El sarc¨®fago
Un tel¨®n de caspa ha ca¨ªdo sobre el Real Madrid. A su vuelta de Barcelona, los astros de la constelaci¨®n de la galleta ya exhib¨ªan una mirada sospechosamente vac¨ªa. Muy pronto se rodearon de la capa blanquecina que distingue a las cris¨¢lidas y a las momias y veinticuatro horas despu¨¦s, cubiertas de un polvo de siglos, pegaban el viejazo y se transformaban en piezas de museo. Cuando quisimos darnos cuenta, llevaban el uniforme de pergamino; es decir, el sudario de los f¨®siles.
Los mensajeros de la V¨ªa L¨¢ctea eran de repente una mancha de holl¨ªn en el tiro de la chimenea. ?Qu¨¦ explicaci¨®n ten¨ªa tan inesperado cataclismo c¨®smico? Para empezar, algunas figuras se hab¨ªan avinagrado con la convivencia. La llegada del crack del a?o inspiraba en cada uno de sus antecesores un sentimiento de depreciaci¨®n. As¨ª, Figo debi¨® de sentirse postergado con la llegada de Zidane; Figo y Zidane con la de Ronaldo; Figo, Zidane y Ronaldo con la de Beckham, y Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham con la de Owen. Para calcular los da?os de este efecto escalaf¨®n basta con aplicar una regla de tres: la amargura ser¨ªa directamente proporcional a la antig¨¹edad del amargado.
Por a?adidura, la edad agravar¨ªa los achaques del esp¨ªritu, pero los a?os del atleta suelen pesar m¨¢s en la cabeza que en el pulm¨®n. Si en la vitrina no queda espacio para un solo trofeo m¨¢s, dif¨ªcilmente hay excusa para ir al cuerpo a cuerpo con el Leverkusen o con Puyol.
Sin embargo, es evidente que, confinados en sus cuentas bancarias y en sus alcobas con dosel, algunos de esos admirables deportistas disfrutar¨ªan como nunca si pudieran convertirse en la versi¨®n tard¨ªa de los Harlem Globetrotters. En vez de sudar el tanga en los duros partidos de la temporada regular, animar¨ªan las fiestas populares en fastuosos partidos de exhibici¨®n. Sin riesgo alguno para sus ilustres tobillos podr¨ªan deleitarnos con lo m¨¢s exquisito de sus repertorios y, llegado el caso, ofrecer alg¨²n bis a la concurrencia. Nadie se les resistir¨ªa en un campeonato mundial de solteros contra casados o de calvos contra deste?idos.
Aunque esta involuci¨®n afecta s¨®lo a varios de los integrantes de la plantilla, una ingrata coincidencia complica exponencialmente el problema: todos ellos son artistas de mil millones, titulares de obligado cumplimiento. En esa coyuntura, el margen de maniobra del entrenador es infinitesimal.
?Hay remedio para tantos males? S¨®lo uno: consiste en pasar lista, separar a los que est¨¢n de ida de los que est¨¢n de vuelta y gastarse un Per¨² en persuadir a los monstruos revenidos de que, a su mayor gloria, ocupen cuanto antes alguna embajada de buena voluntad en el mercado de Extremo Oriente. Luego habr¨ªa que buscarles sustitutos entre todas las j¨®venes figuras de la n¨®mina internacional que a¨²n no se hayan llevado a casa el Bal¨®n de Oro ni el oro del bal¨®n.
Gente a la que el f¨²tbol le corra tanto por el bolsillo como por las arterias.
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