Insaciable 'Pi'
Vi a Gino por primera vez en el tren que atravesaba la Toscana. Se?al¨® el libro que yo acababa de cerrar: El c¨®digo Da Vinci:
-?Le gustan los secretos que pueden cambiar la historia? -?La pasada o la futura?
-Ambas...
Ten¨ªa aspecto de profe de instituto. Como yo, pero a¨²n sin triturar.
-Profesor... de literatura, supongo. -Oh no. Soy cocinero. Mi nombre es Gino.
Me desconcert¨®. Pero lleg¨¢bamos a la estaci¨®n, y ¨¦l se apeaba:
-Me gustar¨ªa demostr¨¢rselo, si es que alg¨²n d¨ªa volvemos a vernos. -Encantada...
Y desapareci¨®. Me qued¨¦ intrigada por mi falta de intuici¨®n. Si soy incapaz de entender a esta generaci¨®n siguiente a la m¨ªa ?c¨®mo podr¨¦ entender a mis alumnos que me son a¨²n m¨¢s lejanos?
Dos semanas despu¨¦s paseaba por Siena en mi ¨²ltimo d¨ªa en la Toscana, cuando reconoc¨ª su voz:
-Soy Gino, ?me recuerda? -Qu¨¦ casualidad. -Vivo aqu¨ª. Y tengo un compromiso con usted para esta noche.
-?Perd¨®n?
-Le invit¨¦ en el tren ?recuerda? y usted acept¨®...
Y as¨ª fue como llegu¨¦ a su apartamento en una callejuela medieval. Las paredes de la sala rebosaban de libros que me intrigaron. Mientras ¨¦l se afanaba en la cocina, me dediqu¨¦ a fisgar. No eran los de un cocinero, sino tratados de matem¨¢ticas.
Me qued¨¦ con la pregunta en la boca porque Gino apareci¨® con un plato de codornices asadas rellenas de uvas que deposit¨® en la mesa frente a una fuente de ricolta flanqueada de borrajas.
Al final de la cena, a¨²n paladeando la crema fr¨ªa de lim¨®n entre sorbitos de vinsanto, me encontraba muy a gusto. Charl¨¢bamos como si nos conoci¨¦semos desde mucho antes. Entonces fue ¨¦l quien abord¨® el misterio.
-Ya te has fijado en los libros ?verdad? -Asent¨ª.
-Ten¨ªas raz¨®n, en parte. Fui matem¨¢tico; investigaba el n¨²mero Pi, ya sabes, "3,141592..." y as¨ª hasta el infinito. Nunca termina. Siempre pide m¨¢s. Llegu¨¦ a darle m¨¢s de mil billones de cifras, pero nunca quedaba satisfecho.
-Hablas como si se fuese un ser vivo...
-Es que es insaciable.
-Y ?d¨®nde met¨ªas tanto n¨²mero? -Todo se le quedaba peque?o. Me arruin¨¦ comprando ordenadores. Una vez cre¨ª haber encontrado la salida al t¨²nel. Aquella serie inconmensurable de n¨²meros deb¨ªa responder a un plan oculto. Me empe?¨¦ en encontrar la clave. Se convirti¨® en mi obsesi¨®n. Me volv¨ª incapaz de pensar en nada m¨¢s. Con mi cerebro a punto de estallar... Por ¨²ltimo, decid¨ª dejarlo. Y me hice cocinero.
-?Vaya cambio! -No tan grande. S¨®lo cambi¨¦ la calculadora por el delantal. La exactitud abstracta de las f¨®rmulas por la exactitud concreta: "una pizca de esto".
-La exactitud del arte. -Precisamente. Y a diferencia de Pi, las personas no son insaciables.
-Tal vez los comensales no. Pero los pol¨ªticos...
Sus palabras acababan de recordarme la existencia de otro P.I., que me estar¨ªa esperando a la vuelta de las vacaciones. Porque, para "Plan Insaciable", el de Ibarretxe.
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