inerme, y la ha perdido.
Tampoco la puede ganar ese pa¨ªs salvajemente agredido. Estados Unidos la est¨¢ ampliando, est¨¢ causando miles de muertos: y as¨ª est¨¢ perdiendo la guerra y destrozando a los inocentes. La idea de crear un gobierno aborigen y una conferencia nacional es, naturalmente, aberrante. Y la de parar el precio del petr¨®leo es imposible. Si a la estupidez pol¨ªtica de lanzar aquella -¨¦sta- guerra se une la de mentir sobre sus causas, la de querer ser salvadores de aquellos a los que han hundido y siguen hundiendo, la de negar las consecuencias que se vienen sobre nosotros, la estupidez pol¨ªtica alcanza su m¨¢s alto grado. El grado que tiende a la maldad.
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