R¨¦quiem por el Consenso de Washington
Si le preguntasen qu¨¦ le sugiere el t¨¦rmino Consenso de Washington, ?qu¨¦ responder¨ªa? Para muchas personas -los j¨®venes, las gentes de izquierda y los antiglobalizaci¨®n- ese t¨¦rmino es anatema. Lo asocian a las pol¨ªticas neoliberales surgidas en los a?os ochenta, en la ¨¦poca de Reagan, e impuestas por el Tesoro norteamericano y los organismos econ¨®micos internacionales radicados en Washington -Banco Mundial y FMI-, a los pa¨ªses latinoamericanos que se acercaban a esos organismos pidiendo ayuda para afrontar los graves problemas que surgieron con la crisis de la deuda. A cambio de ese apoyo, les impusieron una estrategia ¨²nica de ajuste y desarrollo, basada en la privatizaci¨®n, la liberalizaci¨®n comercial y financiera, y la estabilidad macroecon¨®mica y presupuestaria. Todo ello, bajo una ideolog¨ªa fundamentalista que se alimentaba de una profunda desconfianza hacia el Estado y de una confianza ciega en la iniciativa privada y en el mercado.
Por extensi¨®n, recomendaron esta misma formula a todos los pa¨ªses en desarrollo que ambicionaban entrar en la senda de los pa¨ªses ricos. Con esa receta, las pol¨ªticas necesarias para fomentar el crecimiento y la distribuci¨®n de la renta no depend¨ªan para nada de las circunstancias hist¨®ricas, econ¨®micas y pol¨ªticas de cada pa¨ªs, sino de seguir una dieta ¨²nica.
Pero las cosas no parecen haber funcionado as¨ª. Curiosamente, los pa¨ªses que mejores resultados econ¨®micos y sociales han cosechado en los ¨²ltimos 20 a?os parecen ser aquellos que o no han seguido la receta, o lo han hecho de forma parcial y a su manera. Es el caso de los pa¨ªses asi¨¢ticos, y tambi¨¦n el de Chile. Por el contrario, aquellos que han aplicado m¨¢s o menos al pie de la letra la medicina neoliberal, como es el caso de Argentina, han tenido unos resultados deprimentes, no s¨®lo en cuanto a sus tasas de crecimiento, sino especialmente en la distribuci¨®n de la renta y la desigualdad social.
?Qu¨¦ es lo que ha fallado? ?En qu¨¦ medida el Consenso de Washington puede ser reformado, manteniendo sus principios b¨¢sicos? Para responder a estas preguntas se reunieron el pasado fin de semana en el marco del F¨®rum, convocados por el presidente de la Fundaci¨®n CIDOB, Narc¨ªs Serra, algunos de los economistas acad¨¦micos m¨¢s brillantes e influyentes de todo el mundo, incluido un peque?o grupo de espa?oles.
Entre los convocados estaba el propio padre del t¨¦rmino Consenso de Washington, John Williamson, que se lamentaba de la adherencia ideol¨®gica que ha adquirido un termino utilizado por ¨¦l a principios de los a?os ochenta para referirse a un conjunto de 10 reformas basadas en el sentido com¨²n y sobre las que consideraba que exist¨ªa un acuerdo elevado entre los economistas a la hora de sacar a los pa¨ªses latinoamericanos de su marasmo. Pero, como el propio Williamson reconoce, al margen del significado inicial que ¨¦l le dio, el t¨¦rmino ha acabado por adquirir uno propio y universal, que le identifica con la estrategia econ¨®mica neoliberal y le hace responsable de la creciente desigualdad, no s¨®lo en los pa¨ªses en desarrollo, sino tambi¨¦n en los pa¨ªses ricos, comenzando por EE UU.
Los an¨¢lisis y los debates que se escucharon en el F¨®rum constituyeron en muchos casos un verdadero ajuste de cuentas con el Consenso de Washington. Las cr¨ªticas no vinieron tanto por lo que dec¨ªa como por lo que olvid¨®. El pecado original del Consenso de Washington fue de omisi¨®n. Dej¨® de lado la desigualdad y la importancia de contar con buenas instituciones para que las reformas act¨²en eficiente y equitativamente. Porque, ?c¨®mo van a funcionar los mercados all¨ª donde no existe seguridad jur¨ªdica ni control alguno sobre el comportamiento de los agentes econ¨®micos? Y se olvid¨® tambi¨¦n el papel del Estado a la hora de afrontar el riesgo de que la liberalizaci¨®n comercial arruine parte de la industria y de las capacidades laborales nacionales.
Al final del debate entre economistas se realiz¨® otro entre pol¨ªticos europeos y latinoamericanos. En este debate, los participantes fueron a¨²n m¨¢s cr¨ªticos. Especialmente, el ex primer ministro franc¨¦s Lionel Jospin. Y todos ellos coincidieron en reclamar a los economistas m¨¢s humildad y que incorporen de forma expresa la reducci¨®n de la desigualdad en sus propuestas, dado que constituye el problema econ¨®mico m¨¢s importante de nuestras sociedades.
No tengo excesiva confianza en que lo hagan. No es que no quieran abordar el problema de la equidad. Es que no saben. Los economistas se dedican a lo que saben. Y las habilidades t¨¦cnicas para las que han sido formados les hacen especialmente diestros para analizar la eficiencia de los mercados y las pol¨ªticas, pero no para la equidad. Pero no podemos olvidar que una reforma econ¨®mica puede ser eficiente y, sin embargo, condenar a la inanici¨®n a una parte de la poblaci¨®n.
No hay que perder la esperanza. La econom¨ªa avanza de funeral en funeral. Y la muerte del Consenso de Washington, certificada en el F¨®rum, permite albergar la esperanza de que otro consenso ir¨¢ surgiendo. En este camino, la Agenda de Barcelona para el Desarrollo, que se present¨® p¨²blicamente al final de la reuni¨®n, es un paso importante. Se?ala que no hay una receta ¨²nica y que, respetando unos principios generales, cada pa¨ªs ha de encontrar su estrategia de desarrollo. No se trata de hacer de nuevo una larga lista de reformas pendientes, sino de recrear un cierto sentido de pa¨ªs que permita a cada uno buscar los arreglos necesarios para avanzar, incorporando como objetivo expl¨ªcito la reducci¨®n de la desigualdad. Pienso que esta Agenda de Barcelona para el Desarrollo ser¨¢ uno de los resultados duraderos del F¨®rum y un ejemplo claro de que ha valido la pena el esfuerzo.
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