Ein Hud, un pueblo palestino fantasma
Los habitantes, expulsados en 1948 de una aldea repoblada con artistas jud¨ªos, carecen de existencia legal para el Estado de Israel
Dos pueblos y un mismo nombre asomados al Mediterr¨¢neo; dos mundos antag¨®nicos separados por un empinado kil¨®metro y medio. El de abajo est¨¢ salpicado de casas modernas y jardines decorados con esculturas: es la aldea de los artistas habitada por 150 familias llegadas tras la creaci¨®n de Israel. El de arriba, aferrado a un nombre que se diferencia en una sola vocal (Ein Hud), fue fundado por los palestinos expulsados en 1948 de Ein Hod. Aunque sus 250 vecinos poseen nacionalidad israel¨ª, no existen: carecen de todo servicio del Estado. Ein Hud es uno de esos 148 pueblos fantasmas, no reconocidos, y borrados de los mapas del pa¨ªs, un problema que afecta a m¨¢s de 100.000 personas.
El palestino Abu Elhaije lleva 28 a?os luchando "por el derecho a tener agua y luz"
"No hab¨ªa nadie aqu¨ª; las casas estaban en ruinas", asegura el pintor jud¨ªo Ben-Arye
Mohamed Abu Elhaije tiene en su delgadez un aire lejano a Camar¨®n de la Isla. Dirige desde 1976 la lucha de esos invisibles contra las autoridades que los han dado de baja de la memoria. "He desperdiciado mi vida y desatendido a mi familia. Llevo 28 a?os luchando, no por un pa¨ªs, sino por el simple derecho a tener agua y luz como los dem¨¢s", dice.
Su abuelo y su t¨ªo Abad Alal, junto a 35 familiares, huyeron de Ein Hod cuando las tropas jud¨ªas asaltaron la aldea. "Vivieron escondidos en la monta?a hasta 1951. Esta tierra era propiedad de mi familia, donde pastaban nuestras ovejas y cabras. Cuando quisieron retornar, sus casas estaban ocupadas. Les dijeron que el Gobierno les hab¨ªa aplicado la ley de los ausentes y perdido sus derechos. Regresaron al monte y construyeron chabolas". Mohamed naci¨® hace 52 a?os en una de ellas. Con el tiempo y la ma?a de este ingeniero t¨¦cnico, las caba?as se transformaron en viviendas que tambi¨¦n miran al Mediterr¨¢neo. Y de reojo a Ein Hod.
En el pueblo de los artistas pululan los curiosos y alguna pareja de reci¨¦n casados. Unos husmean en tiendas en busca de baratillos y otros se fotograf¨ªan junto a las esculturas. Lezer Manole, pintor jud¨ªo ucranio, regenta una galer¨ªa. "Compr¨¦ mi casa a otro artista hace 13 a?os". Presume feliz de su exposici¨®n en Barcelona en 1989 y de una reciente en Alemania. Cuando el extranjero se interesa por los palestinos que viv¨ªan en Ein Hod estropea su ingl¨¦s en un mascullo extra?o y asegura: "No me s¨¦ la historia".
Mohamed tiene unos ojos azules tristes. "No me interesa si estuvieron aqu¨ª los brit¨¢nicos, los turcos y los romanos. Me interesa el futuro, mis derechos y los de mi gente. Quiero mirar hacia adelante". Con los a?os ha tejido una red de apoyo: amigos jud¨ªos que le han ayudado a impedir el derribo de las casas. Los distintos Gobiernos israel¨ªes trataron de echarles ley en mano: les expropiaron sus tierras (el 92% de la de Israel es del Estado) y declararon sucesivamente el monte ¨¢rea agr¨ªcola, parque nacional, zona arqueol¨®gica y campo militar, trabas que no impidieron la creaci¨®n del kibutz de enfrente, el de Nir Ezion. A mediados de los a?os ochenta, los vecinos de Ein Hud bloquearon los accesos y montaron guardia durante varios d¨ªas para detener las excavadoras. "Nos salvamos porque hicimos mucho ruido, llevamos el caso a los tribunales y al extranjero. Ein Hud fue legalizada en 1995; una victoria sobre papel mojado, pues sigue sin agua, luz, m¨¦dico y una carretera decente. La escuela es una sala min¨²scula que sirve para todos los cursos.
Dan Ben-Arye tiene 51 a?os, naci¨® en Sur¨¢frica y a los tres meses lleg¨® a Israel. Es pintor y escultor. "Ein Hod tiene 56 a?os de existencia, pero hay restos que demuestran que hubo asentamientos hace 5.000". Preguntado por los palestinos de la aldea de arriba, responde: "No hab¨ªa nadie aqu¨ª; sus habitantes huyeron y las casas estaban en ruinas. El pintor Marcel Janko [rumano y gran dada¨ªsta] fue quien lo reconstruy¨® y lo dedic¨® a la creaci¨®n. Los ¨¢rabes viven ahora en la monta?a y tienen problemas porque no han comprado la tierra. ?Sabe cu¨¢nto pagu¨¦ hace 20 a?os por el terreno donde constru¨ª mi casa? ?200.000 d¨®lares!". En Ein Hod no puede instalarse cualquiera. Se exige ser artista. "Tienes que demostrar que lo eres ante el comit¨¦ [electo que gobierna la aldea]; ense?ar tu obra; decir d¨®nde has expuesto y responder a su interrogatorio", explica Ben-Arye.
"No s¨¦ si reconocer¨¢n nuestro derecho al retorno", asegura Mohamed. "Es una cuesti¨®n que no puedo responder pues no soy un ciudadano de primera clase. Cuando lo sea dir¨¦ lo que pienso. Tal vez desee regresar a la casa de mi familia, tal vez diga a quien la habita 'qu¨¦dese con ella' o exija una renta por estos a?os. Ser¨¢ mi derecho y mi decisi¨®n". Mohamed abri¨® hace un a?o un restaurante, el primer negocio en Ein Hud. A ¨¦l acuden jud¨ªos del pueblo de abajo y de los alrededores. "Son como nosotros y nosotros somos como ellos. El problema es el sistema", dice.
"No me importa el nombre de este pa¨ªs", dice Mohamed. "Si quiere, ll¨¢melo Espa?a. S¨¦ qui¨¦n soy y d¨®nde estoy. Soy palestino y vivo en Palestina. Ni Ariel Sharon ni Abu Mazen van a decirme qu¨¦ bandera debo de poner en mi casa, si es que quiero poner alguna. Tengo nacionalidad israel¨ª [como 1,3 millones de palestinos que viven en Israel, un 20% de la poblaci¨®n]. Soy un ausente que paga impuestos y no recibe nada a cambio". Uno de los amigos jud¨ªos de Mohamed, el arquitecto Nato Rotem, lo explic¨® bien hace a?os: "Si somos incapaces de arreglar un problema peque?o, ?c¨®mo vamos a solucionar el de Oriente Pr¨®ximo!".
En Dumeida, otro pueblo fantasma cerca de Nazaret, Salah al Dauf presum¨ªa de no haber consumido agua en 20 a?os. Se acostumbr¨® a su escasez dando sorbos a los caf¨¦s. Cuando le preguntaban cu¨¢ndo iba a llegar el man¨¢ l¨ªquido, respond¨ªa entre chanzas: "El d¨ªa en que est¨¦ en mi ata¨²d". El agua brot¨® no hace mucho en Dumeida; sus vecinos lo celebraron en torno a una manguera y todos quedaron empapados. Al terminar la fiesta, la familia de Salah se dirigi¨® al cementerio, rez¨® y ech¨® una jarra de agua sobre su tumba. No supieron explicarlo con palabras, pero sab¨ªan desde hace demasiado tiempo que el viejo Al Dauf ten¨ªa mucha sed.
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