Las nefastas 'telecanguros'
El Gobierno espa?ol es digno de elogio por haberse propuesto proteger a los ni?os indefensos de los posibles efectos perniciosos de la telebasura. Como este diario denunciaba hace unas semanas, "contenidos banales, zafios y morbosos, envueltos en un ensordecedor griter¨ªo y una retah¨ªla de insultos de grueso calibre, salpican las televisiones espa?olas en el horario de tarde, cuando se concentra la mayor parte de la audiencia infantil".
La fascinaci¨®n de los seres humanos por las escenas provocativas de culebrones que no respetan la frontera entre lo privado y lo p¨²blico y exponen las intimidades inconfesables de los protagonistas, es tan antigua como nuestra sincera preocupaci¨®n de que contemplar estas im¨¢genes puede ser perjudicial para la mente impresionable de los ni?os. Psic¨®logos y educadores opinan que los programas cargados de sordidez y bazofia convierten a los telespectadores peque?os en j¨®venes desma?ados, embrutecidos e inadaptados. No pocos culpan a la telebasura de una amplia gama de trastornos del comportamiento infantil que abarca desde la desidia m¨¢s desesperante a la hiperactividad m¨¢s insoportable.
Es de sentido com¨²n que los ni?os aprenden de lo que ven. Nacemos con una gran capacidad de imitar. Incluso criaturas de 14 meses ya copian gestos que ven en el televisor. No es de extra?ar, pues, que personas razonables piensen que los espect¨¢culos inmundos que emiten las cadenas sean nocivos para los menores. Sin embargo, hoy sabemos que los ingredientes m¨¢s peligrosos de los programas televisivos no son tanto las representaciones fr¨ªvolas, cerriles o soeces, sino ciertos contenidos violentos. Precisamente la oleada de ataques terroristas de los ¨²ltimos a?os, que en muchos casos parecen haber sido sincronizados perversamente por sus autores para conseguir la mayor audiencia televisiva posible, ha dado pie para estudiar el impacto de estos sucesos en los peque?os televidentes. La conclusi¨®n es que los ni?os expuestos de forma reiterada a las escenas horripilantes de estos eventos pueden sufrir s¨ªntomas de estr¨¦s postraum¨¢tico, como ansiedad, miedo o insomnio durante varias semanas. Los menores m¨¢s susceptibles son aquellos que mientras observan las im¨¢genes no cuentan con la compa?¨ªa de adultos cari?osos que les ofrezcan seguridad y respondan con palabras alentadoras a sus preguntas.
En cuanto a la violencia-ficci¨®n, en los ¨²ltimos 30 a?os media docena de estudios han demostrado estad¨ªsticamente que programas que ensalzan o idealizan la violencia como un medio eficaz para resolver conflictos pueden estimular reacciones agresivas a corto plazo, pero s¨®lo en adolescentes impulsivos ya predispuestos a recurrir a la fuerza y la intimidaci¨®n para conseguir sus metas. No obstante, otras investigaciones indican que observar im¨¢genes cargadas de dureza tiene un efecto de "purgante psicol¨®gico" que limpia a algunas personas de sus impulsos destructivos reprimidos y previene en ellas las conductas agresivas. Tambi¨¦n se sabe que los espect¨¢culos pornogr¨¢ficos que entrelazan y confunden la violencia y el sexo en una mara?a equ¨ªvoca y siniestra de explotaci¨®n sexual pueden ser contraproducentes para menores de 12 a?os. Adem¨¢s de la perturbaci¨®n emocional que les causa presenciar circunstancias de aparente abuso, los peque?os se abruman porque no comprenden estos actos tan desconcertantes para ellos.
Analizando en conjunto los efectos de los contenidos televisivos en los menores, la evidencia cient¨ªfica sugiere que, excepto en las situaciones que he mencionado, las im¨¢genes de la peque?a pantalla no son tan poderosas como unos advierten ni tan malignas como otros temen. La raz¨®n es que todas las criaturas normales aprenden muy pronto a percibir con claridad la diferencia entre realidad y fantas¨ªa, entre conductas aceptables y prohibidas. Los combates televisivos -incluyendo los dibujos animados de apu?alamientos, mutilaciones y matanzas que se emiten religiosamente los s¨¢bados por la ma?ana en casi todos los pa¨ªses de Occidente- no tienen, por s¨ª solos, la fuerza para alterar esta capacidad innata y adaptativa. No olvidemos que los cuentos infantiles m¨¢s populares, como Caperucita Roja, Barbazul, Bambi o el Rey Le¨®n, casi siempre han estado colmados de las intrigas violentas m¨¢s gr¨¢ficas. Si observamos a ni?os peque?os jugar con mu?ecos, veremos que a menudo se deleitan escenificando actos crueles que no pueden llevar a cabo en la realidad. Y si exploramos sus pensamientos, todos ellos reconocen que la diferencia entre las personas buenas y las malas es que las buenas s¨®lo se imaginan los actos mal¨¦volos, mientras que las malas tambi¨¦n los ejecutan.
La verdad es que las consecuencias m¨¢s nefastas de la televisi¨®n son las que producen las telecanguros, o las televisiones que se ocupan de cuidar y vigilar a los ni?os en casa. Est¨¢ ampliamente demostrado que es da?ino para los peque?os pasarse tres o cuatro horas al d¨ªa delante de la peque?a pantalla, con independencia de las im¨¢genes que observen. El da?o principal es a largo plazo; se manifiesta en problemas del comportamiento, y se debe al valioso tiempo que la programaci¨®n televisiva roba d¨ªa tras d¨ªa a otras actividades socializadoras, estimulantes y creativas que son necesarias para un desarrollo emocional saludable.
Los ni?os custodiados por telecanguros, aparte de malgastar irreversiblemente innumerables oportunidades de relacionarse y de aprender, se convierten en "teleadictos". Para estos peque?os, las horas bajo la tutela del televisor llegan a ser m¨¢s gratificantes que sus actividades escolares o familiares, aunque ¨¦stas sean de car¨¢cter l¨²dico. F¨ªsicamente, la telecanguro les sumerge en un estado de letargo que produce una ca¨ªda del metabolismo del 12% por debajo del nivel de descanso, lo que a menudo resulta en alteraciones metab¨®licas. Investigadores de la Universidad de Columbia han demostrado recientemente que menores que pasan m¨¢s de tres horas diarias viendo la televisi¨®n -al margen de la calidad de los contenidos- tienen el doble de riesgo de sufrir dificultad para dormir que aquellos quela ven menos de una hora. La falta de descanso regular y de sue?o reparador fomenta, a su vez, el desasosiego, la irritabilidad y el decaimiento del vigor f¨ªsico e intelectual. Estos problemas persisten conforme avanza la edad.
Una televisi¨®n responsable informa, educa y entretiene. Hay buenos programas que sirven de arena de debate para las ideas, ayudan a superar prejuicios y promueven la dignidad de la persona y el valor de la vida. Es cierto que con demasiada frecuencia las emisoras ignoran este servicio p¨²blico y s¨®lo nos brindan productos con el m¨ªnimo denominador social com¨²n. Los operadores saben muy bien que los cotilleos morbosos, las tragedias rosas, el tormento y la transparencia brutal que no honra secretos, venden. Mas ?cuidado!, atacar solamente a los medios televisivos es como matar al mensajero en tiempos pasados. No resuelve la verdadera cuesti¨®n: ?por qu¨¦ tantos televisores en los hogares familiares se han convertido en sustitutos de padres y cuidadores?
Es esperanzador que los l¨ªderes sociales est¨¦n trabajando ya con los directivos de las cadenas y otros grupos implicados en la defensa de la infancia y de la libertad de expresi¨®n para, conjuntamente, facilitar la soluci¨®n de este problema de salud p¨²blica. No obstante, al final, rescatar a nuestros ni?os de las secuelas perjudiciales de la televisi¨®n pasa ineludiblemente por el uso responsable que asignemos los adultos al televisor en casa.
Luis Rojas Marcos es profesor de Psiquiatr¨ªa de la Universidad de Nueva York y autor de Nuestra incierta vida normal (Aguilar).
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