El tablero parlanch¨ªn de las 'ouijas'
UNOS INDOLENTES J?VENES londinenses, hastiados de droga y fiesta, deciden iniciar una sesi¨®n de ouija, ese sistema que, afirman, permite contactar con esp¨ªritus receptivos del mundo de ultratumba. Y ya se sabe, lo que comienza como un insustancial juego desencadena la materializaci¨®n de un esp¨ªritu maligno, un tal Djinn, ¨¢rabe para m¨¢s se?as, que ha respondido a la ingenua llamada con un aterrador: "Todos morir¨¢n". La amenaza integrista isl¨¢mica de la mano de un ente maligno. ?Es que los depravados esp¨ªritus aut¨®ctonos -?debe de haberlos, no?- no estaban disponibles?
Un explotado argumento del g¨¦nero de terror el del filme La ouija, el juego de los esp¨ªritus (2002) del novel Marcus Adams: adolescentes acosados por un asesino en serie, en este caso de ascendencia demoniaca, empecinado en matarlos a todos. Pese a su modernidad, el filme recurre a todos los t¨®picos de un subg¨¦nero: un muestrario de t¨¦cnicas de exterminio.
Al margen de las escenas truculentas, las persecuciones t¨ªpicas y un final con sorpresa (previsible) que demuestra, por si no lo sab¨ªamos, que el mal nunca muere, parece que poca originalidad puede embutirse en un tema tan manido. Los espectadores actuales est¨¢n demasiado curtidos para que se vean sorprendidos con propuestas de este tipo. Y es que el personal, encandilado por las prestaciones de los tel¨¦fonos m¨®viles, ya no est¨¢ para esos m¨¦todos arcaicos de comunicaci¨®n.
?No ser¨ªa m¨¢s simple que la nueva generaci¨®n de m¨®viles dispusiera de un botoncito para el contacto directo con el m¨¢s all¨¢? Eso s¨ª, pensando en t¨¦rminos econ¨®micos, el m¨¦todo de la ouija no tiene rival. Por una m¨®dica cantidad se compra uno el kit completo en una jugueter¨ªa especializada (si se vende en un lugar as¨ª ya nos dir¨¢n qu¨¦ elemento oculto puede contener tama?o artilugio). O, bien, y mucho m¨¢s barato, se lo fabrica uno mismo: basta recortar cuadrados de papel donde se escriben las letras del abecedario, los n¨²meros del 0 al 9 y un s¨ª y un no; disponerlos correlativamente en abanico sobre una mesa; agenciarse un vaso, que ser¨¢ el puntero, y reunir a algunos amigos. Si hay alg¨²n incr¨¦dulo en el grupo, mejor abstenerse, puesto que aparecer¨¢ el sospechoso efecto inhibidor de los fen¨®menos paranormales, propio de estos casos, y el esp¨ªritu no se manifestar¨¢.
Situados alrededor de la mesa con el dedo ¨ªndice (de la mano derecha, recomiendan) extendido sobre el vaso sin ejercer presi¨®n, los participantes se concentrar¨¢n mientras el oficiante realizar¨¢ la conocida invocaci¨®n: "?Esp¨ªritu, est¨¢s ah¨ª? Si es as¨ª, dir¨ªjete hacia el S?". Y nada, a esperar a que el puntero se mueva. Una c¨®moda y barata manera de pasar el rato.
La ouija arrastra una aureola de misterio avalada por una siempre difusa multitud de gente que sostiene haber logrado el objetivo del juego: conectar con algo que responde a las preguntas planteadas por los participantes mediante los desplazamientos consecutivos del puntero.
Los esc¨¦pticos opinan que no son fuerzas sobrenaturales las que act¨²an sino los propios participantes quienes mueven de forma consciente o inconsciente el puntero. Avala esta explicaci¨®n racional el hecho de que si el juego se realiza con los ojos vendados, las palabras formadas son un galimat¨ªas.
En realidad, los desplazamientos del puntero se deben a movimientos involuntarios efectuados por los propios usuarios y que suelen pasar inadvertidos. Se conoce como efecto ideomotor y es el mismo que explica las oscilaciones de las varillas de madera en forma de Y o de los p¨¦ndulos empleados por los radiestesistas para detectar agua u objetos bajo tierra. M¨¦todo ¨¦ste, dicho sea de paso, cuyo ¨¦xito se basa, ¨²nica y exclusivamente, en la credulidad del que contrata los servicios, pues la probabilidad de acierto es inferior al azar.
Algo puramente psicol¨®gico interpretado como efecto paranormal.
Se ha llegado a desaconsejar el uso fr¨ªvolo de la ouija ante la aparici¨®n de casos de trastornos mentales. Pensamientos ocultos, miedos irracionales, etc¨¦tera pueden emerger en las sesiones e influir, negativamente, en personas sugestionables. Seg¨²n Bob Carroll (skepdic.com), psicol¨®gicamente resulta m¨¢s tolerable que ciertos pensamientos escabrosos que afloran en una sesi¨®n de ouija sean de un esp¨ªritu diab¨®lico que admitir que pertenecen a alguno de los presentes. Advertidos quedan.
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