El huevo de la serpiente
Seg¨²n relata Mart¨ª de Viciana, glosando un coloquio que supuestamente tuvo lugar hacia 1519 entre el peraile Joan Lloren? y el tejedor Guillem Soroll, el conflicto de la German¨ªa se podr¨ªa describir metaf¨®ricamente como una lucha entre cerdos y perros, entre una clase se?orial organizada y solidaria y una clase plebeya sumida en el individualismo y la desuni¨®n. Suelen se?alar los historiadores entre los desencadenantes de aquella guerra varios factores: la amenaza de los corsarios berberiscos; el desabastecimiento de la ciudad de Valencia como consecuencia de la cuarentena decretada por la peste; y el rearme ciudadano al que se vio obligada a permitir la Corona ante la ausencia de los nobles. El resultado es conocido: las clases populares, exasperadas, se alzaron organiz¨¢ndose por gremios y no por parroquias interclasistas; pero lo hicieron ca¨®ticamente y, tras una campa?a militar que acab¨® dejando devastado el reino, fueron aplastadas. Siempre me ha llamado la atenci¨®n esta historia porque pone de manifiesto una caracter¨ªstica del pueblo valenciano: su radical individualismo, el cual ha sido el embri¨®n de frecuentes levantamientos sociales, pero raramente de rebeliones colectivas como pueblo, es decir, de alzamientos nacionales. Y la causa, seg¨²n manifiesta con claridad el texto de Viciana, no radica en dicho pueblo, sino en la dejaci¨®n de funciones de sus dirigentes. Si alguien hubiese puesto coto a las correr¨ªas berberiscas, si alguien hubiese abastecido de cereales al cap i casal, si alguien hubiese trasladado la solidaridad de los cerdos hasta los perros...
No soy de los que piensan que la historia tiene por qu¨¦ repetirse, pero creo que la debilidad e irresponsabilidad de las clases dirigentes valencianas es una constante de la que se pueden seguir consecuencias funestas. No hace tanto que las ambiciones y el personalismo de unos pocos pusieron en entredicho la supervivencia de la lengua propia lastr¨¢ndola con un estigma del que se sigue resintiendo hoy. Ahora mismo se est¨¢n produciendo fen¨®menos que recuerdan -s¨®lo recuerdan- a lo que sucedi¨® hace algo menos de cinco siglos. Las amenazas berberiscas, en forma de importaciones de productos de bajo coste fabricados en pa¨ªses lejanos, cercan los puertos valencianos. Los indicativos del bienestar han iniciado una curva descendente y la distancia entre la Comunidad Valenciana y las regiones espa?olas m¨¢s pr¨®speras se agranda. Entre tanto, las clases dirigentes, pol¨ªticas y empresariales, se han ausentado de la realidad valenciana y se hallan abismadas en el autismo suicida de sus luchas tribales. Y mientras todo esto sucede, el racismo empieza a campar a sus anchas por el territorio valenciano sin que nadie le haga frente en la ¨²nica palestra que puede frenarlo, la de las ideas.
Ya se han encendido varias se?ales de alarma. Un mal d¨ªa, en Elche, estalla una revuelta popular contra los ciudadanos chinos que trabajan en los almacenes -ilegales, no hay que olvidarlo- de calzado. Otro d¨ªa negro, el instituto de Orriols, en Valencia, es el escenario de agresiones racistas a estudiantes ecuatorianos. Un tercer d¨ªa, hace muy poco, los expertos advierten que los ¨ªndices de intolerancia son m¨¢s altos en la Comunidad Valenciana que en otras regiones vecinas. Son se?ales que no significan una erupci¨®n ocasional ni mucho menos. Antes ya hubo problemas en pueblos de Castell¨®n y en el barrio de Ruzafa en Valencia. Y uno se pregunta: ?c¨®mo es esto posible en una tierra caracterizada desde siempre por el mestizaje, en una tierra que a¨²n celebra l¨²dicamente la fiesta de moros y cristianos en tantos pueblos y ciudades con un gui?o juguet¨®n que se burla del radicalismo siniestro de la ¨¦poca que vivimos? No lo s¨¦, pero lo cierto es que sucede, est¨¢ sucediendo. Tal vez tenemos m¨¢s poblaci¨®n for¨¢nea de la que podemos asimilar -nuestros ¨ªndices de poblaci¨®n extranjera son alt¨ªsimos en el conjunto de Espa?a- o tal vez la hemos asimilado mal y atolondradamente, pero lo que s¨ª parece seguro es que, en el inconsciente colectivo, el hecho de que Benidorm encabece el ranking espa?ol de ciudades peligrosas guarda relaci¨®n con lo anterior y no augura nada bueno.
Vivimos una ¨¦poca postmoderna y tecnocr¨¢tica en la que parece que a los gobernantes y a las clases dirigentes en general hay que exigirles eficacia. Desde luego, hay que exig¨ªrsela, aunque los nuestros no llegan al aprobado ni por asomo. Pero existe algo mucho m¨¢s importante de lo que no se suele hablar: tambi¨¦n hay que exigirles ejemplaridad. Los dirigentes, por serlo, deber¨ªan dar ejemplo. En lo antiguo la prueba del nueve de la estimativa ciudadana no la constitu¨ªan los votos, la constitu¨ªa la apariencia de probidad. No a?oro el antiguo r¨¦gimen. Ganamos la democracia; pero perdimos la moral. Hoy ning¨²n dirigente cree que deba responder de su comportamiento ¨¦tico ante los ciudadanos. El pobre espect¨¢culo de unas bander¨ªas en las que se evidencia obscenamente la defensa del puesto de cada cual m¨¢s que la de unas convicciones capaces de vertebrar la sociedad est¨¢ deteriorando la confianza del pueblo en su clase pol¨ªtica de manera irremediable y est¨¢ sentando un mal ejemplo de lucha de todos contra todos. ?C¨®mo pueden pretender luego que la gente no se amotine con el argumento falaz de que los inmigrantes han venido a quitarle su puesto de trabajo? Tampoco es nada edificante el espect¨¢culo de la Iglesia cat¨®lica cuando defiende -est¨¢ en su derecho- la llamada ley de calidad del gobierno anterior, pero cierra los ojos al hecho evidente de que, al no exigir a los centros concertados el mismo porcentaje de alumnos extranjeros que a los p¨²blicos, se est¨¢n creando guetos que alientan peligrosamente la discordia civil. ?Qu¨¦ fue de aquella iglesia que con Bartolom¨¦ de las Casas y con Francisco de Vitoria supo situarse en la vanguardia del derecho de gentes internacional?
Luego, cuando estallen conflictos interraciales, interreligiosos e interterritoriales como no los hemos visto nunca, vendr¨¢n el llanto y el rechinar de dientes, Quienes han tenido la responsabilidad de vertebrar la sociedad valenciana se rasgar¨¢n las vestiduras y lamentar¨¢n su cobard¨ªa. Pero ya ser¨¢ tarde. Hemos estado incubando un huevo emponzo?ado y a nadie deber¨ªa extra?arle que nos haya salido una serpiente..
?ngel L¨®pez Garc¨ªa Molins es catedr¨¢tico de Teor¨ªa de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)
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