Postal de a?o nuevo
Abro el sobre y de repente me traslado a Dubl¨ªn. Sobre la mesa, entre el correo y las cartas bancarias, hay una felicitaci¨®n de a?o nuevo que llega como una se?al irreconocible desde el hotel Kinlay House, que en realidad no es un hotel, sino un albergue de estilo victoriano que pertenece al sindicato de estudiantes irland¨¦s. Leo el nombre del remitente y la direcci¨®n, 2-12 Lord Edward Street, sin conseguir situarme en el mapa de la memoria. No hay nada m¨¢s estremecedor que esos vac¨ªos en los que no logramos encontrarnos, espacios en blanco como el lago plateado de la postal donde unos ni?os ataviados con gorros y bufandas de colores patinan sobre el hielo. ?Qui¨¦n ser¨¢ este hombre?, ?d¨®nde le habr¨¦ conocido?, me pregunto, ?por qu¨¦ habr¨ªa de enviarme una persona que no conozco una tarjeta para felicitarme el a?o? Y enseguida la pregunta m¨¢s inquietante: ?Ser¨¢ realmente un desconocido? Trato de bucear a tientas en su nombre, repiti¨¦ndolo varias veces en voz alta: Andrew Mullaney... Nada, ni un solo destello, ning¨²n recuerdo.
Vuelvo a mirar la imagen navide?a, el lago, los ni?os patinadores, una sensaci¨®n de fr¨ªo que parece agrandar el mundo... Eso s¨ª que me dice algo. Tambi¨¦n nosotros de cr¨ªos nos desliz¨¢bamos con patines de ruedas de hierro por las pistas de la estaci¨®n vieja a media tarde dejando en el aire nuestro aliento como un eco blanco. Hab¨ªa un puente. Recuerdo el encaje negro de las estacas en una valla, el jersey de ochos que hab¨ªa estrenado aquella Navidad y el sonido lejano de un villancico cantado por Raphael en el tocadiscos de una jugueter¨ªa de la calle Cobian Rofignac. La Navidad entonces era eso, una dimensi¨®n blanca e imaginaria en la ventana del bazar Varela. Blanca porque ese es el color del deslumbramiento e imaginaria porque en realidad en diciembre nunca nevaba tanto como en el escaparate de nuestros sue?os. Entonces cuando m¨¢s lejos estaba de Dubl¨ªn y del Kinley House, de golpe me vino a la memoria la imagen de un muchacho pelirrojo, muy t¨ªmido que una vez conoc¨ª en un viaje de estudios, camisa a cuadros de le?ador y una vena azul muy marcada en la frente. Dec¨ªa que todas las mujeres escritas por Joyce estaban enamoradas de muertos y ese descubrimiento le hac¨ªa so?ar. Claro que entonces no se llamaba Andrew Mullaney, sino solamente Andy y estaba tan entusiasmado con la lectura del Ulysses que un d¨ªa decidi¨® seguir los pasos de Leopold Bloom desde Middle Abbey hasta Kildare Street y ya no volvimos a saber nada m¨¢s de ¨¦l.
Lo imagino de profesor de Literatura en cualquier viejo college de Irlanda. Leo cuidadosamente el poema que reza en el env¨¦s de la tarjeta: If there be grief, then let it be but rain... y reconozco bajo su letra los mejores versos que escribi¨® en su vida el novelista William Faulkner: "Si hay dolor, que sea s¨®lo lluvia/ y ¨¦sta s¨®lo dolor de plata por el dolor en s¨ª/ si estos verdes bosques sue?an aqu¨ª para despertar/ en mi coraz¨®n, si yo amaneciera otra vez...".
Entonces todo cobra sentido: el sonido de las ruedas de los patines, los nombres que apenas recordamos pero que estaban dentro de nosotros, el aliento blanco del verso: "si yo amaneciera otra vez...". El tiempo va cerr¨¢ndose como un anillo m¨¢s en el tronco de un ¨¢rbol dentro del bosque. Feliz a?o nuevo.
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