'El meu pa¨ªs'
Mi pa¨ªs es las personas, las gentes que conozco y amo, las que desconozco y aprecio, reci¨¦n llegados o arraigados. Mi pa¨ªs es el paisaje. Sus cumbres modestas, de Aitana y el Maigm¨® a Espad¨¤ y Penyagolosa, de Calderona a Montd¨²ver; y sus lagos min¨²sculos, de la albufera de Anna a la mayor. Mi pa¨ªs es la memoria, de la Paterna y su cementerio sin Val¨¦ry a los almendros de Albatera. Y es Aub y Renau, Gil Albert y Fuster, Sanchis Guarner y Casp y su Espiga. Y tambi¨¦n la intolerancia, la devastaci¨®n, y todos los horrores, ayer y hoy. Porque es mi pa¨ªs, el nuestro: alargado, fr¨¢gil, fragmentado.
Plural y singular a la vez. Contradictorio como el ser humano, esta vez colectivo. Este pa¨ªs es el nuestro. Con sus cuevas y avencs, con sus g¨®ticos rebajados y sus pocos rom¨¢nicos, con sus barrocos para el descr¨¦dito de la realidad, con sus vanguardias. Con campos de sudor y esfuerzo, con talleres y f¨¢bricas, todo construido sobre la nada. Con sus ciudades un poco siempre a medio hacer, como si el aliento se agotara con el primer ¨¦xito, sin m¨¢s tenacidad que sobrevivir a lo largo de la historia. Pioneros de frontera siempre, desde la I Internacional a las innovaciones tecnol¨®gicas, sin continuidad y constancia a veces.
Ahora gentes de mente torva y esquinada desprecian el conocimiento y la inteligencia. Coneixement i enteniment, en una traducci¨®n entra?able y popular que se une a la mejor tradici¨®n civilizada, de Descartes a Hume, de Kant a Wittgenstein.
Me estren¨¦ en el Instituto Luis Vives como republicano blasquista. Un mi amigo todav¨ªa, llevaba en su bolsillo los colores de la ikurri?a, y yo la bandera tricolor de la rep¨²blica fallida. Un horizonte para los sue?os, que entre Eneas y Ulises, hex¨¢metros y aventuras, permit¨ªa avanzar en inteligencia y entendimiento. En un escenario desventurado, entre la grisalla del r¨¦gimen interminable.
Gentes de malvivir, advenedizos del todo vale, quieren secuestrar lo que apenas obtuvimos tras tanta zozobra. Nada vale contra la historia de un pueblo, contra su memoria, y menos a¨²n contra la inteligencia, contra el conocimiento y el entendimiento. Su victoria ser¨¢ siempre provisional, y nuestra raz¨®n, v¨ªctima provisional de un destino injusto. El secuestro no es ciencia ni democracia, es un crimen sin m¨¢s.
Pol¨ªglotas forzados por quienes desprecian el uso de la propia lengua, los paisanos asistimos, entre el asombro y el estupor, a la expropiaci¨®n de la identidad, desde el lenguaje al paisaje. Nos ten¨ªan acostumbrados, pero el desparpajo alcanza los l¨ªmites del abismo. No se trata de una derecha montaraz, la que quiso aniquilar todo vestigio de ilustraci¨®n..y de industria en el Maestrazgo del XIX y en la desmesurada postguerra del 39. Es una derecha voraz, depredadora, implacable, trituradora del conocimiento y del entendimiento. Que reclama los signos de identidad desde la m¨¢s desventurada de las aventuras contra estos mismos signos. Capaz de destruir paisaje, y condenar al paisanaje a la servidumbre del Becerro de Oro... con la complicidad de las leyes bienintencionadas e inservibles como no sea para la obscenidad de sus intereses.
Entre tanto, los dem¨¢s a lo suyo. Esto es, a competir que es lo que anticipa el siglo; y nosotros a lo nuestro, al ombliguismo, a la persecuci¨®n de enemigos imposibles, al ghetto en unos casos -el ghetto no lo hacen los dem¨¢s, los propios contribuyen- al exilio, o a vivir bien, que clima, especulaci¨®n, instituciones y entorno no s¨®lo propician sino que acunan y favorecen: aunque ignore puede que Ferran Torrent acierte, y eso que le sobra intuici¨®n.
Este pa¨ªs, el m¨ªo y el de ustedes, el nuestro, alargado y dif¨ªcil, no merece el castigo que se le inflige. El riesgo es la desaparici¨®n, y deben saberlo vecinas y vecinos, ciudadanos todos. Acaso no otro es el designio, el de reducirnos de una vez por todas a la subalternidad, como se intentara una y otra vez del Conde-Duque de Olivares a las huestes de Almansa.. que siempre contaron con colaboradores. Los que nos llevan con energ¨ªa de galeote, us¨¢ndonos como tales, hacia la catarata. Y no quiero participar en la regata suicida.
Tuve un sue?o. Mi ciudad, Valencia, fue el centro, la ciudadan¨ªa, la c¨®mplice. La memoria estuvo presente, el cap i casal, la f¨®rmula sencilla del monarca fundador, tan citado como ignorado. Y este sue?o alcanzaba desde el Pilar de la Horadada a Olocau del Rei -con quien estoy en deuda, nunca pis¨¦ su suelo- de Sinarcas a Canet d'en Berenguer.
Mi pa¨ªs, de nuevo por hacer, y lo que es peor, amenazado en el territorio, el paisaje, y en las gentes. Y en los intereses m¨¢s cotidianos de las gentes: la vivienda, la salud, las atenciones sociales, la cultura, la lengua, la econom¨ªa y los salarios, lo que nos hace plurales y diferentes, y a la vez solidarios, con nosotros mismos y con los dem¨¢s.
Me ha sido dado conocer ad¨®nde conducen s¨ªmbolos y se?as de identidad, y las leyes que sustentaban las definiciones, en parajes en cierto modo semejantes, en los Balcanes. O aqu¨ª, en mi propia experiencia. Y he comprobado las consecuencias. Con la misma memoria que recordaba los campos de almendros o los cementerios. Y, esta vez no. Mercadear sentimientos olvidando los conocimientos s¨®lo alimenta el odio, la sinraz¨®n, el enfrentamiento, y el retraso. Eso no es pol¨ªtica, es demagogia de la peor especie. Peor, ellos lo saben.
Volveremos. Y volveremos a decir no.
Ricard P¨¦rez Casado es doctor en Historia.
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