La desgracia de Owen
La bruma oto?al que cubri¨® el Bernab¨¦u apag¨® el rumor de las gradas y apag¨® a muchos de los jugadores que correteaban por su c¨¦sped convirtiendo el partido de ayer, un cl¨¢sico de anta?o, en un encuentro cualquiera. Uno de los jugadores m¨¢s difuminados fue el ingl¨¦s Owen, al que se le vio aparecer en diversas situaciones frustrantes, se le vio solo o, simplemente, no se le vio.
Owen fue ese jugador que buscaba desmarques en una isla de c¨¦sped, alejado f¨ªsica y espiritualmente del resto de los futbolistas de su equipo. El bal¨®n de oro de 2003, el descendiente de galeses que el m¨ªtico estadio de Anfield Road adopt¨® como su ¨ªdolo, el peque?o y explosivo delantero con cara de monaguillo, debut¨® ayer como titular del Madrid en la Liga. Lo hizo despu¨¦s de decir p¨²blicamente que lo necesitaba. Y lo hizo sin fortuna. A los seis minutos del segundo tiempo, Mariano Garc¨ªa Rem¨®n, el t¨¦cnico de los blancos, lo mand¨® al banquillo y dio salida a Morientes, que fue recibido desde los grader¨ªos con una gran ovaci¨®n.
El Bernab¨¦u no es rencoroso con los chicos buenos. A Owen lo despidi¨® sin pitos, aplaudiendo ligeramente, y a Morientes lo acogi¨® en un clamor estruendoso. Todos los rencores que albergan muchos directivos madridistas hacia el delantero extreme?o desaparecen autom¨¢ticamente cuando se pasa la barrera del palco. En las gradas, la gente parece olvidar que fue Morientes uno de los art¨ªfices de la eliminaci¨®n del Madrid de la Liga de Campeones, en M¨®naco, la temporada pasada. O lo han olvidado o saben secretamente que la responsabilidad de aquella eliminaci¨®n fue de los que se quedaron. No de Morientes, que se fue obligado a irse.
Los madridistas pertenecen a la clase de aficionados que callan m¨¢s de lo que saben porque no saben que lo saben o por pudor. En la segunda parte recibieron a Morientes en medio de una gran exaltaci¨®n debido a la evidencia de que un cabeceador se hac¨ªa imprescindible.
En lo que va de campeonato, el Madrid no hab¨ªa metido tantos centros en el ¨¢rea como en la primera parte de ayer: all¨ª aparecieron Beckham, Figo, Roberto Carlos, Salgado. Todos centraban. Para rematar aparec¨ªa Zidane, alerta para no luxarse otra vez el hombro derecho; Ra¨²l, muchas veces con retraso porque ven¨ªa del medio campo, y Owen.
Pero el pobre Owen, que siempre gust¨® de los espacios abiertos para encarar con la pelota controlada y ganar por velocidad, se encontr¨® ante una lluvia de balones que ca¨ªan o cruzaban el ¨¢rea a media altura. No logr¨® conectarlos. Fall¨® dos tiros, lleg¨® tarde a un centro, pifi¨® otro. A sus 25 a?os, el bal¨®n de oro se antoj¨® algo precipitado, prematuro. Tan raro como su fichaje por este Madrid.
A los seis minutos del segundo tiempo Owen puso el trasero en el banquillo con ese aire entre perplejo y ausente que lo caracteriza. Sin un quejido, sin un mal gesto, con la cara neutra y sin escuchar por ninguna parte el Nunca caminar¨¢s solo.
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