El buen afiliado
Cuando era un ni?o, en el colegio, nos obligaban a algo llamado Mocidade Portuguesa, que inclu¨ªa uniforme, marchas, discursos patri¨®ticos y estupideces de esa clase. Nos llamaban "afiliados", y hab¨ªa un librito, u op¨²sculo, o folleto, con el dibujo de un ahijado feliz, con el brazo en alto, al estilo nazi
(la Mocidade Portuguesa inclu¨ªa saludos con el brazo en alto, al estilo nazi)
y, junto al afiliado feliz, las palabras "Mandamientos del buen afiliado". Diez, claro. Como los de la Biblia. Me acuerdo del s¨¦ptimo, "El buen afiliado es aplomado, limpio y puntual", pero mis problemas resid¨ªan en el primero, que a¨²n hoy me asombra. Rezaba as¨ª: "El buen afiliado se educa a s¨ª mismo a trav¨¦s de sucesivas victorias de la voluntad", y yo me quedaba repitiendo aquello con un esfuerzo de comprensi¨®n que me quemaba las neuronas, s¨®lo parecido a la perplejidad que el sacerdote introduc¨ªa en mi mollera al proponer
?Para qu¨¦ tanta oscuridad y drama, cu¨¢l era su intenci¨®n de endilgarme horrores?
-Meditemos ahora en la Pasi¨®n del Se?or
se inclinaba, con los ojos cerrados, meditando, y yo me sent¨ªa el peor de los imb¨¦ciles porque no era capaz de meditar en nada y, mucho menos, en la pasi¨®n, fuera de quien fuese. Y yo me inclinaba, yo cerraba los ojos, pero la meditaci¨®n no ven¨ªa. Ven¨ªan el sue?o, el aburrimiento, la imagen de una chica con trenzas, pero meditaciones nanay de la China. All¨ª estaba el Se?or en la cruz, por detr¨¢s del cura, todo sangre, todo corona de espinos, todo sufrimiento, acribillad¨ªsimo por los clavos, y lo que una pobre alma de seis a?os pod¨ªa compartir con Dios era su incomprensi¨®n y su tedio. ?Para qu¨¦ tanta oscuridad, tanto drama, tanta tristeza, cu¨¢l era la intenci¨®n de endilgarme horrores de castillo fantasma, cu¨¢l era el motivo de que me impidieran la alegr¨ªa y la esperanza? Ten¨ªa fr¨ªo, ten¨ªa sue?o, ten¨ªa miedo. El diablo, con llamas y tridente, me alarmaba. Y, para colmo, deb¨ªa tomarme toda la sopa para que el Se?or no llorase: que el Se?or derramase l¨¢grimas por un caldo verde exced¨ªa mi entendimiento. Y ?c¨®mo pod¨ªa amar a un Dios parad¨®jico que, terrible en los castigos, enviaba pestes y mataba a primog¨¦nitos, que un¨ªa, a estas caracter¨ªsticas de asesino en serie, llantos convulsivos de dolor si yo osaba rechazar la sopa? A la Mocidade Portuguesa le pareci¨® estupendo a?adir, a esta perplejidad, aquel primer mandamiento vigoroso y tremendo: "El buen afiliado se educa a s¨ª mismo a trav¨¦s de sucesivas victorias de la voluntad", yo que trastabillaba con el educarme a m¨ª mismo y, m¨¢s a¨²n, con las sucesivas victorias de la voluntad. ?Qu¨¦ deb¨ªa hacer para educarme a m¨ª mismo? ?C¨®mo diantre se consiguen sucesivas victorias de la voluntad? ?Qu¨¦ son victorias? ?Qu¨¦ es voluntad? Decid¨ª comenzar por lo de aplomado, limpio y puntual, que se me antoj¨® m¨¢s f¨¢cil. Con alg¨²n esfuerzo lograba ser limpio y puntual, aplomado lo encontr¨¦ en el diccionario, todas cosas, por otra parte, con las que el buen afiliado se encontraba en sinton¨ªa con el Se?or, al que me imagin¨¦, por tanto, de uniforme, con el brazo en alto al estilo nazi. Tal vez el Se?or fuese aquel viejo de treinta o cuarenta a?os, que dirig¨ªa la Mocidade Portuguesa, que nos vigilaba, en el centro del patio de recreo del colegio, con ojitos severos, los pies en escuadra, marcial, duro, que se hab¨ªa educado a s¨ª mismo, limpio, puntual, aplomad¨ªsimo, con sucesivas victorias de la voluntad en su haber. Tal vez el Se?or fuese aquel viejo o, mejor dicho, el Se?or era aquel viejo. El grano en la barbilla disminu¨ªa un poco su majestad, sobre todo porque no paraba de rascarse, pero nadie es perfecto y yo aceptaba el acn¨¦ divino con alguna dificultad, aunque con comprensi¨®n. Aceptaba el acn¨¦ divino, aceptaba la u?a del me?ique atorment¨¢ndolo, aceptaba el tic que le arrugaba la mejilla, y me alegraba que no hubiera sopa en los alrededores para no estimular sus l¨¢grimas, puesto que me horrorizaba la hip¨®tesis de que el Se?or se echase a llorar delante de los afiliados, en pelotones impecables, confesando
-No soy aplomado, limpio y puntual
admitiendo
-No me educo a m¨ª mismo a trav¨¦s de sucesivas victorias de la voluntad
inclin¨¢ndose, con los ojos cerrados, en una meditaci¨®n larga, sin enviar pestes ni matar a primog¨¦nitos, mientras nosotros, los afiliados, los buenos afiliados, de uniforme, gorra, cintur¨®n, todos aquellos petates, march¨¢bamos delante de ¨¦l, en el patio del colegio, con un tambor y una corneta al frente, el brazo en alto en un saludo viril, nosotros, los afiliados felices, que recit¨¢bamos los Mandamientos a coro, tan limpios, tan puntuales, tan aplomados, y traspon¨ªamos el port¨®n camino de la plaza de Jos¨¦ Fontana, con su templete y su casta?ero, m¨¢s all¨¢ de las palomas municipales que hu¨ªan despavoridas a causa de nuestra determinaci¨®n b¨¦lica.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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