El misterio de los hombres diminutos
Los cient¨ªficos no suelen hacer caso de las leyendas locales sobre los otros. Las hay por todas partes: monstruos enanos o gigantes, peludos o de brazos largos, como el yeti del Himalaya o el orang pendak de Sumatra; seres ocultos en cuevas de parajes remotos que suelen servir para cultivar la imaginaci¨®n y sembrar el miedo. Pero en la isla de Flores, en Indonesia, la realidad ha resultado ser tan extra?a que los viejos cuentos ya empiezan a sonar de otra forma. All¨ª hay lagartos gigantes, hubo un elefante enano llamado Stegod¨®n y, hasta hace 12.000 a?os -un pesta?eo en el reloj de la prehistoria-, los seres humanos tampoco eran como nosotros. Med¨ªan un metro de estatura y ten¨ªan el cerebro de un tama?o semejante al de un chimpanc¨¦. Los investigadores australianos e indonesios que anunciaron hace dos semanas el descubrimiento del Homo floresiensis, o el hombre de Flores, ya no saben si tomarse a broma las leyendas de la isla.
Los nativos de la isla de Flores hablan de unos seres peque?os que robaban sus cosechas y llegaron a secuestrar a un beb¨¦
El 'Homo floresiensis' coexisti¨®, al menos en el tiempo, con nuestra especie, pero no pertenece a nuestra rama del g¨¦nero 'Homo'
El tama?o del cerebro es sorprendente. El hombre de Flores ten¨ªa la estatura de un ni?o de tres a?os, pero su cerebro era tres veces m¨¢s peque?o
Turney: "Es posible que quede alguno vivo, aunque parece muy improbable. Encontrar un 'hobbit' vivo ser¨ªa el descubrimiento del siglo, o quiz¨¢ m¨¢s"
"Nuestro experto holand¨¦s en el Stegod¨®n, Gert van den Bergh, habla indonesio con gran fluidez", explica por correo electr¨®nico Richard Bert Roberts, de la Universidad de Wollongong (Australia), y uno de los autores del hallazgo. "Volv¨ª con ¨¦l a Flores a principios del mes pasado y fuimos a un pueblo cercano a Bajawa, en el centro de la isla, donde o¨ªmos los m¨¢s asombrosos relatos sobre unos hombrecillos peludos a los que llaman ebu gogo. Ebu significa abuela, y gogo quiere decir que se lo come todo. Uno de los viejos del lugar, Pak Minggus, nos dijo que los ebu gogo se com¨ªan todo crudo: verduras, frutas y, si ten¨ªan la oportunidad, carne humana".
?Puede ser ebu gogo el hombre de Flores reci¨¦n hallado por los paleont¨®logos? Resulta dif¨ªcil de creer. Los huesos de Homo floresiensis m¨¢s recientes que han encontrado los cient¨ªficos tienen 12.000 a?os, y los nativos, naturalmente, no est¨¢n hablando de esas fechas tan remotas, sino de hace s¨®lo unos siglos. Sin embargo, los investigadores est¨¢n sinceramente sorprendidos por la consistencia de las leyendas -las historias var¨ªan muy poco de un pueblo a otro- y por su riqueza de detalles descriptivos.
"Los mitos populares son notablemente detallados", declara a este diario otro de los autores del hallazgo, el vulcan¨®logo Chris Turney, de la misma universidad australiana. "No s¨®lo coinciden en que los ebu gogo med¨ªan cerca de un metro, sino tambi¨¦n en que eran algo barrigudos, estaban cubiertos de pelo y ten¨ªan unos brazos muy largos que les llegaban casi a las rodillas, todo lo cual es coherente con los restos que hemos encontrado. Tambi¨¦n cuentan que los ebu gogo eran bien tolerados, aunque a la gente no le gustaba que se acercaran a los pueblos, precisamente porque se lo com¨ªan todo, ?incluidas las calabazas que usaban como platos!".
Seg¨²n las leyendas, fueron esos excesos gastron¨®micos los que hicieron caer en desgracia a los ebu gogo. La gente aceptaba con resignaci¨®n sus ocasionales escaramuzas para robar las cosechas, pero su paciencia se agot¨® cuando los hombrecillos secuestraron a un beb¨¦ y, seg¨²n algunas versiones, se lo comieron. "Lo cogieron y corrieron con ¨¦l hasta su cueva, que estaba al pie del volc¨¢n", relata Roberts. "Unos d¨ªas despu¨¦s, los aldeanos fueron a su cueva y les arrojaron unas balas de paja ardiendo. Los ebu gogo huyeron corriendo. Se les vio por ¨²ltima vez dirigi¨¦ndose hacia el oeste, en la direcci¨®n de Liang Bua". Curiosamente, es justo en Liang Bua donde los cient¨ªficos han hallado los restos del Homo floresiensis.
Pero si las leyendas se refieren a unos acontecimientos muy recientes, tal vez de hace s¨®lo 300 a?os, los tiempos no cuadran en absoluto. Por el momento, los huesos hallados abarcan desde hace 90.000 a?os hasta hace 12.000. En los estratos inmediatamente superiores a estos ¨²ltimos hay evidencias de una catastr¨®fica erupci¨®n volc¨¢nica y, a partir de ese estrato, el Homo floresiensis parece esfumarse por completo, al igual que el Stegod¨®n, el elefante enano que le hab¨ªa servido de banquete durante miles de a?os. La interpretaci¨®n m¨¢s sencilla es que los hombrecillos resultaron exterminados por el volc¨¢n junto con otras especies peculiares de la isla. ?Es ¨¦ste el fin de la historia?
Sorpresas evolutivas
Tal vez no. Incluso dejando de lado los mitos locales sobre el ebu gogo, el descubrimiento de Flores ha dejado perplejos a los paleoantrop¨®logos de todo el mundo, porque revela que el g¨¦nero humano tiene una versatilidad evolutiva mucho mayor de lo que se sospechaba. Y si una cosa as¨ª ocurri¨® en la isla de Flores, no se puede descartar que algo similar ocurriera en otras islas de la zona. "Algunas poblaciones end¨¦micas de otras islas podr¨ªan haber sobrevivido hasta tiempos mucho m¨¢s recientes", declar¨® a este diario Michael Morwood, de la Universidad de New England en Armidale (Australia). Morwood fue el investigador que descubri¨® hace diez a?os unas herramientas de piedra de 800.000 a?os de antig¨¹edad en la isla de Flores, un hallazgo que condujo a las excavaciones que ahora han asombrado al mundo. Y est¨¢ tan seguro de que el sureste asi¨¢tico depara m¨¢s sorpresas evolutivas que ya est¨¢ proyectando nuevas excavaciones en otras cuatro islas de la zona: Sumbawa, Lombok, Timor y Sulawesi. Incluso en Flores, y aun cuando la erupci¨®n volc¨¢nica exterminara al Homo floresiensis de la cueva de Liang Bua, los cient¨ªficos no descartan que la especie sobreviviera en otros refugios hasta tiempos m¨¢s recientes. Tambi¨¦n van a seguir buscando all¨ª. Para saber por qu¨¦ el hallazgo del Homo floresiensis ha imbuido de tal confianza a estos investigadores, debemos repasar brevemente las lecciones que estos huesos est¨¢n ense?ando a los estudiosos de la evoluci¨®n humana.
Los humanos y los chimpanc¨¦s ¨¦ramos la misma cosa hace seis millones de a?os. En aquella ¨¦poca, y por razones desconocidas, aquella especie se dividi¨® en dos. Una de las mitades se qued¨® m¨¢s o menos como estaba, y de ella proceden los actuales chimpanc¨¦s. Pero la otra mitad inici¨® en ?frica un tortuoso camino evolutivo que la condujo, por primera vez en la historia del planeta, al desarrollo de una mente consciente y creativa.
La imagen tradicional de la evoluci¨®n humana, esa especie de escalera al cielo que representa un progreso continuo e imparable desde el mono hasta el Homo sapiens, es incorrecta. La evoluci¨®n humana no tiene la forma de una escalera, sino la de un espeso arbusto. Desde la aparici¨®n de los primeros australopitecos en las orillas del lago Turkana (Kenia), hace m¨¢s de cuatro millones de a?os, han evolucionado en ?frica cerca de una veintena de especies distintas de hom¨ªnidos, y muchos especialistas creen que cada especie permanece bastante estable durante toda su existencia, y que casi todos los cambios evolutivos relevantes aparecen asociados a la aparici¨®n de nuevas especies. Como ha escrito el paleont¨®logo espa?ol Juan Luis Arsuaga (El enigma de la esfinge, 2001): "La evoluci¨®n humana se ha visto muchas veces como una historia de progreso incesante, que sigue una direcci¨®n neta y sin vacilaciones en su avance hacia la complejidad. [Los darwinistas del siglo XX] adoptaron al principio un esquema lineal para ese proceso, fiel a su pensamiento de que es este modo de evoluci¨®n, y no la generaci¨®n de nuevas especies, el responsable de las tendencias evolutivas. El tiempo, sin embargo, ha ido desvelando una geometr¨ªa de la evoluci¨®n humana muy ramificada".
Encefalizaci¨®n
Pero, pese a esa facilidad de nuestros antepasados para ramificarse y brotar en nuevas especies, s¨ª que hay una caracter¨ªstica que parece haber seguido una tendencia sostenida durante millones de a?os: la encefalizaci¨®n, o crecimiento del tama?o del cerebro. Redondeando, los australopitecos ten¨ªan una capacidad craneal de unos 400 cent¨ªmetros c¨²bicos, similar a la del chimpanc¨¦; los Homo erectus, surgidos tambi¨¦n en ?frica hace cerca de dos millones de a?os, se aproximaron a los 1.000 cent¨ªmetros c¨²bicos, y nuestra especie, el Homo sapiens, anda cerca de los 1.400. Cada aumento del tama?o del cerebro va asociado a una mayor capacidad cognitiva, como revelan las herramientas de piedra cada vez m¨¢s avanzadas que utilizaban esos hom¨ªnidos. La evoluci¨®n humana, con todos sus caprichos locales, parec¨ªa haber sostenido esa encefalizaci¨®n, y esa creciente capacidad para entender y manipular el mundo.
Y aqu¨ª es donde viene la mayor sorpresa que ha deparado a los cient¨ªficos el hombre de Flores. Porque este min¨²sculo habitante de la isla ten¨ªa un cerebro similar al de un chimpanc¨¦ (380 cent¨ªmetros c¨²bicos), pero sus restos parecen estar asociados a unas herramientas de piedra relativamente avanzadas. Y, para colmo, debieron de llegar a la isla navegando, puesto que Flores no ha estado unida al continente asi¨¢tico al menos durante los ¨²ltimos dos millones de a?os. ?C¨®mo es posible?
El Homo floresiensis coexisti¨®, al menos en el tiempo, con nuestra especie, pero no pertenece a nuestra rama del g¨¦nero Homo. Su cr¨¢neo, que revela una curiosa mezcla de caracter¨ªsticas primitivas y modernas, ha forzado a los investigadores a clasificarlo como una variante de Homo erectus, el primer hom¨ªnido que sali¨® de ?frica, hace casi dos millones de a?os, y que lleg¨® hasta tierras asi¨¢ticas. Pero el Homo erectus era mucho m¨¢s alto que el hombrecillo de Flores, y su cerebro era el triple de grande.
Hace 800.000 a?os
Los cient¨ªficos creen que fue aquel Homo erectus, con su tama?o original, el que lleg¨® a la isla hace al menos 800.000 a?os, que es la fecha de las herramientas de piedra m¨¢s antiguas halladas all¨ª. Y lo que le pas¨® despu¨¦s es un proceso hasta ahora ins¨®lito en los hom¨ªnidos, pero que los bi¨®logos conocen muy bien en otras especies animales. La raz¨®n evolutiva para ser grande suele ser que es necesario protegerse de alg¨²n depredador que tambi¨¦n lo es. Pero cuando una peque?a poblaci¨®n queda aislada en una isla, es muy posible que el depredador ya no est¨¦ all¨ª. Una vez disipada la presi¨®n darwiniana que manten¨ªa el tama?o, las especies tienden a empeque?ecer, puesto que as¨ª se ahorran una gran cantidad de energ¨ªa, y los alimentos son siempre escasos. En la propia isla de Flores, esto es lo que le ocurri¨® al Stegod¨®n, el elefante enano.
Y probablemente es lo que le pas¨® tambi¨¦n al Homo erectus, que fue transform¨¢ndose poco a poco en una variedad enana. Por el momento, los restos m¨¢s antiguos de Homo floresiensis est¨¢n datados en unos 90.000 a?os. Si el erectus lleg¨® a la isla hace 800.000 a?os, tuvo tiempo de sobra para ejecutar esa contorsi¨®n evolutiva.
Aun as¨ª, la reducci¨®n del tama?o del cerebro es sorprendente, porque no es proporcional al resto del cuerpo. El hombre de Flores ten¨ªa la estatura de un ni?o de tres a?os, pero su cerebro era tres veces m¨¢s peque?o. Es dif¨ªcil de entender que usara unas herramientas que, a juicio de algunos especialistas, parecen m¨¢s propias del Homo sapiens que del Homo erectus, incluso en su variedad original. ?Existe la posibilidad de que esas herramientas sean realmente de nuestra especie?
"El principal argumento contra esa hip¨®tesis", explica Roberts, "es la existencia de herramientas de piedra de m¨¢s de 100.000 a?os en la parte de atr¨¢s de la cueva. Los humanos modernos salieron de ?frica despu¨¦s, y no llegaron a esta zona asi¨¢tica hasta mucho m¨¢s tarde, hace unos 45.000 a?os. No podemos estar seguros al 100% de que los hobbits
[as¨ª llama Roberts al Homo floresiensis] construyeran esas herramientas, porque no hay restos humanos en esos dep¨®sitos. Pero si lo hicieron, debieron de navegar hasta Flores mucho antes de que el Homo sapiens se acercara al sureste asi¨¢tico". Adem¨¢s, los cient¨ªficos no han hallado restos de Homo sapiens en la isla anteriores a 12.000 a?os. S¨®lo aparecen despu¨¦s, cuando los hobbits desaparecen tras la erupci¨®n volc¨¢nica.
Evidencias geol¨®gicas
"Todas las evidencias geol¨®gicas apuntan a que el Homo floresiensis ha permanecido en la isla durante los ¨²ltimos dos millones de a?os", a?ade Turney. "Debieron de llegar all¨ª de alguna manera, y en n¨²mero suficiente para fundar una poblaci¨®n. Una balsa parece el m¨¦todo m¨¢s probable. Las herramientas de piedra m¨¢s modernas son mucho m¨¢s recientes, est¨¢n hechas en la ¨¦poca de los ¨²ltimos hobbits, y seguramente se usaban para la caza, y no para construir balsas o canoas".
Con todo, Roberts no est¨¢ convencido de que el volc¨¢n eliminara a todos los hobbits de la isla. "Una erupci¨®n volc¨¢nica en la vecindad de la cueva de Liang Bua puede haber barrido esa poblaci¨®n concreta, pero otros grupos de hobbits que vivieran m¨¢s al este de la isla pudieron haber escapado a la cat¨¢strofe relativamente indemnes, y pudieron persistir hasta tiempos recientes, hace unos pocos miles de a?os, o tal vez s¨®lo unos cientos de a?os". Si Roberts est¨¢ en lo cierto, y si puede documentarlo con restos de Homo floresiensis mucho m¨¢s recientes que los de la cueva de Liang Bua, la paleontolog¨ªa habr¨¢ demostrado la veracidad de una leyenda.
Puestos a especular, ni siquiera ha faltado estos d¨ªas quien ha sugerido la posibilidad de que, en cierto paraje rec¨®ndito de alguna de estas islas, sobreviva alguna peque?a poblaci¨®n de ebu gogo, oculta a la mirada peligrosa de los actuales due?os del planeta. Roberts, preguntado por este diario, no se atreve a descartarlo por completo, pero lo considera casi imposible: "Hay una posibilidad remot¨ªsima de que una poblaci¨®n persista en alguna regi¨®n aislada de Flores, quiz¨¢ en alg¨²n reducto selv¨¢tico desconocido, o quiz¨¢ en alguna zona remota de Sulawesi o Pap¨²a Nueva Guinea. Esta ¨²ltima isla, ciertamente, tiene muchos valles que jam¨¢s han sido explorados por cient¨ªficos occidentales. Por supuesto, no sabemos si los hobbits alcanzaron alguna vez la isla de Pap¨²a Nueva Guinea, pero, por lo que hace al caso, ?ni siquiera sab¨ªamos que exist¨ªan hasta septiembre del a?o pasado!".
Turney opina: "Es posible que quede alguno vivo, aunque parece muy improbable. ?Pero nunca se sabe! Desde luego, encontrar un hobbit vivo ser¨ªa el descubrimiento del siglo, o quiz¨¢ m¨¢s".
Seg¨²n las leyendas recogidas por Roberts, los ebu gogo se comunicaban entre s¨ª mediante una especie de murmullo, y si o¨ªan hablar a alg¨²n humano moderno, repet¨ªan la frase como hubiera hecho un loro. Pero es necesario esperar a los datos. Sin ellos, "las ideas son baratas", como suelen decir los cient¨ªficos ante los excesos especulativos de alg¨²n colega. Cuanto m¨¢s inesperado es un descubrimiento cient¨ªfico, m¨¢s interrogantes nuevos plantea, y m¨¢s campos abre a la exploraci¨®n. La b¨²squeda de nuestros compa?eros de viaje no ha hecho m¨¢s que empezar.
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