Lecci¨®n de estilo
A los 22 a?os ya fue, en el Liceo, la Condesa de Las bodas de F¨ªgaro. Ese papel que requiere la experiencia personal y la voz necesarias para manifestar sus contradicciones sirvi¨® para que debutara Victoria de los ?ngeles, para que se hiciera presente una de las m¨¢s grandes artistas que ha dado el mundo del canto en los ¨²ltimos cien a?os. Y desde entonces hasta su retirada definitiva su carrera ha sido una ejemplar combinaci¨®n de inteligencia y sensatez, de rigor y de buen gusto, de ese sentido com¨²n que le otorgaba el haber sido, en la vida, Susana antes que Condesa. En 1947 vendr¨ªa el impulso definitivo al ganar el Concurso de Ginebra, atraer la atenci¨®n de la EMI y de la BBC, y traspasar esa frontera que luego franquear¨ªan, igualmente, otras dos grandes de la l¨ªrica espa?ola, Teresa Berganza y Pilar Lorengar. Los ingleses ser¨ªan, pues, los primeros en fijarse en Victoria, y alguno pensar¨ªa, seguro, en que su antecesora en el altar l¨ªrico de las islas hab¨ªa sido otra espa?ola, otra catalana, otra barcelonesa: Conchita Superv¨ªa.
Su lecci¨®n ser¨¢ la de la profunda dignidad del artista que sabe que nada es sin el arte que transmite
Victoria de los ?ngeles empez¨® tambi¨¦n en la m¨²sica antigua, ¨¦sa que hoy se canta y se toca de otra manera, pero sus versiones de las viejas arias italianas siguen siendo un prodigio de buen gusto. Y eso, buen gusto, fue otro de sus atributos intransferibles. La exquisitez del estilo de Victoria fue proverbial, esa ausencia de desgarro que hace que su Salud de La vida breve o su Carmen sean ejemplos de drama interior, revelen una personalidad que en el primer caso suele quedarse demasiado corta, y en el segundo, comerse todo lo que le rodea. Y lo mismo en esos otros papeles que ella hizo suyos en todo el sentido de la palabra, hasta el punto de que, a la hora de analizar a sus mejores traductoras, al llegar a Victoria hay que pararse un poco a pensar c¨®mo ella ha sido capaz de darles una personalidad distinta. Es lo que ocurre con su Mimi o su Butterfly, con la Charlotte o la Manon massenetianas, con la Elsa de Lohengrin o la Elisabeth de Tannh?user -recordemos que ella ha sido la ¨²nica cantante espa?ola que ha pisado las tablas de Bayreuth-, con la Margarita de Fausto, con M¨¦lisande, con Violeta, con Rosina, con la Amelia de Simon Boccanegra, hasta con Dido en esa versi¨®n tan poco filol¨®gica como extra?amente emocionante que le dirigiera sir John Barbirolli, otro de sus adoradores. Y fuera de la ¨®pera, las canciones de Faur¨¦, de Canteloube -?ha cantado alguien como ella el Ba?l¨¨ro?-, de Villa-Lobos, siempre sin el m¨¢s m¨ªnimo atisbo de acento extranjero, dominando la expresi¨®n como si lo hiciera en su lengua materna.
A la vez, Victoria fue excelsa int¨¦rprete del repertorio espa?ol. Falla, Granados, Alb¨¦niz, Rodrigo, Turina, Nin, Guridi, Juli¨¢n Bautista, y esos bises que le privaban y que le sal¨ªan de su alma popular, de la aristocracia natural de quien ha sabido construir su propia vida desde la dignidad y el esfuerzo, y que se resum¨ªan en esa m¨²sica que ella elevaba a la categor¨ªa de magistral: Clavelitos, de Valverde, o Adi¨®s, Granada, de Barrera. En la memoria de quienes lo vieron est¨¢ tambi¨¦n ese momento que todos hubi¨¦ramos querido disfrutar: cuando al final de uno de sus recitales ped¨ªa una guitarra y se acompa?aba dejando a un lado la formalidad del rito social del concierto.
Fiel a s¨ª misma hasta el final de su carrera, Victoria la interrumpi¨® cuando todav¨ªa era capaz de acrecentar la experiencia de quienes la escuchaban. En julio de 1992 grababa su ¨²ltimo disco, volv¨ªa a sus or¨ªgenes, en Barcelona, m¨²sica de Falla acompa?ada por Josep Pons y la Orquesta de C¨¢mara del Teatre Lliure: las Siete canciones populares espa?olas y Psych¨¦. Y cerraba con una lecci¨®n, como hacen las m¨¢s grandes.
Hasta en su enfermedad ha lucido esa discreci¨®n que es patrimonio de las almas m¨¢s enteras y se ha ido sin molestar, tranquilamente, ella que m¨¢s de una raz¨®n ha tenido para quejarse de que la vida no haya sido tan generosa en lo personal como lo fuera en lo profesional. Su lecci¨®n ser¨¢, por encima de todo, la del estilo, la de la profunda dignidad del artista que sabe que nada es sin el arte que transmite.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.