La lucha imposible de Luismi Berlanas
El madrile?o termina quinto y frustrado, detr¨¢s de los kenianos una vez m¨¢s, una carrera ganada por Kemboi
Antes de un 3.000 obst¨¢culos no hay sirtakis que electrifiquen el ambiente, no hay m¨²sica, no hay jolgorio. Antes de un 3.000 obst¨¢culos, mientras las c¨¢maras que env¨ªan su imagen a la pantalla gigante enfocan las piernas de los corredores, el estadio es silencio. Silencio de ceremonia religiosa. Las piernas finas, sin gemelos, de los kenianos, palitos cubiertos de piel brillante, fibras ocultas, m¨²sculos incre¨ªbles, invisibles, entre las rodillas y los tobillos. Las piernas musculosas, definidas, grandes masas, gemelos evidentes, cu¨¢driceps marcados, de los europeos. Piernas se?aladas, como picotazos de pajarillos hambrientos, marcas finas, los clavos de las zapatillas de los rivales, recuerdos de tantas carreras, marcas de guerra, las piernas de todos.
Antes de un 3.000 obst¨¢culos, Luismi Berlanas no sonr¨ªe. Mantiene esa mirada suya entre airada y rebelde, de enfado con el mundo. Pero no es as¨ª. S¨®lo est¨¢ enfadado con su tobillo, con su pie izquierdo, con el tend¨®n que le martiriza y que intenta mantener firme, sujeto, con cuatro tiras tensas de esparadrapo cruzadas; el tend¨®n que echa de menos las manos de Bodoque, el fisioterapeuta que sufre m¨¢s que el atleta a quien cuida, el tend¨®n que Luismi ha estado tentado de anestesiar antes de la carrera. "Yo valgo m¨¢s que esto, yo valgo m¨¢s", clamar¨ªa Luismi, despu¨¦s, clamar¨ªa en el desierto. "Yo valgo para estar con ellos, con los kenianos; para ser como ellos, para saltar junto a ellos la r¨ªa, como ellos; con mis gemelos, con mis m¨²sculos, junto a su flexibilidad, sus piernas ligeras, aladas. Yo tengo que estar con ellos".
Un 3.000 obst¨¢culos m¨¢s, otros Juegos, como en otros Mundiales, Luismi termina como el primer europeo, termina con los pies sangrando, con el tend¨®n comi¨¦ndole la rabia; termina hablando con Simon Vroemen, el holand¨¦s, el segundo europeo; termina, impotente, hablando de lo mismo. "Eres el mejor europeo. Vales el r¨¦cord. Siempre compites muy bien", le dice Vroemen; "siempre primero Luismi, segundo Simon". S¨®lo le habr¨ªa consolado haber llegado a la campana dentro del grupo feliz de los cuatro kenianos, de los tres con la camiseta roja de Kenia, Kemboi, Kipruto y Kipsiele Koech, y del keniano que era Kipchirchir y que ahora, con la camiseta marr¨®n de Qatar, se llama Musa Obaid Amer. Lleg¨® muy cerca, pero no con ellos. Los cuatro se hab¨ªan ido solos despu¨¦s de haber estirado al grupo, de haber puesto en fila a los 15 atletas en los primeros 1.500 metros con un ritmo r¨¢pido, de 2m 42s el kil¨®metro, regular, metron¨®mico, sin falsos tirones ni acelerones. Un ritmo fr¨ªo, mec¨¢nico, preciso como el bistur¨ª de un cirujano. Detr¨¢s, manteniendo las distancias junto al poco colaborador marroqu¨ª Ali Ezzine, estaba Luismi; m¨¢s atr¨¢s, mucho m¨¢s lejos, penando, echando el bofe, sufriendo latigazos en sus b¨ªceps femorales, en sus vastos, los dem¨¢s, entre ellos los otros dos espa?oles, Antonio Jim¨¦nez, Penti, perdido, y Eliseo Mart¨ªn, aguerrido.
Y nunca se le fueron muy lejos, nunca los tuvo m¨¢s all¨¢ de cinco o seis metros. Ellos, volando, gozando con los obst¨¢culos, como si corrieran por el campo, saltando matas, arbustos, arroyos, una excursi¨®n a la naturaleza; ¨¦l trotando, detr¨¢s, ya solo, desembarazado de Ezzine. Cojeando casi. Entrando mal a la r¨ªa, saltando con el pie izquierdo, el machacado, dej¨¢ndose caer pesado, un gran splash sobre el charco. Otro mundo. Y, sin embargo, estaban ah¨ª, muy cerca, m¨¢s cerca que nunca. Cuando faltaban 600 metros, cuando ya se le acababa el tiempo, cuando ya el dolor del tend¨®n era algo olvidado por repetido, Luismi se fue a por ellos. Aceler¨®. Ech¨® el resto y 200 metros m¨¢s all¨¢, cuando son¨® la campana, all¨ª estaba por fina, pegado a ellos.
Pero no con ellos, en su grupo, en su mundo. Porque fue una ilusi¨®n, un espejismo, una realidad que se desvanece al tocarla. Porque nada m¨¢s acercarse Luismi, nada m¨¢s o¨ªr el ta?ido, sentir el jadeo del espa?ol, los cuatro dieron su aceler¨®n definitivo para jugarse entre ellos las medallas, la gloria: el joven Kipruto, el que pasa la r¨ªa como el gran Barmasai, sin tocar madera; los j¨®venes tambi¨¦n, pero m¨¢s veteranos, Kemboi -que gan¨®- y Koech, m¨¢s s¨®lidos, menos so?adores; el neoqatar¨ª Amer. Kenia, el orgullo del pa¨ªs que ha dado al mundo los m¨¢s grandes obstaculistas, los pobladores del Valle del Rift, los que ven amanecer en Eldoret entre un campo y una caba?a, una vida frugal y sin necesidades, no pod¨ªa permitirse no hacer un pleno. En la ¨²ltima r¨ªa, una peque?a maniobra de Kipruto dej¨® a Amer fuera de combate. Detr¨¢s, no muy lejos, pero siempre lejos, lleg¨® Luismi. Y mientras los kenianos se envolv¨ªan en su bandera, celebraban, ¨¦l, siempre serio, enfadado con el mundo, se fue a la grada, frente a sus padres, su chica, sus amigos. Abri¨® los brazos y les dijo: "No he podido m¨¢s". Pero vale m¨¢s.
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