Donde la mujer tuvo un amor feliz es su tierra natal
Me acuerdo de haber visto, en el norte de Angola, una boa y una cabra muertas. La mitad delantera de la cabra estaba dentro de la boa; la mitad de atr¨¢s, las ancas y las patas, por fuera, y la boa hab¨ªa muerto atragantada. Me acuerdo de un chico con las tripas al aire, atacado por un b¨²falo enano, de otro, a quien un cocodrilo lo mordi¨® por el tobillo y yo anduve a las vueltas con el mu?¨®n sangrando. Me acuerdo de centenares de mandriles en un cerro. Me acuerdo, en el este, de una peque?a manada de elefantes corriendo bajo la avioneta. Me acuerdo sobre todo de los olores y de la permanente exaltaci¨®n de los sentidos. De la sombra de la avioneta persiguiendo a los elefantes. De la extra?a, inexplicable, genuina alegr¨ªa que acompa?a a la crueldad y a la violencia. Creo que, despu¨¦s de todo eso, me volv¨ª comedido, pac¨ªfico.
Qu¨¦ falta de dignidad hacerse viejo y enfermarse. Gafas. Dificultades en los huesos. Lentas miserias
El cuerpo, al que tanto maltrato, sigue adelante y yo con ¨¦l. Estoy escribiendo una novela, la comenc¨¦ el d¨ªa 15 de junio, y escribo a ciegas, caminando bajo una especie de neblina: ha de llegar el momento en el que encuentre, de s¨²bito, un claro iluminado. Entonces comprender¨¦ todo. Volv¨ª anteayer de la sierra de la Estrela, mejor dicho de un lugar a pocos kil¨®metros de la sierra de la Estrela, adonde fui a llenar los ojos con mi infancia que contin¨²a en aquellos ¨¢rboles, en aquellas piedras, en el pinar que ya no existe y, no obstante, sigue estando en m¨ª. Casas oscuras all¨¢ arriba. Y un mont¨®n de a?oranzas en el lugar del est¨®mago. A veces me cuesta entender qu¨¦ ha sido de m¨ª. Si mi abuela apareciese, ?me contar¨ªa historias de trenes? ?La del perro, llamado Fido, arrojado a la calle del invierno? ?D¨®nde est¨¢ el zapatero de Benfica que me advert¨ªa
-El mundo es grande, chaval
o el loco, que vend¨ªa pajaritos, gesticulando en las esquinas? ?Las mujeres de la adolescencia, vestidas con ropa interior en una salita con espejos? ?Qu¨¦ ha sido de m¨ª? Los reba?os atravesaban la carretera, en un suspiro. Andaban, corr¨ªan unos metros, andaban de nuevo. He vivido, hasta hoy, en un asombro permanente. Y todo sigue empuj¨¢ndome hacia la vida.
Hablo poco. Quien me conoce sabe que hablo poco, escucho poco, me paso el tiempo pensando en otra cosa. No en libros: los libros s¨®lo existen cuando los estoy escribiendo, salgo y entro en ellos en un rapto de fantasma. Pensar en otra cosa. Qu¨¦ palabra, pensar. Pensar es s¨®lo o¨ªr con atenci¨®n. Oigo esta cr¨®nica: sus movimientos. Las frases que llegan como olas. Vienen, se quedan un ratito en el papel, retroceden, desaparecen. Hay momentos en que resulta dif¨ªcil pillarlas. ?Cu¨¢ntos amigos tengo? ?Dos? ?Tres? No llego a m¨¢s. Los ojos de la boa redondos, abiertos.
Hoy es viernes. En la Beira Alta llov¨ªa. Los hu¨¦spedes del hotel, con zapatillas y pantalones cortos, desocupados. Acepto la estupidez, la maldad, la mentira, me cuesta pero las acepto, no acepto a los ni?os que corren entre las mesas. Madres complacientes, padres con sandalias de pel¨ªcula b¨ªblica. No me concibo mujer, aunque m¨¢s no sea por los pies, tan feos, de los hombres, todos aquellos dedos movi¨¦ndose dentro de la cama. Las conversaciones. Los ojitos. Las opiniones. Los dientes que les sobran en las sonrisas. El gusto por los peri¨®dicos.
Cuando acabe esta cr¨®nica volver¨¦ a la novela. Me resulta imposible hablar de ella porque se hace sola, me ha llevado a?os entrenar la mano para escribir sin m¨ª. Yo de puntillas y la mano all¨¢ arriba, recogiendo todo lo que encuentra, por el simple tacto, en un estante alto. El chico, atacado por el b¨²falo enano, ni una mueca, ni un sonido. Su expresi¨®n opaca, impasible, ninguna contracci¨®n de los m¨²sculos, nada que me permitiese vislumbrar su dolor. Despu¨¦s del tratamiento
(?tratamiento!)
sus parientes se lo llevaron, en camilla, a una aldea distante. Jam¨¢s sent¨ª tanto silencio a mi alrededor como ese d¨ªa. Los murci¨¦lagos de los mangos ni un chillido. Y yo, claro, no me morir¨ªa nunca. Lo m¨¢s dif¨ªcil es esa breve noche interior en medio de la ma?ana, ganas de irme, de quedarme, de ara?arme la palma con las u?as y, poco despu¨¦s, la esperanza. Donde la mujer tuvo un amor feliz es su tierra natal.
Creo que estoy a punto de acabar, voy a despedirme. Qu¨¦ agobio sonre¨ªr, dar apretones de manos. Qu¨¦ agobio anochecer, y qu¨¦ falta de dignidad hacerse viejo y enfermarse. Gafas. Dificultades en los huesos. Lentas miserias.
A punto de acabar, he dicho. Subir a la habitaci¨®n, sentarme a la mesa, cerrar los ojos antes de comenzar. Toda la sierra de la Estrela frente a m¨ª, luces de Seia, de Gouveia, de otras tierras. Desde el balc¨®n de mis abuelos el aluminio de los grillos rascando, rascando. Seguir¨¢n despu¨¦s de m¨ª, se quedar¨¢n para siempre, eternos como las piedras.
Vi un perro ciego, perplejo en una encrucijada de caminos, en Urgeiri?a. Comenz¨® a temblar al o¨ªr que me acercaba, llevaba un trozo de cuerda en el pescuezo. Se qued¨® en el lugar donde estaban anta?o las minas. ?A qui¨¦n le importa un perro? ?A qui¨¦n le importa una cabra muerta o un mu?¨®n sangrando? Glicinas, glicinas. No quiero el aroma de las glicinas, no quiero sus flores. Quiero una paz inmensa. Ahora.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.