"Los intelectuales han reflejado en los siglos XIX y XX la tensi¨®n permanente de las dos Espa?as"
Ha dedicado toda su carrera al estudio de la Espa?a contempor¨¢nea y ha publicado libros b¨¢sicos para estudiar ese periodo, como Manuel Aza?a. Una biograf¨ªa pol¨ªtica, Los socialistas en la pol¨ªtica espa?ola. 1879-1982 y Un siglo de Espa?a. Pol¨ªtica y sociedad, entre otros. Catedr¨¢tico en la Universidad Nacional de Educaci¨®n a Distancia y habitual participante en congresos y seminarios, Santos Juli¨¢ (Ferrol, 1940) fue madurando poco a poco la posibilidad de escribir un ensayo sobre el discurso y la intervenci¨®n p¨²blica de los intelectuales en Espa?a durante parte de los siglos XIX y XX.
"Lo que a mi prop¨®sito importa es la manera de presencia p¨²blica de los intelectuales y los relatos en que se encuentran e identifican como grupo generacional: qu¨¦ hacen y dicen los intelectuales cuando intervienen en el debate p¨²blico", escribe Santos Juli¨¢ en la introducci¨®n de su libro Historias de las dos Espa?as (Taurus). "Esa presencia", a juicio del historiador, "tiene dos expresiones: una se sit¨²a en el plano del discurso; otra en las propuestas de acci¨®n. Mi intenci¨®n es establecer un v¨ªnculo entre una y otra, no en el sentido de que el discurso determine a la acci¨®n, o viceversa, sino que ambos aparecen mediados por la experiencia personal o colectiva del intelectual o de grupos, normalmente generacionales y con conciencia de serlo, de intelectuales".
"Espa?a ha sido hasta hace poco un pa¨ªs muy fragmentado atravesado por conflictos m¨²ltiples"
"En las democracias actuales el intelectual s¨®lo puede aspirar a cumplir la tarea de observador cr¨ªtico"
"Existe una continuidad entre las Cortes de C¨¢diz, a principios del siglo XIX, y la II Rep¨²blica"
PREGUNTA. ?Qu¨¦ descubri¨® de esas actitudes a lo largo de su investigaci¨®n?
RESPUESTA. Lo que m¨¢s me sorprendi¨® es que el discurso de los intelectuales giraba de manera abrumadora en torno a la naci¨®n, al ser y al problema de Espa?a, representado siempre como una dualidad: verdadera y falsa, nueva y vieja, oficial y real. Al principio, cre¨ªa que esa dicotom¨ªa s¨®lo afectaba a la generaci¨®n de Jos¨¦ Ortega y Gasset, la de 1914, pero sus or¨ªgenes vienen de lejos, hunden sus ra¨ªces en el XIX y no desaparecen hasta la transici¨®n democr¨¢tica.
P. ?Son una fatalidad hist¨®rica las dos Espa?as?
R. No, no lo creo. Pienso, m¨¢s bien, que Espa?a ha sido hasta fechas recientes un pa¨ªs muy fragmentado, atravesado por conflictos m¨²ltiples. Ahora bien, es cierto que la representaci¨®n hist¨®rica de este pa¨ªs se ha plasmado en una permanente dualidad, como dos visiones no s¨®lo excluyentes, sino antit¨¦ticas. Es decir, los intelectuales han reflejado en los siglos XIX y XX la tensi¨®n permanente entre las dos Espa?as. Esa situaci¨®n se prolonga desde el XIX hasta la ¨¦poca del franquismo, que representa la exasperaci¨®n de ese enfrentamiento porque el final de la Guerra Civil se vive como la eliminaci¨®n de una anti-Espa?a por la verdadera Espa?a.
P. ?En las primeras d¨¦cadas del XX esa polarizaci¨®n tambi¨¦n obedece al choque entre un pa¨ªs rural y otro urbano?
R. Sin duda. A comienzos del XX se produce un impulso de la modernizaci¨®n, de la secularizaci¨®n, que genera una resistencia brutal de las fuerzas m¨¢s conservadoras. Son conflictos propios de la modernizaci¨®n que la Iglesia interpreta como una deserci¨®n o una apostas¨ªa masiva, de la que son culpables los intelectuales. Los obispos ven en la modernidad un ataque al ser de la patria y el discurso cat¨®lico se radicaliza.
P. ?Puede afirmarse que los intelectuales cat¨®licos encarnan el n¨²cleo de la visi¨®n conservadora de Espa?a?
R. Los cat¨®licos resultan determinantes desde comienzos del siglo XIX en la fabricaci¨®n del mito de Espa?a y anti-Espa?a. El catolicismo vertebra, m¨¢s incluso que la instituci¨®n mon¨¢rquica, a los conservadores, e introduce el t¨¦rmino de cruzada aun antes de la guerra civil como soporte de una estrategia para recuperar el terreno perdido.
P. Y en el campo progresista, ?representan las corrientes liberales el hilo conductor del pensamiento?
R. Existe una continuidad entre las Cortes de C¨¢diz, a principios del XIX, con la II Rep¨²blica. Aza?a, por ejemplo, entronca con esa tradici¨®n liberal. De todos modos, un sector de los liberales va a ir modificando su proyecto pol¨ªtico durante las tres primeras d¨¦cadas del siglo XX en funci¨®n de que la monarqu¨ªa de Alfonso XIII los acoja en mayor o menor medida. Es el caso del reformista Melqu¨ªades ?lvarez. No obstante, la instauraci¨®n de la dictadura del general Primo de Rivera en 1923, con la anuencia del rey, rompe la posibilidad de integrar la tradici¨®n liberal en el seno de la monarqu¨ªa. A partir de ese momento los liberales se van convirtiendo en republicanos que identifican ya, de un modo muy directo, la II Rep¨²blica con la democracia. Aza?a, sin ir m¨¢s lejos, se declara republicano precisamente en el a?o 1923. El triunfo de la rebeli¨®n militar, sostenida por la Iglesia, liquida totalmente la tradici¨®n liberal, y los liberales que regresan a Espa?a, que han sufrido un trauma muy dram¨¢tico, mantienen apenas una pol¨ªtica de gestos, un talante, y siempre en ¨¢mbitos privados.
P. ?Esta evoluci¨®n explica tambi¨¦n que la oposici¨®n antifranquista se incline poco a poco hacia el marxismo y hacia opciones m¨¢s radicales?
R. La disidencia intelectual dentro del franquismo qued¨® reducida a un peque?o sector de Falange, como Dionisio Ridruejo, o a algunos grupos cat¨®licos que finalmente fracasaron como pol¨ªticos comprensivos. Las nuevas generaciones que aparecen en los a?os cincuenta y sesenta no heredan una tradici¨®n liberal y no reconocen a estos disidentes como sus maestros. Para ellos, seg¨²n definici¨®n de Juan Benet, "los maestros eran de barro". Desde ese momento hist¨®rico, la rebeli¨®n contra la dictadura s¨®lo puede expresarse en forma de reivindicaci¨®n de la democracia, a la que acompa?a una exigencia de transformaci¨®n de la sociedad, expresada en un lenguaje de revoluci¨®n. Se trata abiertamente ya de protestar contra la dictadura franquista, pero al mismo tiempo de oponerse a un sistema social injusto, un terreno en el que cristianos y marxistas se encontrar¨¢n en los a?os sesenta.
P. Habla usted de maestros. Da la impresi¨®n de que los intelectuales espa?oles se han formado en torno a maestros y han intervenido en la vida p¨²blica como grupos generacionales.
R. Hist¨®ricamente, los intelectuales se agruparon alrededor de maestros -Ortega y Gasset fue el ¨²ltimo de los grandes- y aparecen en oleadas generacionales. No obstante, tras la generalizaci¨®n de las democracias; el fin del comunismo, que culmina en la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn en 1989; y la crisis de lo que Lyotard llam¨® los grandes relatos, la presencia de los intelectuales en la vida p¨²blica se ha modificado sustancialmente. Son muchos m¨¢s, pero afortunadamente se acabaron los grandes maestros. Aquel intelectual omnisciente, que hablaba de todo y pretend¨ªa poseer el sentido del futuro, ha hecho mutis. Ahora cada cual vale por lo que sea capaz de aportar a un debate p¨²blico en el que los profetas no tienen ya lugar.
P. Esa tendencia individualista rompe, por consiguiente, una tradici¨®n.
R. Desde luego. Durante cerca de dos siglos los pensadores se han percibido a s¨ª mismos como parte de un grupo, con experiencias similares, con discursos te¨®ricos parecidos y con una tarea colectiva a cumplir. Es un debate ya agotado si existen las generaciones o no, pero es evidente que todos los que aparecen en estas Historias de las dos Espa?as se reconoc¨ªan a s¨ª mismos como tales. Ocurre con la generaci¨®n del 98, con la de 1914, con la de la guerra, con la del medio siglo
... Estos colectivos fundaron revistas, organizaron homenajes y mantuvieron tertulias en ciudades como Madrid y Barcelona, que hasta la d¨¦cada de los a?os cincuenta eran urbes de un tama?o todav¨ªa reducido, donde todo el mundo se conoc¨ªa. En muchos casos se trata de pensadores o escritores de la misma edad, que utilizan un lenguaje similar, adornado por id¨¦nticas met¨¢foras. En el caso espa?ol aparece tambi¨¦n la tertulia que tiene una importancia grande como centro de muchos debates.
P. ?A qu¨¦ obedece que la llegada de la democracia en Espa?a signifique el final de la intervenci¨®n en pol¨ªtica de los intelectuales como grupos?
R. No es una situaci¨®n privativa de Espa?a. En todas partes, la influencia de los medios de comunicaci¨®n, en especial de la televisi¨®n; la extensi¨®n del sistema educativo a todos los niveles, especialmente el universitario, y la consiguiente generalizaci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas, derivan en una atomizaci¨®n y fragmentaci¨®n del mundo intelectual. Se ha llegado a comentar que los periodistas han sustituido a los intelectuales en su papel de gur¨²es en las ¨²ltimas d¨¦cadas. En las democracias actuales, el intelectual s¨®lo puede aspirar a cumplir la tarea de observador cr¨ªtico, aportando desde una posici¨®n independiente sus an¨¢lisis sobre temas de inter¨¦s com¨²n en los que se requiere competencia m¨¢s que ret¨®rica u obediencia a consignas.
P. Cuando han pasado ya 25 a?os desde la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n, ?el debate sobre la esencia de Espa?a sigue siendo la principal preocupaci¨®n o ha pasado a un segundo t¨¦rmino?
R. No. La generaci¨®n de 1956, a la que tanto debemos, acab¨® con eso y, desde los a?os sesenta, la democracia sustituye a la naci¨®n como tema fundamental del debate intelectual. Se disuelve aquel n¨²cleo de la discusi¨®n y la reivindicaci¨®n cultural de los espa?oles apunta ya claramente a formar parte de Europa. Parad¨®jicamente, en los ¨²ltimos a?os esa angustia por la unidad cultural, por las ra¨ªces eternas de la naci¨®n, por la identidad diferenciada y ¨²nica, se ha desplazado hacia los nacionalismos no espa?oles, el catal¨¢n y el vasco fundamentalmente.
P. Su ensayo se detiene en los ¨²ltimos tiempos del franquismo.
R. Bueno, cuando comenc¨¦ a escribir un cap¨ªtulo sobre los intelectuales en democracia me di cuenta de que el discurso dominante guardaba poca relaci¨®n con las historias anteriores: los grandes relatos, que aqu¨ª llamo historias, de las dos Espa?as, hab¨ªan periclitado. No que hayan desaparecido los intelectuales, sino que su presencia y su discurso ha experimentado una transformaci¨®n radical. Quiz¨¢ haya ah¨ª materia para otro libro.
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