Treinta a?os de novela y burbujas
1. En busca del tiempo perdido. El golpe de 1973 signific¨® una dr¨¢stica ruptura en todos los planos de la vida nacional, incluida, por cierto, la producci¨®n art¨ªstica y literaria. Muchos escritores, entre ellos los m¨¢s significativos de la generaci¨®n del 50 y de la siguiente (Jos¨¦ Donoso, Antonio Sk¨¢rmeta, Ariel Dorfman) partieron al exilio. La clausura cultural de la dictadura, que ejerc¨ªa censura previa a la edici¨®n de libros, dio pie para hablar de un "apag¨®n cultural" y, consecuentemente, a la virtual desaparici¨®n de narradores y poetas de la escena p¨²blica. Hubo, por cierto, excepciones. El poeta Ra¨²l Zurita recibi¨® el impensado espaldarazo de la cr¨ªtica oficial. Donoso public¨® en Espa?a y circul¨® sin trabas en Chile. Otros -Diamela Eltit, Gonzalo Contreras, Carlos Franz- publicaron a mediados de los ochenta, pero con poqu¨ªsima repercusi¨®n.
En 1989, en v¨ªsperas de la entrega del poder, la dictadura levant¨® las restricciones a la circulaci¨®n de libros. En 1990, ya en democracia, la editorial Planeta dio un golpe a la c¨¢tedra con su colecci¨®n de literatura chilena. El p¨²blico y la cr¨ªtica recibieron con entusiasmo la avalancha de t¨ªtulos; mal que mal, una de las funciones de la novela es trazar el imaginario del pa¨ªs, devolverle sus pesadillas y sus sue?os, ayudar a entender, desde la ficci¨®n, qui¨¦nes y qu¨¦ somos, y eso es lo que esperaban, en buena medida, los lectores chilenos.
Aquella colecci¨®n de tomos de lomo blanco era un caj¨®n de sastre, con autores de las m¨¢s variadas edades y estilos narrativos, desde Jos¨¦ Miguel Varas, que hab¨ªa publicado sus primeros cuentos en la d¨¦cada de los cuarenta, hasta Alberto Fuguet, que lanz¨® aqu¨ª su primera colecci¨®n de cuentos a los 26 a?os. Entre ellos, dramaturgos convertidos a la narrativa, como Marco Antonio de la Parra; escritores que siguieron fuera de nuestras fronteras, como Fernando Alegr¨ªa, Jos¨¦ Leandro Urbina y Roberto Castillo; los que ya hab¨ªan comenzado, pero ahora con cr¨ªtica y ventas, como Diamela Eltit, Gonzalo Contreras y Carlos Franz, m¨¢s la nueva hornada -tambi¨¦n de edades variadas- entre los que est¨¢n Arturo Fontaine, Ana Mar¨ªa del R¨ªo, Jaime Collyer, Sergio G¨®mez y tantos m¨¢s.
Esta diversidad generacional y tem¨¢tica hizo que la pol¨¦mica subsiguiente -muy destacada por los medios- acerca de la existencia o inexistencia de una "nueva narrativa chilena" pronto se revelara como artificiosa y m¨¢s hija del marketing que de una sensibilidad com¨²n o una propuesta coherente. As¨ª y todo, los escritores chilenos gozaron, por algunos a?os, del favor del p¨²blico y de la aquiescencia de la cr¨ªtica: por lo menos hab¨ªa algo que leer, era el sentimiento no expresado, y, entre tanto t¨ªtulo, bien pod¨ªa saltar la liebre. A Planeta se sumaron editoriales como Mondadori, Los Andes y Alfaguara. Los lanzamientos de libros se suced¨ªan uno tras otro. La tradicional Feria del Libro que se mal instalaba en los polvorientos senderos de un parque se traslad¨® a una vetusta y remozada estaci¨®n de ferrocarriles. Chile parec¨ªa recuperar, gracias a la narrativa, su car¨¢cter de pa¨ªs lector.
2. El estallido de la burbuja. Pero la verdad es que, entre tanto t¨ªtulo y tanto reclamo publicitario, a mediados de los noventa hab¨ªa poco que rescatar. Tres novelas sobre el exilio (Urbina, Varas y Cerda). Una novela distanciada que pon¨ªa en escena el Chile profundo, la primera y mejor de Gonzalo Contreras. Algunos cuentos de Jaime Collyer. La voz de Ana Mar¨ªa del R¨ªo. Algunas p¨¢ginas de Diamela Eltit. Las novelas y cuentos desgarradores de Jos¨¦ Miguel Varas. D¨ªaz Eterovic es un escritor menor, pero muy seguro en el g¨¦nero que maneja, la novela negra. Jorge Guzm¨¢n rompi¨® un silencio de m¨¢s de 25 a?os al publicar Ay mama In¨¦s, una de las buenas novelas hist¨®ricas que se han escrito en Chile. En la misma l¨ªnea escribe Antonio Gil, m¨¢s tributario de la poes¨ªa que de la narrativa.
Hay que se?alar, como contexto, la insularidad de las letras chilenas. Por pol¨ªticas de distribuci¨®n y el criterio de la apuesta segura, las editoriales que controlan el mercado suramericano hab¨ªan decidido que cada pa¨ªs le¨ªa a sus propios autores, y nada m¨¢s. S¨®lo lograban traspasar las fronteras quienes ten¨ªan asegurado el ¨¦xito de ventas, y ello nunca ha sido sin¨®nimo de buena literatura. Chile exportaba a Marcela Serrano, una escritora rosa, y escritores radicados fuera, como Luis Sep¨²lveda e Isabel Allende, ten¨ªan tambi¨¦n tribuna, aplauso y circulaci¨®n. Hasta ac¨¢ llegaba uno que otro escritor argentino, m¨¢s los cl¨¢sicos de siempre. Nada m¨¢s. Y, mientras tanto, cr¨ªticos y lectores comenzaban a cansarse. Demasiado libro, demasiado "talento desconocido que renovar¨¢ la literatura criolla", y muy pocas nueces. La operaci¨®n Mc'Ondo, a cargo de Alberto Fuguet y Sergio G¨®mez, fue apenas un volador de luces que no alcanz¨® a constituirse en manifiesto.
3. Otras miradas. Pasada la mitad de la d¨¦cada, ocurrieron dos acontecimientos en el ¨¢mbito del libro. El primero fue la aparici¨®n de un penetrante ensayo del soci¨®logo Tom¨¢s Moulian sobre el Chile de los noventa. Fue tal su ¨¦xito que lleg¨® a venderse en almacenes y panader¨ªas de barrio. Y es que la radiograf¨ªa del pa¨ªs se ve¨ªa con mucha mayor nitidez en este libro que en la suma de la narrativa publicada hasta la fecha. Ah¨ª se inici¨® un cambio de rumbo, tanto en las decisiones editoriales como en las preferencias de los lectores.
El segundo fue, primero, un rumor boca a boca y, luego, una suerte de instalaci¨®n de la cr¨ªtica: la irrupci¨®n local, morosa y medida, de Roberto Bola?o en las letras chilenas. Es bueno registrar aqu¨ª la incredulidad, la desconfianza e incluso la negaci¨®n expl¨ªcita que corri¨® pareja con la circulaci¨®n de sus libros. No es chileno, dijeron algunos, cuando se le proclam¨® como el mejor escritor del pa¨ªs en la d¨¦cada. Es que la narrativa de Bola?o, sin duda la m¨¢s l¨²cida y m¨¢s reveladora sobre el imaginario criollo en ese par de d¨¦cadas de oscuridad que nos toc¨® en desgracia, romp¨ªa demasiados esquemas. Esa telara?a inasible, ese mecanismo de relojer¨ªa que desmontaba el edificio de los eufemismos, de los silencios c¨®mplices, de los subentendidos, puso en perspectiva global una narrativa local, y el resultado fue vergonzoso. No s¨®lo por Bola?o, sino tambi¨¦n por la irrupci¨®n de otras voces, venidas de todo el ¨¢mbito del espa?ol o del castellano hablado, escrito, rugido o balbuceado en estas latitudes. ?Qui¨¦n eres? M¨ªrate al espejo. ?Qu¨¦ ves? No te enga?es.
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