Espiritualidad y espacialidad
La intervenci¨®n del director de la Bienal, Kurt Forster, como gu¨ªa de la muestra y como participante en la mesa de la convenci¨®n fue una aut¨¦ntica liturgia de la arquitectura que tuvo su contrapunto en una lecci¨®n magistral de Rafael Moneo sobre su experiencia como arquitecto en la nueva catedral de Los ?ngeles. Por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, monse?or Santi, director de Arte y Cultura de la Iglesia italiana, y el padre Maggiani, responsable de la liturgia de actos pontificios como la apertura de la Puerta Santa en el Jubileo, mantuvieron la mira sobre los objetivos de la Iglesia.
Curia y arquitectos. Dos enfoques, en principio, bien distintos: el de la arquitectura actual y el de la Conferencia Episcopal italiana. ?sta, que proyecta construir nuevas iglesias, pide a los arquitectos que conozcan e interpreten acertadamente el programa lit¨²rgico, lo que no siempre sucede: seg¨²n un comentario cr¨ªtico de monse?or Santi, a menudo se limitan a poner un altar dentro de cualquier arquitectura. S¨¬, ma questo non fa una chiesa. En el debate sobre la iglesia como tema de la arquitectura moderna, cuatro representantes de revistas de arquitectura convinieron que a lo largo del siglo XX rara vez se han publicado nuevas iglesias, hasta que pasados los ochenta se muestran numerosas construcciones de nueva planta dedicadas al culto, firmadas por los m¨¢s conspicuos arquitectos del momento y al margen de la confesi¨®n religiosa o laica de sus autores. Parece que llegada la posmodernidad y en tanto que ¨¦sta ha abandonado las ideolog¨ªas, surge una nueva apreciaci¨®n de las iglesias, m¨¢s como objetos visuales que como formas cargadas de sentido.
Diversos profesionales se
ocuparon de aquellos intervalos del siglo en los que las iglesias cat¨®licas irrumpen en el debate moderno. Primero, el de pleno auge de la modernidad. Un tiempo de transformaci¨®n radical de la cultura europea y un periodo entre guerras que alumbr¨® las arquitecturas del nuevo siglo, asent¨® los valores sociales o revolucionarios y agot¨® el sistema formal del clasicismo, clave de la percepci¨®n del mundo desde el Renacimiento. Desde su nueva conciencia de e¨®n poscristiano, la actitud de la vanguardia respecto a la Iglesia era voluntariamente volteriana: ¨¦crasez l'inf?me! Y sin embargo, la comunidad alemana comenz¨® a pensar la parroquia como una arquitectura moderna, apoy¨¢ndose en las primeras experiencias francesas de Auguste Perret con hierro, hormig¨®n y cristal para imaginar un espacio de culto a la vez cristiano y moderno. A la cabeza del nuevo movimiento, la simplicidad y la abstracci¨®n extrema de las parroquias de Rudolph Schwartz y Dominikus B?hm. A la vuelta de la Segunda Guerra Mundial su intuici¨®n de un espacio lit¨²rgico moderno recoge un tiempo de expiaci¨®n y vuelta a la religiosidad de una Europa masacrada. Entonces un activo y consagrado arquitecto, Le Corbusier, dar¨¢ pasaporte de modernidad a la arquitectura religiosa con su capilla de Ronchamp y con su convento de La Tourette, que recoge formas de Schwartz y que, como ¨¦ste, re¨²ne vanguardia y liturgia. Entonces la expresi¨®n de lo arcaico y, como con Sigurd Lewerentz, de lo ct¨®nico, matizar¨¢ la modernidad en busca de una experiencia de uni¨®n de sustancias terrenas y oscuras con otras divinas y luminosas. La larga posguerra espa?ola, tradicionalista y cat¨®lica, ser¨¢ sin embargo excepcional al permitir al arquitecto de iglesias curioso de Europa, como Miguel Fisac, introducir formas de modernidad en tiempos antimodernos.
Hasta los sesenta llega el debate de s¨ªmbolos, a menudo confuso, acallado y a veces fruct¨ªfero. La est¨¦tica del Movimiento Moderno, tan llena de s¨ªmbolos del nuevo siglo, quiso sin embargo ser ciencia m¨¢s que arte y se cerr¨® a lo que llamaba simb¨®lico y cre¨ªa subjetivo; su raz¨®n detestaba lo irracional. Por su parte, la Iglesia y las iglesias, veteranas en el uso de los s¨ªmbolos de transformaci¨®n del conocimiento y de cambio del mundo, sospechaban desde la Revoluci¨®n Francesa de cualquier pensamiento humanista que no se aviniera con su vieja pastoral del m¨¢s all¨¢. Pero en un tercer y ¨²ltimo tiempo, no pocos valores radicales de la modernidad y de la religi¨®n se desvanecen. La ideolog¨ªa y la moral dejan paso a la teor¨ªa de sistemas, en una sociedad cuyo sistema no entiende de emociones ni de po¨¦ticas, sino de resultados m¨¢s ac¨¢. La ciencia garantiza las certezas de su existencia y la t¨¦cnica, que parec¨ªa hija obediente de la ciencia y del arte, reinar¨¢ por encima de ellos con su nuevo nombre sistem¨¢tico de tecnolog¨ªa.
As¨ª que dif¨ªcilmente las ar
quitecturas de iglesia de hoy aludir¨¢n a la transformaci¨®n del hombre, preocupadas por competir con otras en elegancia o ingenio, y sobre todo por exhibir forma de tecnolog¨ªa, con la coartada del edificio singular o del proyecto experimental. Los pa¨ªses germ¨¢nicos destacan en nuevas propuestas, como la nueva parroquia biconfesional en Friburgo de Kister, Scheithauer y Gross, que es un ejemplo de arquitectura atenta a la moda y un experimento no s¨®lo en su contenido, sino en su proposici¨®n de la caja de hormig¨®n sutilmente plegado y perforado como contenedor de la funci¨®n espiritual. Otra parroquia, en Wenzenbach, obra de Br¨¹ckner y Br¨¹ckner, reutiliza un viejo templo de campanario con perfil de postal como contraste para la nueva nave que se superpone y cuya imagen se desmaterializa como una empalizada.
Da la impresi¨®n de que los grandes arquitectos no interpretan ya los instrumentos de la arquitectura, los del oficio de construcci¨®n, contenido y forma, sino que se interpretan a s¨ª mismos. La t¨¦cnica del virtuoso sustituye a la po¨¦tica, y sus formas ya no ser¨¢n mejores porque nos interpreten la realidad, como imago mundi o s¨ªmbolo de evoluci¨®n, sino por su tecnolog¨ªa novedosa y su imagen de marca, como s¨ªntoma de progreso. Norberg-Schultz, un valioso cr¨ªtico de la arquitectura moderna y buen conocedor de Roma, se refer¨ªa al concurso para la iglesia del Jubileo, que llevar¨ªa a cabo el americano Richard Meier, como el desprop¨®sito de una Iglesia que ignora su propia espacialidad. Y hoy, la emblem¨¢tica y enorme arquitectura del nuevo templo italiano del Padre P¨ªo, obra del m¨¢s renombrado arquitecto local, Renzo Piano, parece m¨¢s af¨ªn a eventos como el Circo del Sol que a la experiencia interior. La obra parece exaltar la fama de su patrocinado, la popularidad, estigmas y milagros del capuchino m¨¢s que su modestia. El alarde tecnol¨®gico de los arcos de piedra cosidos con acero inoxidable es como un volat¨ªn milagroso, aunque la obviedad de su geometr¨ªa conc¨¦ntrica tenga la simpleza de una carpa. La proeza t¨¦cnica no sustenta met¨¢foras, como hicieran anta?o las c¨²pulas o las b¨®vedas nervadas, de un esplendor que se encarna y se entrega al creyente, pero permite que un templo pueda competir con un estadio, que es un templo de otra religi¨®n actual. Ha llovido mucho desde que la Iglesia del XIX rescat¨® el t¨¦rmino liturgia con su significado griego de servicio al p¨²blico, y ahora el p¨²blico, m¨¢s que revelaciones, quiere exhibiciones.
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