El ¨²ltimo gran surrealista
La reciente desaparici¨®n de Juan S¨¢nchez Pel¨¢ez (Altagracia de Orituco, 1922-Caracas, 2003) da a este libro la entidad de hito final, la solemnidad de una clausura: muertos, en los ¨²ltimos a?os, el peruano Emilio Adolfo Westphalen, y los argentinos Olga Orozco y Enrique Molina, S¨¢nchez Pel¨¢ez era el ¨²ltimo de los grandes representantes del enorme auge que el surrealismo alcanz¨® en la poes¨ªa latinoameriacana. Nuestra tenaz vocaci¨®n barroca -la tendencia americana a mirar las palabras como objetos carnales tan recientes y asombrosas como el mundo que debieran nombrar- y cierto esp¨ªritu ¨¦pico en el cultivo de la izquierda de las est¨¦ticas del siglo favorecieron ese gran ¨ªmpetu del movimiento fundado por Breton. Un cap¨ªtulo que se abre ya en 1928, apenas cuatro a?os despu¨¦s de la publicaci¨®n del primer "Manifiesto surrealista", cuando aparece en Buenos Aires la revista Qu¨¦, fundada por Aldo Pellegrini. Por entonces Neruda escrib¨ªa en Rang¨²n su primera Residencia en la tierra y algunos a?os m¨¢s tarde Lezama Lima, en La Habana, anunciaba la "Muerte de Narciso": "La mano o el labio o el p¨¢jaro nevaban".
OBRA PO?TICA
Juan S¨¢nchez Pel¨¢ez
Lumen. Barcelona, 2004
250 p¨¢ginas. 14 euros
La palabra, veteada de sentidos divergentes, desnuda su materialidad. Si en el surrealismo americano el acento es marcadamente er¨®tico, como por ejemplo en el chileno Rosamel del Valle (influencia expl¨ªcita en S¨¢nchez Pel¨¢ez) es, en primer lugar, por esa visibilidad del vocablo como objeto inquietante, dislocado de su referencia: "Suenan como animales de oro las palabras", escribe S¨¢nchez Pel¨¢ez. ?ste apareci¨® a principios de los cincuenta en el v¨®rtice de ese movimiento que hab¨ªa convertido la poes¨ªa en un laboratorio de im¨¢genes ins¨®litas: su primer libro, Elena y los elementos (1951), que se abre con una cita de Eluard como declaraci¨®n de principios, se apropia casi con violencia de la imaginer¨ªa surrealista: "Pan de leche de la luna, oscuro tambor de los cereales / Precipicio de nubes que ahogaron mi rostro dormido entre las aguas". Filiaci¨®n oscura (1966), Lo huidizo y permanente (1969) y Rasgos comunes (1975) representan la zona m¨¢s poderosa de su voz, a la b¨²squeda de un t¨² cuyo encuentro, sin embargo, no alivia la ansiedad: "A ella, mi ritual de beber en su seno porque quiero / comenzar algo, en alguna direcci¨®n".
Barroca uni¨®n de misticis
mo y erotismo, como vio Valente en Westphalen, con palabras que valen para S¨¢nchez Pel¨¢ez: "Pertenece por naturaleza y estirpe a una tradici¨®n marcada por la exploraci¨®n intensa del lenguaje po¨¦tico". Eugenio Montejo, por su parte, dise?a una genealog¨ªa venezolana al ubicarlo como descendiente de Jos¨¦ Antonio Ramos Sucre (1890-1930): "De ¨¦l hereda S¨¢nchez Pel¨¢ez el trazo enf¨¢tico y suntuoso de la palabra". Ramos Sucre (de quien puede conseguirse su Obra po¨¦tica, FCE, M¨¦xico, 1999), uno de los raros geniales que dej¨® la disoluci¨®n del modernismo, escribi¨® casi exclusivamente poemas en prosa, en la estela de las Iluminaciones de Rimbaud y del spleen baudelairiano, pero ya cerca de la progresiva abstracci¨®n que el simbolismo oper¨® en la construcci¨®n de la frase. Tambi¨¦n S¨¢nchez Pel¨¢ez fue un maestro del fragmento en prosa, que altern¨® con el verso en casi todos sus libros. Esta compilaci¨®n apenas p¨®stuma de su poes¨ªa muestra, completas, las estampas de un viaje por uno de los territorios m¨¢s extremos de la invenci¨®n po¨¦tica.
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