El origen del terror
(Continuaci¨®n) He aqu¨ª la segunda parte de lo que por el momento contin¨²a llam¨¢ndose Tu rostro ma?ana, que por lo visto ha desbordado las previsiones de su autor, pues esta su d¨¦cima y monumental novela estaba prevista en un principio s¨®lo para dos vol¨²menes -y as¨ª present¨® el primero a su aparici¨®n hace dos a?os- pero que al correr de la escritura se ha ampliado para presentarse como la segunda parte quiz¨¢ de una posible trilog¨ªa, o de una serie narrativa que pudiera (o pidiera) ir todav¨ªa m¨¢s all¨¢.
Por eso mismo, por la necesidad en la que me encuentro de proseguir el comentario que en su d¨ªa publiqu¨¦ sobre el primer tomo, empiezo estas l¨ªneas recordando que no son m¨¢s que la continuaci¨®n de aqu¨¦llas, pues ya dije entonces que adoro escribir in medias res, sobre un trabajo todav¨ªa en marcha, ya que pienso que toda gran obra de arte est¨¢ muchas veces inacabada, pues parece haberse detenido en la mente de su autor en un momento de su discurso interior, que siempre le empuja a ir m¨¢s all¨¢, a hacerlo mejor, o al menos a pensarlo as¨ª, y ese pensamiento le acompa?ar¨¢ siempre hasta el final, aun cuando la obra haya sido ya publicada como si se hubiera terminado. Pues el arte -como la vida- es una sucesi¨®n de interrupciones hasta la postrera, en la ¨²ltima ma?ana que nunca llegaremos a ver del todo, y que as¨ª nos ocultar¨¢ cu¨¢l ser¨¢ la visi¨®n final de nuestro rostro.
TU ROSTRO MA?ANA. 2 (BAILE Y SUE?O)
Javier Mar¨ªas
Alfaguara. Madrid, 2004
412 p¨¢ginas. 19,95 euros
Las palabras siguen siendo el primer sujeto del terror
As¨ª las cosas, este proyecto na
rrativo es tan peculiar -porque intenta negar el t¨®pico de que a partir de cierta edad (los treinta quiz¨¢, o los cuarenta como mucho) todo hombre es responsable de su propia cara- que lo mismo podr¨¢ ser una trilog¨ªa, o encadenarse en una serie de vol¨²menes sucesivos que no tengan un final no tan s¨®lo aparente sino convincente o al menos suficiente, hasta que una interrupci¨®n lo convierta en definitivo. No otra cosa pas¨® con Cervantes, que escribi¨® su primer Quijote sin pensar en un segundo, que llegar¨ªa despu¨¦s merced a su ¨¦xito y a la aparici¨®n del falso de Avellaneda, que era preciso rectificar y as¨ª lleg¨® a verlo, o con Proust, que hab¨ªa terminado En busca del tiempo perdido en dos gruesos vol¨²menes y tras publicar el primero y verse interrumpido por la guerra y el cambio de editor, fue reescribiendo el resto hasta los siete vol¨²menes en total que nunca lleg¨® a ver del todo, pues la muerte interrumpi¨® su publicaci¨®n, asegurada hasta el final por sus herederos a partir del cuarto volumen aunque de modo inconcluso, lo que todav¨ªa da lugar a interminables batallas de fil¨®logos y especialistas que as¨ª pueden seguir viviendo a sus expensas.
Y termino este arbitrario repa-
so con dos ap¨¦ndices opuestos. ?D¨®nde est¨¢ por ejemplo ese gran artista que era -es- el franc¨¦s Pascal Quignard que a sus 54 a?os, tras publicar 50 libros muchos de ellos premiados y ocupar puestos de primera magnitud se perdi¨® en las brumas extremo-orientales tras ganar el Premio Goncourt en 2002 con el primer volumen (Sombras errantes) de una serie de tres ya publicados, que bajo el t¨ªtulo de ?ltimo Reino promet¨ªa indefinida? ?Acaso el propio Juan Benet, tan cercano a Javier Mar¨ªas, pudo poner final a la asombrosa serie de sus Herrumbrosas lanzas, interrumpida por la muerte tras publicar sus tres primeros libros divididos en 14 cantos (1983-1986) -m¨¢s dos fragmentos p¨®stumos a?adidos (1998)- de una inacabada epopeya que su fallecimiento dej¨® abierta para siempre en 1993?
Pues bien, aqu¨ª apenas hay interrupciones, sino digresiones y cada vez m¨¢s, en este torrente narrativo que quiere acarrearlo todo, empezando por su propia prosa, compleja, total, o por lo menos global, a la manera proustiana, pues es el estilo quien intenta arrastrarlo todo, lo que se dice y contradice, lo que se pone, opone y contrapone, en un brillant¨ªsimo ejercicio de lo que se afirma y se niega a la vez, o porque siempre se imagina o se puede imaginar y nadie puede pensar en poner puertas al campo, por sembrado de minas que se encuentre. Entre historias y digresiones, unas quiz¨¢ reales y las m¨¢s completamente imaginarias, saltos atr¨¢s y adelante, la historia contin¨²a porque siempre hay que ir m¨¢s all¨¢, y as¨ª volvemos a encontrar a Jack (o Jaime, Jacobo, Santiago o lo que sea) Deza, ex profesor en Oxford y traductor, vuelto a Espa?a, casado, separado y regresado otra vez a Londres, esperando la visita de una mujer, dejada en suspenso al final del primer volumen, y que se deflaciona cuando empieza el segundo por lo previsible, pues s¨®lo se trata de una compa?era de trabajo que va a pedirle un favor; pero si pensamos que adem¨¢s se cuentan otras muchas cosas -se pasa del "nunca hay que contar nada" del principio al "ojal¨¢ nunca nadie nos pidiera nada" que es como comienza este nuevo, porque las palabras siguen siendo el primer sujeto del terror- todo se vuelve a poner en marcha hacia los nuevos abismos que se nos abren ante nuestros ojos ya demasiado fatigados. Y para empezar, nuevo contacto telef¨®nico con la esposa lejana, dejando aparcada a la nueva visitante, para contar la historia de una mendiga y volver a empezar otra vez. Pues adem¨¢s, no hay que olvi
dar que Jack Deza se ha reconvertido en un esp¨ªa, y que la narrativa de espionaje es una de las debilidades del actual "Monarca de Redonda", pero que s¨ª es un buen oficio para el narrador de ficciones que es, pues en la realidad puede ser tambi¨¦n toda una concepci¨®n del mundo, un mundo, claro, exasperado, aterrorizado y sometido a la dial¨¦ctica paranoica del miedo, del terror y del terror de su contrario.
Como si el haz del mundo fuera
tambi¨¦n su env¨¦s, y a la maldici¨®n de la palabra ("calla y s¨¢lvate") sucede la puerta del infierno, pues no pedir nada es renunciar a toda salvaci¨®n. As¨ª, la ciega Madame de Dudeffand se despide de Sir Horace Walpole, o Juan Benet nos cuenta desde ultratumba que s¨®lo el tiempo puede hacer que las palabras digan la verdad al comunicar a los vivos con los muertos. Si en Fiebre se presentaban los personajes (procedentes de Todas las almas) y se nos contaban historias de nuestra Guerra Civil, en Lanza se nos introduc¨ªa en el mundo del espionaje, pero ahora vamos m¨¢s all¨¢, a la acci¨®n propiamente dicha. En Baile se nos resuelven algunas dudas -una a¨²n suspendida, la de la visita de la compa?era de trabajo, y otra la par¨®dica de la mancha de sangre en la escalera-, pero nos precipitamos en el cuarto canto (Sue?o) en otra m¨¢s feroz de un baile en una discoteca que se disuelve en la caricatura de un rid¨ªculo diplom¨¢tico espa?ol, para caer en el castigo del malo y el terror de las palabras. Pues aunque aqu¨ª no haya violencia mortal, s¨ª se nos describen sus caracter¨ªsticas con el mayor sadismo. Menos mal que la parodia interrumpe continuamente la tragedia (como en el gran Shakespeare) ya que este libro tiene bastante de ejercicio de traducci¨®n y de literatura comparada, pues aparte de las caricaturas expresas (de Bush a Berlusconi, del felpudo Tony Blair no se dice nada y es una pena) se nos describe un mundo originado por el miedo movido por el terror y por el terror antiterror que nunca lo controlar¨¢. Y para final -en suspenso- aqu¨ª est¨¢ la vieja despedida cervantina que nos reconcilia con todo, hasta con el mundo exasperado que aqu¨ª se nos ha descrito: "Adi¨®s gracias; adi¨®s donaires; adi¨®s, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida". O esta otra versi¨®n, por ejemplo: "Adi¨®s risas y adi¨®s agravios. No os ver¨¦ m¨¢s, ni me ver¨¦is vosotros. Y adi¨®s ardor, adi¨®s recuerdos". Menos mal, porque (Continuar¨¢).
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