El imposible arte de conformar a todos
Nadie podr¨ªa estar en desacuerdo con defender las libertades individuales, y aunque Marta no desconoc¨ªa el doble discurso liberador-esclavizante de las sociedades consumistas, le preocupaban las otras limitaciones de las libertades personales, aquellas que no eran legisladas por jueces ni perseguidas por la polic¨ªa. Acciones que no se castigaban con multas o c¨¢rceles sino simplemente con el desprecio cr¨ªtico de los dem¨¢s o con el propio autorreproche.
Nuestra madre anciana ya no puede vivir sola, nosotros no podemos vivir con ella porque tenemos nuestra propia familia, ni podemos llevarla a nuestra casa por falta de espacio y, entonces, decidimos ingresarla en un geri¨¢trico, en contra de su voluntad. Aunque el lugar sea ¨®ptimo, aunque la atenci¨®n sea inmejorable y la vayamos a ver todos los d¨ªas, igualmente muchas veces nos sentimos culpables o acusados por la mirada de nuestros amigos o vecinos. No ha habido error, ni descuido, pero la culpa aparece.
Cualquier miedo es la expresi¨®n de un imaginario. Para la mente da igual si la acusaci¨®n del otro respecto de mi actitud es real o fantaseada
Marta se dio cuenta de que se trataba de un miedo m¨¢s que tambi¨¦n le visitaba con demasiada frecuencia. Un miedo especial, se dijo, pero miedo al fin.
Escribi¨® en palabrasalacarta.com:
TEMOR A LA CR?TICA
...Como siempre, cualquier miedo es la expresi¨®n de un imaginario.
Para la mente da igual si la acusaci¨®n del otro respecto de mi actitud es real o fantaseada.
Nuestro temor s¨®lo necesita que aparezca alguno de estos componentes, y todos ellos son internos:
- Sobrevaloraci¨®n del poder del otro de hacernos da?o y/o menosprecio de nuestros argumentos o nuestra capacidad de defendernos.
- Identificaci¨®n con su desprecio; imaginamos que el otro siente lo que sentir¨ªamos nosotros si estuvi¨¦ramos en su situaci¨®n. (Nos sentimos acusados por su dedo porque sin duda le acusar¨ªamos si se cambiaran los papeles).
- Frustraci¨®n de nuestra enfermiza necesidad de valoraci¨®n, de reconocimiento o de aprobaci¨®n.
El famoso conde Lucanor cuenta la historia de un anciano que regresa del mercado con su joven nieto llevando su mula cargada con la compra.
A poco de andar dos hombres pasan a su lado y uno comenta con el otro:
-Qu¨¦ idiotas esos dos, van caminando en lugar de turnarse para montar la mula.
El joven le hizo notar al abuelo el comentario y diciendo que les asist¨ªa raz¨®n, mont¨® en las ancas del animal.
Otros dos hombres pasaron a su lado. Uno dijo:
-Habrase visto, el viejo caminando a sus a?os y el otro con toda su juventud sentado en la mula.
El joven le dijo al abuelo que los hombres ten¨ªan raz¨®n y le invit¨® a cambiar lugares.
Un carruaje se cruz¨® con el grupo y desde el pescante uno le grit¨® al anciano:
-No le da verg¨¹enza, aprovecharse as¨ª de su nieto. Usted de lo m¨¢s c¨®modo all¨ª sentado y el pobre muchachito caminando como un esclavo.
El joven por tercera vez pens¨® que los hombres ten¨ªan raz¨®n y le sugiri¨® al abuelo que los dos montaran la mula. Y lo hicieron.
No pas¨® mucho tiempo antes de que escucharan a los granjeros al costado del camino diciendo:
-?Salvajes! Pobre animal. No era suficiente con cargarlo con la compra...
Ahora fue el abuelo el que habl¨® y le dijo al nieto:
-Ojal¨¢ aprendas esto que hoy la vida te ha mostrado. Es imposible conformar a todos. Hagas lo que hagas siempre habr¨¢ quienes te critiquen.
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