Feliz cumplea?os
Cumple a?os estos d¨ªas el Borodin, cuarteto residente en esta temporada del ciclo Liceo de C¨¢mara. Nada menos que sesenta han transcurrido desde la fundaci¨®n de quienes, con el paso del tiempo, se han convertido en hu¨¦spedes favoritos de Madrid hasta el punto de que su primera integral de los cuartetos de Shostakovich sigue siendo para muchos uno de esos episodios inolvidables que jalonan la vida de todo aficionado. Casi en las mismas fechas ha cumplido los ochenta el violonchelista Valentin Berlinski, el ¨²nico que queda de sus cuatro fundadores, el hilo que une el hoy con el ayer de una formaci¨®n heredera de aquellos m¨ªticos destinatarios o estrenadores de las obras de su compatriota: el Glazunov, el Beethoven o el Taneyev.
Liceo de C¨¢mara
Cuarteto Borodin. Obras de Beethoven y Shostakovich. Auditorio Nacional. Madrid, 30 de enero.
La sesi¨®n, sin concesiones, presentaba dos p¨¢ginas de enorme peso dentro del repertorio, el Cuarteto op. 132 de Beethoven y el Op. 144 de Shostakovich. Del primero cada aficionado tiene sus referencias en un rinc¨®n del alma, del segundo el Borodin -que apechuga con el sambenito de que su repertorio no es muy amplio por mor precisamente de esa dedicaci¨®n a su compatriota- lo ha sido sin duda, aunque hoy, al cabo del sucederse de unas cuantas generaciones, comparta predominio con otros aunque, es verdad, no sean muchos, el Emerson y poco m¨¢s. Y as¨ª ocurri¨® de nuevo, como para que alguien diga que los t¨®picos siempre tienen algo de ciertos.
Sabidur¨ªa y experiencia
El Beethoven se traz¨® con mano segura, con buena t¨¦cnica, pero falt¨® ese punto ¨²ltimo que la obra requiere para que llegue a desplegar verdaderamente su c¨²mulo de complejidades, por as¨ª decir, interiores. Fue una lectura en primer grado, como para tomar contacto con la obra y ya veremos. Al gran movimiento lento le falt¨® algo de emotividad y al tema principal del ¨²ltimo le qued¨® sin estallar la carga de profundidad que contiene, lo que quiere decir que el Borodin no lleg¨®, ni mucho menos, a esa sucesi¨®n de cimas y de abismos que propone esta obra tan gigantesca que o se hace como Dios manda o casi es mejor dejarla tranquila.
En Shostakovich asistimos al ritual habitual en el Borodin cuando toca el Cuarteto n? 15, su m¨²sica testamentaria, crepuscular, amarga y acongojante: sala a oscuras, luces encendidas sobre las partituras y ausencia de aplausos hasta que los m¨²sicos desaparecen del escenario. Una lamparita que no se apag¨® -la de Berlinski, caramba-, la falta de consenso en el p¨²blico a la hora de aplaudir y la propina con la que se nos obsequi¨® rompieron el sortilegio pretendido. Antes de ese fin un poco chusco escuchamos una estupenda versi¨®n de una pieza que estos rusos llevan en la sangre. Unos d¨ªas les saldr¨¢ mejor y otros menos bien pero siempre quedar¨¢ esa extra?a sensaci¨®n de verdad, de autenticidad, de sabidur¨ªa y de experiencia que el Borodin convierte en lecci¨®n cada vez que aborda esta m¨²sica. Que sea por muchos a?os.
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