Andar por casa
A uno ya no le pone la noche como antes. No, eso de salir a lo que salga, es de aventureros despistados o de nost¨¢lgicos de los tiempos de la movida. Hace mucho que ya no son lo que fueron las noches de El Sol, ni el Bocaccio admite n¨¢ufragos en su barra, ni existe un oasis llamado Oliver. Si bien es verdad que todav¨ªa nos queda el Cock, aunque a nadie se le ocurre que pueda ser un lugar para ir de safari. El Cock sigue siendo el bar que tiene los secretos mejores guardados de las noches plebeyas y palaciegas de los ¨²ltimos veinte a?os. Hay m¨¢s lugares pl¨¢cidos, de buenas bebidas nocturnas, de razonable fauna, de amable luz; el c¨¦ntrico Del Diego, el lateral Hispano o el madridista Calle 54. Y otros muchos que est¨¢n surgiendo con esas est¨¦ticas recuperadas de los a?os cincuenta o de los pl¨¢sticos y decibelios de los setenta. Pero nada, que ya no salimos como antes. Atrapados en nuestras pantallas de plasma, pillados por las colecciones de dvdes comprados con el peri¨®dico en el quiosco de la esquina o dej¨¢ndonos caer en la tentaci¨®n del zapping, pasamos demasiadas noches frente a la nada con forma de muchas ofertas. Lo he comprobado esta semana. Mi semana de febril en casa. Semana de frenadoles, efervescencias sin alcohol, zumos, sopas, cremas y otras leches calientes. Vida sana y f¨²tbol en televisi¨®n. Vida cerrada, lecturas caseras, sudores y noches de toses. La apasionante vida de un noct¨¢mbulo acatarrado. Con tantos viajes alrededor de mi cama me siento un aventurero, creo que no estoy tan lejos del verdadero Philleas Fogg. Sue?o, recuerdo, leo un poco, me duermo, me despierto, me irrito, incluso me entretengo ante la televisi¨®n.
Atr¨¢s han quedado los estrenos. Las tentaciones de estar en tres lugares diferentes, la misma noche, a la misma hora, ejemplo de coordinaci¨®n de nuestros programadores culturales o como se llamen. ?Qu¨¦ hacer para estar en el esperado estreno de temporada en el Mar¨ªa Guerrero de Carmen Calvo y Gerardo Vera sin faltar al regreso de la admirada Teresa Berganza en el Teatro Real y sin querer perdernos las provocaciones de Albert Boadella versus Esperanza Aguirre? Yo creo que la fiebre me ha subido por tantas ofertas. Mis impulsos de curioso, de mir¨®n en noches de estreno deb¨ªan estar m¨¢s bajas que mis reservas de ciudadano machacado por la vida estresada. Esta semana he sido yo y mis interiores.
Adem¨¢s de perderme esos tres estrenos del siglo de esta semana, no pude escaparme a una de las citas culturales de barra libre m¨¢s relajadas del mundo editorial, la presentaci¨®n de los Premios Herralde de novela. En el cl¨¢sico bar y restaurante Hispano, ese lugar lateral ya citado, tan central para los reposos antes de subir la cuesta de la Residencia de Estudiantes, un lugar tranquilo y razonable donde todav¨ªa se puede quedar para escuchar al que habla. Yo, en mi cama, y la tribu Herralde, madrile?a y barcelonesa, riendo y gozando, con esa erupci¨®n verbal, esa iron¨ªa ilustrada y esa gracia mestiza que acompa?an al ganador de este a?o, Juan Villoro. No estuve all¨ª, pero siempre nos salvar¨¢ el m¨®vil, pero disfrut¨¦ con las cosas que contaba Villoro en su presentaci¨®n. Por ejemplo, su encuentro con ?lvaro Pombo fue en un c¨®ctel de un partido Madrid-Bar?a de hace a?os. Pombo, con m¨¢s hambre de tortilla que de charla sobre f¨²tbol, se lanz¨® a la bandeja de canap¨¦s con tal fuerza que se llev¨® con la tortilla incorporado el palillo. Villoro tuvo que golpear con fuerza la espalda de su nuevo amigo para poder expulsar el palillo incrustado en la garganta de Pombo. De aquellos golpes, de una afortunada expulsi¨®n nacen buenas amistades. Apagu¨¦ la televisi¨®n y le¨ª. De vez en cuando no est¨¢ mal volver a los viejos vicios. Y disfrut¨¦, estoy disfrutando, con la novela de Villoro, la que present¨® otro de los grandes escritores en nuestra lengua, de los mejores resistentes de la noche y sus lugares, Enrique Vila-Matas. La novela se llama El testigo, es una inmersi¨®n, un regreso a M¨¦xico, pero sobre todo es un placer de iron¨ªa, donde nos vemos reconocidos mirando parecidas estupideces donde el mundo se llama telebasura.
Tambi¨¦n me perd¨ª la fiesta de una nueva editorial, El Tercer Hombre. Nace con voluntad de cosmopolitismo espa?ol, me gusta su esp¨ªritu, sus responsables y los primeros elegidos para esta incierta gloria de competir en la selva de los libros. Estoy deseando leer el New York Shitty, de Germ¨¢n S¨¢nchez Espeso. Y, c¨®mo no, volver a Tarifa de la mano literaria de Eduardo Iglesias. Eso es lo que tiene quedarse en casa. Pego saltos de Tarifa a M¨¦xico DF, de Nueva York a la vuelta de la esquina. Y no se est¨¢ tan mal. El truco es saber rodearse. Yo he tenido suerte con los libros, como si me hubiera construido un ideal diario de lecturas, unas excelentes recetas para saber estar en casa. Hay otros remedios, pero les aseguro que usar la lectura del ¨²ltimo Villoro, por ejemplo, ayuda a soportar las rebajas de lo cotidiano. Y no crean que est¨¦ tirando de la levita a nadie. Ni les quiero meter ning¨²n gol, ni comerles el coco; pero s¨ª me gustar¨ªa que algunos se queden con la copla de que, de vez en cuando, hay libros que nos salvan del tedio. ?Me habr¨¦ pasado en mis lecturas de locuciones y modismos en el diccionario de Manuel Seco? ?Me estar¨¦ echando a perder? Sigo en casa, sin salir y estoy bien. ?Qu¨¦ me pasa, doctor?
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